Veo un vídeo de las trincheras de Bajmut grabado por un soldado ucraniano con una microcámara en el casco y publicado en exclusiva por The Wall Street Journal.
¡Vaya cutrez! ¡Qué sucia, triste y poco heroica es la vida y sobre todo la muerte de esos chavales eslavos en el barro! Saltos, tiros, confusión, miedo... Más miedo, sangre, tripas abiertas, olor a mierda y más sangre. «No salgo corriendo, lees en sus rostros, porque me pega un tiro el oficial a mi espalda».
Nada, me dirán ustedes, que no explicara Erich Maria Remarque en Sin novedad en el frente o que no pueda sentirse al ver Senderos de Gloria, la mejor película de Stanley Kubrick y de Kirk Douglas y tal vez del Siglo XX no por casualidad prohibida en la postguerra mundial en la democrática Francia, que no quiso ver sus vergüenzas retratadas en la historia en la que también podríamos ver las nuestras de la batalla del Ebro.
La guerra moderna, al cabo, no es más que el lugar en que hombres jóvenes mueren por la codicia, envidia y vanidad de los viejos en nombre de ideas que apenas alcanzan a concebir. Es muy difícil admitir que haya algo de heroico en ello: tal vez sea imprescindible, tal vez inevitable, tal vez en algún caso el oxímoron guerra justa no lo sea, pero en absoluto será admirable.
¿Eso convierte en imposible la épica hoy? ¿Canta algún Homero en nuestras redes sociales estos días un poema inolvidable que convertirá en hazañas patrióticas las vergüenzas del tirano Putin y los errores de Biden?
Al volver a ver el vídeo del Bajmut, yo diría que no. La épica requiere de distancia para poder confundir los tipos literalmente cagados de miedo con los héroes por la patria. Y esa distancia es hoy inexistente gracias a microcámaras en el casco; a soldados con móviles que hacen fotos en cada trinchera; y a redes que las difunden sin censura día y noche.
No hay homeros ni cantares de gesta que valgan frente a Tik Tok. Pero las guerras existirán, replicarán los antropólogos, mientras exista la especie y sus tribus en conflicto inevitable por el solo hecho de tener que disputarse territorios y recursos...
...¿De verdad? En Armas, gérmenes y acero el paleoantropólogo y premio Pulitzer Jared Diamond explica por qué los blancos dominamos la tierra y colonizamos a otras civilizaciones. Al entrevistarlo en Barcelona, me dio una clave que he vuelto a recordar ante el vídeo de Bajmut. La última tierra virgen por colonizar del planeta era Papúa-Nueva Guinea. Allí varias tribus desde hacía milenios se mataban a diario a pedradas y lanzazos por conservar sus territorios y recursos... Hasta que llegaron los australianos. Tímidamente destacaron un puesto de policía en aquellas tierras bajo supervisión de la ONU, esperando no ser masacrados por los nativos.
Pero enseguida los jefes locales acudieron a rendirles pleitesía. Los sorprendidos agentes preguntaron a los locales el porqué de tanta sumisión. Y la respuesta fue que estaban hartos de no poder alejarse ni 100 metros de sus poblados sin ir en grupo por temor a ser muertos, torturados o secuestrados por los vecinos. La aparición de los australianos les había dado la bendita excusa para no seguir matándose 1.000 años más.
Y esa es la que deberíamos estar propiciando en Ucrania. Fuerzas de interposición, acuerdos, pactos, grandes negociaciones, toda nuestra influencia –tanta como en el no a la guerra de Irak– para lograr una salida que respete las soberanías de las naciones; pero también el derecho de los jóvenes eslavos a no ser masacrados en una trinchera.