Ponme un Lumumba
Ha llegado el momento de dejar de pasar de alto el racismo normalizado, respetar la Otra Historia de la humanidad y hablar de derechos efectivos
La primera vez que un cliente me pidió un Lumumba, no sabía lo que era. Andaba trabajando de camarero precario en una terraza de la costa, porque ya se sabe que lo de escribir no siempre da para sobrevivir.
El bar era el típico frecuentado por barceloneses de extrarradio, maños de segunda residencia y centro y norteeuropeos jubilados. En esto que un alemán de mediana edad que venía con la familia de veraneo, estaba disfrutando de la sobremesa a la sombra y me pide el brebaje de marras.
Yo no lo había escuchado en mi vida y en el antro no pasábamos del gintonic de Larios o el cubata de tubo clásico. Me dijo el germano que le pusiera coñac con hielo y que lo regara con batido de cacao, el Cacaolat de toda la vida. Ya tenía conocimiento de otro coctel en mi limitado haber hostelero. Lo serví y me olvidé de la etimología. Aunque desde entonces me lo pidió cada día a la misma hora.
Los años pasaron y fui adquiriendo el gusto por la Otra Historia de la humanidad, por los hechos que han desembocado a injusticias actuales y hace unos meses, con más bagaje vital y algo más de conciencia social, me puse a buscar quién era el tal Lumumba.
Resultó ser el primer ministro del Congo independizado tras ser colonia belga. En los años 60 Patrice Lumumba lideró el movimiento de liberación nacional congoleño, ganando las elecciones y poniendo al Congo como referencia a seguir al resto de los países africanos colonizados por las metrópolis europeas.
El problema es que los intereses económicos de EEUU y la propia Bélgica, con la ayuda de la CIA estadounidense, no iban a soltar la riqueza natural y habría consecuencias. El contexto mundial era la Guerra Fría. Así que, resumiendo mucho, varios seguidores del partido y el propio Lumumba serían apresados y asesinados, con la ayuda de su principal opositor, el general Mobutu. Y aquí viene la explicación de la bebida: el cuerpo del ministro ejecutado fue disuelto en ácido para no dejar pruebas.
Supongo que la banalización del racismo neocolonial ha hecho que este hecho sonara gracioso a algún barman insensible, hasta el punto de crear una bebida.
Pues ha llegado el momento de la reparación, de dejar de pasar de alto el racismo normalizado, respetar la Otra Historia de la humanidad y hablar de derechos efectivos.
Así que la próxima vez que vean una manifestación ejemplar, emotiva y triste como la que vivimos en la Plaça de la Font este domingo, reflexionen sobre el racismo que venimos arrastrando desde hace siglos.
Porque lo que parece una broma racista ha costado vidas. Vidas negras que importan, como la de George Floyd en EEUU. Pero también como la de Lucrecia Pérez en Madrid, los 15 del Tarajal o la de Mor Sylla en Salou. Revisémonos y construyamos un mundo donde quepamos todos sin discriminaciones ni violencia.

José C. Ibarz