El valor de un simple abrazo
La profesión a la que me dedico (y que tanto me ha dado en todos estos años como periodista) permite que por mi vida se crucen personajes tan interesantes como Hugo Di Dío, un argentino que llegó a Reus hace muchos años y que se encuentra inmerso en la organización de un grupo de voluntarios para viajar a Grecia y echar una mano a los cientos de refugiados que llegan a diario huyendo del horror de la guerra o de la pobreza. Admiro a estas personas que, sin esperar nada a cambio, son capaces de dejarlo todo para ofrecerse en cuerpo y alma a ayudar a los demás. De entre todas las anécdotas y experiencias que me explicó de las tres semanas que estuvo en la isla griega de Lesbos me quedo con una frase: «He intentado ser útil de muchas maneras. Ofreciendo un té caliente o repartiendo gorros y ropa o, simplemente, dando un abrazo a las personas que llegaban a la costa». Un abrazo, un simple abrazo puede ser tan reconfortante como un plato de comida para alguien que acaba de jugarse la vida en alta mar para intentar conseguir una vida mejor, no sólo para él, sino también para sus hijos. A Hugo todavía le brillan los ojos cuando recuerda una experiencia que asegura haberle enriquecido mucho a nivel personal. Por eso, mi reconocimiento a los centenares de ‘Hugos’ que cada día se levantan con el simple objetivo de ayudar a los demás y que conforman una inmensa red de voluntarios ‘anónimos’. Un ejemplo para todos nosotros y, especialmente, para nuestros políticos que ayer aprovecharon el debate en el Congreso de los Diputados sobre los refugiados sirios para sacar a la luz sus vergüenzas.