Opinión

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Por fin, después de años de desencuentros, quejas vecinales y una imagen urbana deteriorada, Tarragona empieza a vislumbrar el final de un largo túnel. El esfuerzo conjunto entre el Ayuntamiento y la empresa Urbaser empieza a dar frutos visibles, devolviendo a la ciudadanía una sensación de orden y dignidad que durante demasiado tiempo había desaparecido de las calles. El nuevo contrato de recogida de basura y limpieza viaria, el mayor contrato público de la ciudad, empieza a caminar y tiene como reto materializar las expectativas depositadas en él. Durante años, la suciedad acumulada y los fallos de gestión fueron una herida abierta que costaba comprender en una ciudad con la historia y el patrimonio de Tarragona. La limpieza urbana no es un lujo ni una cuestión estética: es la base de cualquier política pública que aspire a garantizar calidad de vida. Una ciudad sucia es una ciudad insegura, porque la suciedad degrada el espacio compartido y mina la confianza ciudadana. Por eso, la prioridad debe ser siempre la salubridad y el cuidado de lo común. Durante demasiado tiempo, Tarragona ha vivido atrapada en la resignación, viendo cómo la suciedad se normalizaba. Esa etapa debe quedar atrás. No se trata solo de cambiar contenedores o camiones, sino de redefinir la relación entre administración, empresa concesionaria y ciudadanía. La limpieza no se impone desde arriba: se construye con corresponsabilidad. Las instituciones deben garantizar eficiencia, control y transparencia, y los vecinos, mantener el compromiso cívico que toda ciudad moderna necesita. El trabajo que ahora comienza no está exento de retos. Quedan zonas por mejorar, procesos que ajustar y hábitos que cambiar. Pero lo importante es que el rumbo parece correcto. Tarragona ha decidido pasar página y apostar por una política de limpieza digna de su historia, de su patrimonio y de sus ciudadanos. Cuidar la limpieza es cuidar la ciudad. Es invertir en bienestar, en turismo, en orgullo colectivo y en calidad de vida. Que este nuevo comienzo sirva como recordatorio de que la Tarragona del futuro debe ser, ante todo, una ciudad limpia, saludable y respetuosa consigo misma.

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