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    No me hables de viajes de negocios, háblame del momento en que llegas a casa y te descalzas a la luz de la farola de este barrio industrial que entra por tu ventana entornada

    20 julio 2022 09:15 | Actualizado a 20 julio 2022 09:21
    César Muñoz Guerrero
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    Háblame de nosotros, háblame de ti. No me hables de política, del espionaje al que nos tienen sometidos los gobiernos y que ahora se les ha vuelto en su contra. No me hables de desgracias, de la absurda actualidad, de las subidas de impuestos, de altos ejecutivos. Háblame de la familia de linces ibéricos que ha conseguido salir adelante en un término olvidado del sur de Ciudad Real. Háblame de los pájaros, de la resistencia, de los árboles que nos van a refugiar este verano cuando atardezca, amor, cuando vayamos a leer a Víctor Hugo o a vernos caer con el día que termina.

    No me hables del número de ladrones reunidos en las cuevas de Alí Babá de nuestro tiempo. No me hables de los amaños deportivos o la presencia de Hacienda. Háblame de los trenes en la noche de nuestra intimidad, del largo recorrido, de nuestra búsqueda y encuentro. No me hables de geolocalización, háblame de nuestra localización. No me hables del resplandor del centro, háblame de la vida a ras de suelo, de los fantasmas de la periferia. No me hables de grandes ciudades extranjeras, háblame de la aldea de aquí al lado, de nuestra aldea interior, en la que murmuramos al infinito mientras velamos cerca de una hoguera.

    No me hables del exilio, háblame de las pirámides que superan los milenios y nos evocan figuras de faraones egipcios. No me hables de la guerra, háblame de la paz de los desiertos y del agua que corre en sus oasis como un hilo de vida imprevisible. No me hables de rosales ni de espinas. No me hables del pasado legendario ni la incierta lotería del futuro, háblame del presente que nos mata. No me hables de viajes de negocios, háblame del momento en que llegas a casa y te descalzas a la luz de la farola de este barrio industrial que entra por tu ventana entornada. No me hables de ruido de festivales, háblame del festival donde la única voz que escuche seas tú. No me hables del código civil, de normas no escritas, de avisos, de prejuicios. Háblame del verano que se alarga y esta música que se oye en las marismas.

    Háblame de los mares lejanos, de islas coralinas extraviadas, de gaviotas que van al horizonte guiadas por los faros del ocaso. No me hables de damas abandonadas en los puertos. No me hables de barcos naufragados. Háblame de caminos aquí cerca, de una playa nocturna y tu rumor entrecortado. Háblame del silencio de alguna tarde muerta en la autovía. Háblame de nuestro amor acomodado en el sofá una hora de la siesta de cualquier fin de semana. No me hables de soledad y de distancia, háblame de la pasión que nos clavamos como espadas en las treguas de las lluvias en agosto.

    Háblame de ti, o de nosotros. No me hables con firmeza. Háblame con susurros, que te escucho como nube que descargas sobre el suelo vacío de mi existencia. Apaga el televisor, desconecta el teléfono, baja o quita el volumen del planeta. Sé que soy egoísta. Solo te quiero escuchar a ti. Háblame. O mejor, no hables de nada. No hables. No. Silencio.

    No me hables de viajes de negocios, háblame del momento en que llegas a casa y te descalzas a la luz de la farola de este barrio industrial que entra por tu ventana entornada
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