Es fácil detectar un necio: basta escucharle una sola frase. Pero hay algo peor: ser necio, ignorante, engreído y desagradecido. Todo ello se prodiga en la familia de Lionel Messi, un joven hábil con el balón pero poco hábil con la mollera. Su padre y su hermano Matías andan por ahí formando el ‘núcleo duro’ de una familia muy unida con un pensamiento único en torno al dineral del futbolista.
Venido a Barcelona para prosperar y vencer una deficiencia física, Messi acabó siendo el jugador mejor pagado del mundo, arruinando las arcas del club, exigiendo a su equipo que se pusiera a sus pies –que se lo pregunten a David Villa, a quien echó a la fuerza–, engañando a Hacienda por creer que en Hacienda eran tontos, y entre otras cosas acabar diciendo por boca de su torpe hermano lo que se piensa en esa familia.
Textualmente, Matías Messi ha dicho que «los catalanes son unos traidores», que la gente tenía que haber salido a la calle en manifestación para que Leo se quedara en el club, que «Messi es más grande que el Barcelona», que al club nadie lo conocía antes de la llegada de Messi y que si «volvemos a Barcelona vamos a hacer una buena limpieza». Ni Espartero en sus peores tiempos fue tan expeditivo ni rezumaba tanto odio.
Estas palabras no hacen referencia a un club, sino al conjunto millonario de gente que vive en Catalunya. Palabras que exudan megalomanía, rencor del caprichoso que no consigue lo que quiere, una mente desvariada y una falta de sentido de la realidad en una familia que siempre se sintió extraña en Barcelona, que jamás se le oyó decir siquiera «bon dia» en catalán y que se fue de un lugar mucho más acogedor que el frío París. Allí descubrió que había una sociedad muy madura que arrincona a sus ídolos futbolistas. Confesó Antonella, la esposa de Lionel, que los primeros días en París no pararon de llorar.
No han entendido todavía los Messi que en el F.C. Barcelona lo más importante no es meter goles, sino vivir en un estilo de vida armonioso, de gran respeto y sin endiosamientos. La ciudad y el ambiente no hicieron así a los Messi, pues Xavi e Iniesta, que compartieron la Masía con él, siguen siendo cordiales, amables y sencillos y por eso se les quiere, más que por su juego.
Me pregunto qué queda, ante esta cerrazón, de lo que vieron y vivieron en Catalunya, país que tal vez no conozcan aún, encerrados como han estado y siguen estando en una casa que es una república argentina a ultranza, que en su mente jamás salieron de Rosario.
Me pregunto también por qué ese desprecio hacia los compañeros que brindaron los pases decisivos a Messi para meter sus goles. Los Thierry Henry, Eto’o, Busquets, Piqué, Iniesta, Puyol, Jordi Alba, Pedro, Rakitic, Sergi Roberto o Abidal, por citar algunos, no deben estar muy contentos cuando alguien dice que el museo del Barça es el museo de Messi, como si nadie más hubiera participado de los éxitos del equipo de futbol.
La conclusión es sencilla: que la familia de Lionel Messi no venga por aquí, pues estamos hasta la coronilla de «limpiezas» y dictaduras y que cuando salimos a la calle es porque se está jugando con nuestras señas de identidad, no por un desagradecido.