Opinión

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Cuando los intelectuales y sabios del Renacimiento exhumaron el manuscrito de Los Diez Libros de Arquitectura del ingeniero militar romano Marco Vitruvio Polión y lo rodearon de veneración por ser el único testimonio restante de la que se suponía insuperable ciencia de construir de los Antiguos griegos y romanos se toparon con la hipótesis de una «cabaña primitiva» en la que se encontrarían plasmadas las «reglas naturales» de la arquitectura, el auténtico edificio primigenio que vendría a demostrar la íntima conexión entre la Arquitectura y la Naturaleza, entendiendo que la primera no podía sino seguir las reglas marcadas por la segunda. Y por no llevarle la contraria a Vitruvio yo quiero una cabaña. Le he querido siempre. Un lugar donde estar y no tener miedo. Con su chimenea, con sus mantas de lana galesa que rascan pero abrigan. Con sus libros. La madera que cruje. Una cabaña en el lago Baikal con sauna, en un bosque o en una isla escocesa. Las cabañas vuelven a estar de moda y cuanto más pequeñas, mejor. La web «Never too small» es un imperio del cabañismo mundial, con los japoneses en la pool position. Es normal que en este mundo se busquen refugios. Yo lo he deseado tantas veces, ese lugar donde tener la seguridad de que nada malo puede pasar, ese refugio donde cierro los ojos, me tapo y escucho el murmullo del viento al mover las hojas de los árboles.

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