Opinión

Creado:

Actualizado:

Yo no sé ustedes, lo digo así, con solemnidad de tertulia veraniega y voz de mujer al borde del síncope—, pero este calor me ha dejado sin alma. No me marchita: me apaga. Camino por la calle mareada, sudada, sospechando que esto no es solo verano, sino una amenaza climática con forma de ola de calor permanente. El planeta está harto de nosotros y lo está diciendo a gritos.Y ante esta asfixia global, yo he encontrado mi lugar. Mi bote salvavidas. Mi Ítaca. Mi embajada de cordura: el supermercado de El Corte Inglés. Allí, entre el hummus y los gazpachos refrigerados, he descubierto lo más parecido a la paz. Aire acondicionado a temperatura de quirófano . Un entorno donde aún es posible pensar con claridad y no parecer una croqueta humana recién salida del horno. Me he planteado vivir allí seriamente.

Cuando el caos exterior me abruma, me voy discretamente a la sección de jamones. Me tumbaría en el suelo, si no fuera porque soy muy digna y porque probablemente me echarían. Pero es mi refugio. Mi templo de adoración al sabor umami más maravilloso del mundo. No hay gritos. Nadie habla de política. Solo suena de fondo esa voz robótica que, con tono neutro, repite: «Por su seguridad, no deje el carro sin vigilancia.» El único discurso político coherente de este mes de agosto pegajoso, soporífero y triste.

tracking