«Si lo sabía, debe dimitir por corrupto; y si no lo sabía, debe dimitir por tonto». Aún recuerdo las veces –llevamos ya unas cuantas– en la que un presidente del gobierno (Felipe González; Mariano Rajoy o ahora Pedro Sánchez o en Catalunya en su día Jordi Pujol) se ha visto acorralado por la corrupción de sus adláteres en tramas que cuando se hacían públicas causaban el escándalo; después, el desprecio y, al final, la indiferencia camino de otro cambio de gobierno para acabar en el olvido y la resignación.
Resulta descorazonador contemplar cómo el dinero que nos ha ido rascando el fisco y que para muchos supone trabajar solo para pagar a Hacienda 4,5 o hasta 6 meses al año se invierta en pagar mordidas, regalos, viajes e incluso señoritas a cambio de la adjudicación de una obra a una constructora en cuyo coste repercutirá al final esas mordidas que han pagado a ciertos políticos y sus correveidiles. Y que todos sabemos que acabaremos pagando todos.
En el caso Sánchez, además, la sombra de la duda alcanza en las grabaciones escuchadas al proceso de votación de las primarias que le hicieron presidente contra todo pronóstico (al parecer se deduce de ellas que el triángulo de los corruptos metió papeletas sin votantes por su cuenta) y que podrían haber sido amañadas según el informe de la Guardia Civil. Cuestionan así la medula de su legitimidad como líder del PSOE.
Y extiende de nuevo la sombra de la duda sobre todo nuestro sistema: si quienes trabajaban con ellos no lo sabían es que no se enteraban de nada y si lo sabían, es que merecen la cárcel. La paradoja del tonto o del delincuente en la historia de la corrupción que daña mucho más que esos pelotazos que les sacan a los constructores a cambio de concederles adjudicaciones.
El pelotazo se lo pegan a la confianza en las instituciones y la confianza es la que permite que una sociedad prospere como en Suecia, Suiza o Dinamarca o solo sirva para que prosperen un puñado de mafiosos como en tantos países en los que es muy peligroso salir de noche. Todos tienen políticos que piden mordidas por adjudicaciones y policías que te detienen y se inventan una infracción si no les pagas una mordidita en la carretera.
Lo de la confianza, Trust, lo explicó Fukuyama en un libro certero que aún explica su falta en nuestro país; y Acemoglu en Por qué fracasan los países, que ganó el premio nobel de Economía con él, también demostró que en Laredo hay dos calles: una es mejicana y la otra de EEUU. En una se pagan mordidas y en la otra; no. ¿Dónde creen que es más alta la renta y el nivel de vida?
Cada vez que se corrompe un gobierno en España cruzamos esa calle. Y cuesta un poquito más volver a tener confianza para descruzarla.
Sorprende además de la catadura moral de algunos de quienes llegan a la cúpula de nuestros partidos su falta de competencia profesional y de experiencia previa en negocios o sectores serios en los que hayan demostrado habilidad o pericia. En cambio, abundan los fieles sin más carrera que esa fidelidad que va cerrando un círculo de impunidades en torno al líder al que vemos cada vez más rodeado de lealtades, pero menos de habilidades que no sean las de forrarse cuanto antes.
Y sin embargo, necesitamos nuevos políticos, les digo a los chavales en las clases de la URV, para que al menos cada vez haya menos de los de antes discutiendo mordidas con un palillo en la boca en un puticlub de carretera.