Odio las vacaciones. Las odio y las deseo tanto como cuando nos enamorábamos del guapo de clase: lo deseábamos y lo odiábamos por desearlo. En enero ya esperamos las de Semana Santa, en abril las de verano, y en septiembre, las de Navidad. Y así, año tras año, año tras año.
Mientras tanto, nos arrastramos con caras largas, diciéndonos unos a otros «venga, que ya queda menos». ¿Y después? Después volvemos a un papel que no nos dará ningún reconocimiento ni estatuilla, y que solo servirá para callar esa voz interior que susurra: pero qué haces con tu vida.
Saquemos la calculadora. A los 365 días del 2025 les restamos los festivos, los fines de semana y una media anual de 22 días de vacaciones. En el mejor de los casos, habremos trabajado aproximadamente el 62% del total de días del año. Si odio las vacaciones es porque me recuerdan que regalo demasiado tiempo a causas nulas, y porque cuando me libero de los hilos de títeres, no sé qué hacer, con tanto tiempo.