Navidad es buen momento para reflexionar sobre algo que los cristianos podríamos proponer (nunca imponer) diciendo: sin Dios el hombre no sabe a dónde ir, ni logra entender quién es. Es cierto que desde el siglo XIX, en Occidente se ha instalado la idea de que la vida puede vivirse «como si Dios no existiera», incluso con la convicción de que para el hombre moderno, es el antagonista de su libertad. Sin embargo este Dios temido a quien vencer, se nos muestra recién nacido en un establo, indefenso y pobre, para enseñar que las cosas más grandes de la vida –Dios, amor, verdad- son gratuitas.
También estos días recordamos la proyección asistencial de la Iglesia, con miles de voluntarios que ayudan cada día a cientos de miles de personas. Lo hacen con humildad, por lo mismo que un árbol no pide reconocimiento de sus raíces para entregar sus frutos.