Opinión

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Hace unos días, alguien me recordaba una frase de uno de mis referentes: «Cuando los científicos y tecnólogos cobren como futbolistas, podremos poner el mundo en otro nivel». No se refería a convertir los laboratorios en estadios ni a que los ingenieros lleven botas de tacos. Se refería al valor del conocimiento y la innovación y de los profesionales, sean médicos, sean ingenieros de IA. Hoy, en plena guerra global por el talento en inteligencia artificial, esta idea resuena con más fuerza que nunca. Y el epicentro de este juego no es otro que Silicon Valley.

Mark Zuckerberg, CEO de Meta, está fichando como si fuera el Joan Laporta de la IA. Su objetivo: construir un ‘dream team’ de ingenieros con fichajes millonarios a ingenieros de la competencia. Los nombres ya no son jugadores, son investigadores de Google DeepMind, OpenAI o Anthropic, empresas que desarrollan sistemas de IA y que pretenden liderar este nuevo gran mercado. Esta competición no se libra en estadios, sino en laboratorios, factorías de IA, con ordenadores de alto rendimiento y centros de datos desarrollando algoritmos entrenados con terabytes de información. Se trata de la Champions League del talento en IA.

En la IA, como en el fútbol, no todo puede quedar en manos de unos pocos cracks. Ganar no es solo una cuestión de talento, sino de sistema. Y el sistema se construye con educación, inclusión y propósito

El contexto es excepcional: una inversión sin precedentes, presión geoestratégica, el deseo de controlar los modelos fundacionales y, sobre todo, una escasez aguda de perfiles preparados porque la tecnología va más rápido que la educación y porque es un campo relativamente nuevo. La inteligencia artificial no solo va rápido; va a una velocidad que rompe las reglas. Y mientras unos pocos corren, el resto mira desde la grada.

Europa intenta entrar en la liga. El presupuesto actual 2025-2027 al igual que la nueva propuesta presupuestaria de esta semana de la Unión Europea para el nuevo período pretende dedicar una parte significativa a las infraestructuras como las fábricas de IA y las gigafactorías para garantizar autonomía tecnológica pero también, a formar talento en todas sus formas. Porque si no hay cantera, no hay equipo.

Aquí en casa, los datos del Innovation Scoreboard 2024 indican que España y Cataluña están por encima de la media europea en competencias digitales. Es una buena noticia. Tenemos jugadores, tenemos base, pero hay que jugar en la champions y no formarlos para que se vayan sino jugarla desde aquí, tener nuestros propios equipos. Pero seguimos fallando en el desarrollo de modelos, en las aplicaciones, en la industria propia en donde ese talento pueda desarrollarlos aquí. Y eso nos relega a espectadores, usuarios de tecnologías hechas en otro idioma, con otros valores y prioridades.

La guerra por el talento ya no es una metáfora. Es una competición real, con dinero, poder y futuro en juego. Y es aquí donde entra el concepto de Talento Interior Bruto (TIB), que mide no solo el conocimiento técnico, sino cinco dimensiones clave: demografía, competencias, políticas, educación e innovación. No se trata de cuántos ingenieros e ingenieras tenemos, sino también de potenciar todo el talento, la industria, la educación y con visión e impacto.

El informe AI Index 2025 de Stanford HAI pone números al fenómeno: en 2024, la inversión privada en IA en EEUU alcanzó los 109.100 millones de dólares, y produjo 40 modelos destacables, frente a los 15 de China y solo 3 en Europa. Se otorgaron 122.511 patentes de IA, de las que China acapara el 69,7 %. Así que la pregunta no es si queremos jugar en la Champions de la IA, que debemos y queremos. Es si queremos democratizar el juego. Si queremos dejar de mirar cómo otros deciden el futuro o si apostamos por una formación más amplia, más accesible y conectada con la sociedad. Lo que necesitamos no son solo estrellas. Necesitamos cantera. Necesitamos popularizar el “deporte” de la inteligencia artificial. Llevarlo a las escuelas, a los barrios, a los profesionales de cualquier ámbito.

Porque en la IA, como en el fútbol, no todo puede quedar en manos de unos pocos cracks. Ganar no es solo una cuestión de talento, sino de sistema. Y el sistema se construye con educación, inclusión y propósito.

Así que mientras el Lamine Yamal de la IA por su nuevo equipo con un cheque de siete cifras, nosotros deberíamos preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo para que todos nosotros —y no solo los de las elites— puedan un día jugar también esta Champions? Tal vez no todos lleguen al Camp Nou de la IA, pero sí podemos lograr que jueguen el partido del futuro y crear nuestra Masia de la IA. Porque ese partido, queramos o no, ya ha comenzado.

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