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    Piensa en azul turquesa

    05 octubre 2022 18:40 | Actualizado a 06 octubre 2022 07:00
    Juan Ballester
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    Esta mañana he ido al ayuntamiento a preguntar por qué habían señalado en rojo decenas de pinos y algunas encinas que hay junto a una pequeña carretera y no me han sabido dar respuesta. Tampoco los forestales ni eléctricas. Finalmente he averiguado que se trataba de la Diputación, cuyo servicio de conservación de carreteras nos ha explicado amablemente que son árboles en el dominio público adyacente a las calzadas que van a ser (l) talados o (P) podados para mejorar la visibilidad. No caben alegaciones.

    El ecologismo vino a España de la mano de Félix Rodríguez de la Fuente, quien fundó la Asociación para la Defensa de la Naturaleza (ADENA), la marca española del World Wildlife Fund. Muchos nos hicimos socios durante la adolescencia.

    A varias generaciones nos aguzó los sentidos, nos advirtió del peligro de extinción de muchas especies, de la sobreexplotación de los recursos naturales y fuimos empatizando con la naturaleza hasta enamorarnos de cada detalle de nuestro planeta; comprendimos su vida y sentimos su vibración. Podríamos definir ese primer ecologismo con el título de su programa de televisión: El Hombre y la Tierra.

    Desde entonces el ecologismo llamado Verde se ha convertido en un movimiento ideológico, apocalíptico, pesimista y misántropo. Así es el gestado en la década de 1970 por Greenpeace, y desarrollado por activistas como Al Gore o el papa Francisco.

    El ecologismo llamado Verde se ha convertido en un movimiento ideológico, apocalíptico, pesimista y misántropo

    La organización ecologista, con una estética heroica, se enfrentó a los Estados descolgando pancartas gigantes para interrumpir asambleas de organismos internacionales o saboteó a las multinacionales deteniendo con lanchas neumáticas buques con residuos radiactivos que pretendían lanzar al mar.

    Pero, de excitar un sentimiento de cariño por el medioambiente se ha pasado a culpar a la humanidad como el cristianismo al pecado. Poco a poco han ido metiendo en la mochila de los ciudadanos esa responsabilidad de los causantes, a pesar de lo poco que hemos podido hacer frente a la catástrofe. Hoy sentimos la profunda culpa individual por el daño causado y sufrimos una angustia ambiental colectiva.

    A este segundo ecologismo, actual y dominante, lo podríamos denominar El Hombre o la Tierra, pues fantasea con un planeta sin seres humanos.

    Como estamos en estas, inclinados como penitentes aceptando el castigo, nos han colocado unas gafas de cristal verde para ver el mundo como nos gustaría que fuera y no como es.

    Aquí, con la petroquímica y el puerto a tus pies, divisas de noche Manhattan y la llama de la Estatua de la Libertad, que parece un sol poniéndose, convierte el skyline en un permanente atardecer.

    Perfumado con el nuevo Nafta que huele como Tarragona desde la fuga de una empresa de hidrocarburos, verá como en el poema de Lorca, verde que te quiero verde. Y pensará en verde, sentirá en verde, comprará en verde y temblará por los billetes verdes que le van a costar las lentes.

    Un ejemplo: la gasolina y gasóleo han subido al doble que cuando costaba casi la mitad el barril de petróleo. Y aunque influyen factores como los impuestos o el transporte, la percepción de las empresas petroleras como culpables del deterioro hace que vayan a ser escarmentadas, ellas y nosotros.

    Existe un tercer ecologismo que cree que se debe usar el progreso y la tecnología para alcanzar el objetivo de París

    Sobrerregularán con normas ambientales las prospecciones y el refino, estimularán con ayudas a sus alternativas, las gravarán con impuestos extraordinarios (como el anunciado hace unos días por la Unión Europea), las aseguradoras no les cubrirán o no las financiarán salvo que quieran aparecer en el ranking verde de los bancos sucios.

    Con las lentes verdes no vemos la viscosa realidad de que dependemos y dependeremos del crudo durante muchos años. Escuchas tantas mentiras barnizadas de verde. Se llama greenwashing, es una práctica de marketing destinada a crear una imagen ilusoria de responsabilidad ecológica entre quienes no son respetuosos con el medioambiente.

    Existe un tercer ecologismo humanista, menos sentimental y más optimista, llamado Ilustrado, que parte de una base científica y cree que se debe usar el progreso y la tecnología para alcanzar el objetivo de París: limitar el calentamiento, en 2050, a por debajo de 2, preferiblemente a 1,5 grados centígrados.

    También apodado Azul turquesa, su compleja misión es conseguir que un día muy lejano el planeta vuelva a ser algo parecido a como fue antes de la industrialización, en un sistema capitalista cuyo desarrollo se asocia al crecimiento económico.

    Y habremos de confiarnos a él puesto que este noviembre próximo celebramos el nacimiento del ser humano 8.000.000.000 y, si todos necesitan lo mismo que nosotros, habremos de trasladarnos a un nuevo mundo 12 veces más grande que el nuestro. Y podríamos nombrar, La Tierra o a Júpiter.

    Últimamente se ven muchas talas de árboles y cuando contemplo los pinos señalados en rojo y observo la carretera que los condena, no sabemos si es por el romanticismo del primer ecologismo, o por la culpa inculcada por el segundo, cuesta aceptar que vayan a encender la motosierra y ser ajusticiados mientras yo sobrevivo impunemente.

    Esta mañana he comprado unas cartulinas reciclables y unas bridas biodegradables, he bautizado a los árboles marcados a los que he visto nacer, y ellos han confiado a mi puño su último deseo: Por favor, no me conviertas en pellet. Y llevo unos días pensando si colgarlos con mis nietos para que entiendan que lo importante no es cambiar el mundo, sino haberlo intentado.

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