Reus

La aguja del pajar está en Tarragona

Metalúrgica Folch es la única fábrica de alfileres que queda en España. Con 101 años de historia, produce 375 millones de piezas al año y exporta a 50 países.

Una muestra de las agujas que produce la fábrica de Montbrió.

Una muestra de las agujas que produce la fábrica de Montbrió.Txema Morera/DT

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Los Folch llevan más de un siglo sacando punta a su historia como fabricantes de alfileres de calidad y resistencia. Su empresa, Metalúrgica Folch, ubicada en Montbrió del Camp, es la única de España —y una de las tres últimas que quedan en Europa— que elabora “un producto tan humilde como necesario”. Así define este afilado trocito de alambre Josep Maria Folch, ingeniero industrial de 62 años y gerente de esta compañía familiar fundada en 1924, que ya va por la cuarta generación.

Lejos de cumplir el tópico de que el padre crea la empresa, el hijo la mantiene y el nieto la cierra, los Folch no han “pinchado”. Producen 25 toneladas de alfileres al año —unos 375 millones de unidades— que exportan a 50 países de los cinco continentes. En su catálogo figuran 150 modelos distintos, una muestra del insólito universo que se esconde detrás de estas pequeñas agujas que llevan más de cinco mil años entre nosotros: primero fueron espinas que sujetaban pieles; hoy se fabrican con acero enriquecido con carbono, pero conservan la misma función de siempre: unir piezas.

Imprescindibles en la moda, la sastrería, el patronaje y la alta costura, entre los millones de alfileres que salen de las máquinas de los Folch hay modelos específicos para la confección industrial —Zara, Mango o El Corte Inglés figuran entre sus clientes—, la costura doméstica, la camisería, el encaje de bolillos o las manualidades.

“Lo más importante de un alfiler es que sea fino, duro, resistente a la flexión y esté bien pulido; que cuando penetre en el tejido no lo dañe”, explica Josep Maria Folch.

La gama se amplía según la longitud y el grosor, pero también según la forma de la cabeza —bola, lágrima, pera o flor—, el tipo de punta —afilada, progresiva o suave— y los colores o acabados, incluido el baño de oro de 24 quilates. Incluso fabrican alfileres con cabeza plana, pensados para facilitar el planchado.

Todo este universo se concentra en el mismo edificio donde nació la empresa hace 101 años, que hoy emplea a 15 trabajadores y factura alrededor de un millón de euros. Su próximo paso es la construcción de una nueva nave industrial donde producirán dos artículos complementarios: dedales y cintas métricas.

Hace medio siglo, en España coexistían una media docena de fábricas de alfileres, pero la jubilación de sus propietarios y la competencia asiática las fueron cerrando una tras otra. Hoy solo sobrevive la metalúrgica de los Folch, que en los años ochenta dio un giro decisivo: eliminó la fabricación de botones y bisutería para centrarse exclusivamente en alfileres.

Ahora, la empresa se prepara para automatizar parte de sus procesos, especialmente el envasado, “para ser más eficientes”, apunta Folch. El crecimiento reciente también se apoya en la venta por internet.

“La tienda online nos ha abierto muchas puertas. Hace poco enviamos una pequeña remesa a Canadá para el Circo del Sol”, cuenta con orgullo el gerente, convencido de que la famosa aguja del pajar salió de Tarragona.

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