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    De la luz de Mont-roig a los crímenes más demenciales

    ‘El ladrón de rostros’ es la última novela del donostiarra Ibon Martin, en la que el extremismo surge con fuerza en una época de pandemia

    04 marzo 2023 15:46 | Actualizado a 04 marzo 2023 15:52
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    «A la hora de escribir, donde mejor me inspiro y donde más tiempo paso es en Tarragona. Estoy hablando de un lugar que para mí representa la luz y la libertad. Catalunya para mí es la creación. Creo que voy a seguir escribiendo novelas aquí. Sin embargo, no sé cuándo llegará el día en que las localice aquí». El donostiarra Ibon Martín transforma esa luz de Mont-roig, donde pasa largas temporadas, en oscuras tramas que sitúa, invariablemente, en su País Vasco natal.

    El ladrón de rostros (Plaza&Janés. Grupo Penguin Random House) es la última de sus novelas, la tercera de la serie protagonizada por Ane Cestero y la Unidad de Homicidios de Impacto con un asesino o asesina que tiene mucho que ver con la pandemia. «Sucede en 2021, en un momento en que todos estamos un punto desubicados. Las supersticiones y el miedo están a flor de piel, aspectos que me han dado bastante juego. Desde luego, para crear al asesino y sus motivaciones era algo muy interesante», dice Ibon.

    «El asesino se inspira en los polémicos apóstoles de Oteiza. Entonces, ¿habrá 14 víctimas?»

    En medio de exuberante vegetación, en una humilde ermita excavada en la roca, aparece el cuerpo mutilado de una mujer, asesinada mientras practicaba un antiguo rito de fertilidad. Su torso, abierto y vaciado con las manos colocadas a ambos lados de su abdomen en actitud de entrega. De esta manera arranca El ladrón de rostros, una macabra escena inspirada en los polémicos apóstoles que Oteiza esculpió en la basílica de Arantzazu que, además fueron 14 y no 12. «Se le encargó que hiciera un friso en la fachada del santuario, que es un polo de peregrinación, como si habláramos de Montserrat en Catalunya. Están esculpidos abiertos en canal y vacíos de todo tipo de órganos. En su día, al Vaticano le debieron parecer tan grotescos que prohibió que se instalaran, de modo que durante quince años estuvieron tirados en una curva de la carretera. Por fin se instalaron, pero realmente es una imagen desasosegante», explica Martín.

    $!De la luz de Mont-roig a los crímenes más demenciales

    Desasosegante como lo es el crimen y la gran pregunta que surge, ¿tiene previsto matar a catorce personas? «Es cuando se inicia la carrera a contrarreloj de la Ertzaintza. Además, es un pueblo cerrado por la pandemia, del que no puede salir nadie con lo cual sus habitantes saben que en cualquier momento, cualquiera de ellos podría ser la víctima de ese apóstol que vive en una de sus calles». Se trata de un misionero, que «cree tener una misión que cumplir para salvar a la humanidad y eso pasa por llevar a cabo una serie de asesinatos rituales en los que la elección de las víctimas se debe a diferentes motivos».

    Auge de las sectas

    Y si ya de por sí el escenario es escalofriante, no lo es menos la figura de la serora, que reside al lado de la cueva. «Es un término que se refiere a las mujeres que se retiraban a vivir en ermitas, para cuidarlas. Llegó un momento en que el Vaticano prohibió su presencia porque al estar en lugares tan apartados se las vinculaba con la brujería y con prácticas que no eran acordes con la Iglesia», comenta Ibon, quien rescata a una de ellas para hacer un poco más angustiosa la atmósfera de la novela.

    Religión extremista y supersticiones se aúnan en El ladrón de rostros para crear un escenario demencial. «Estamos hablando de un terrorista que en nombre de la religión lleva a cabo atrocidades», señala Ibon, algo que se ha repetido a lo largo de la humanidad. Una novela que apunta, asimismo, a una cuarta entrega de la Unidad de Homicidios de Impacto.

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