Encuentros
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Al comienzo, apenas hay polvo. El de la arena del desierto del norte de África. Ahí, en medio de la nada, diríamos, instalan unos bafles. De esos altavoces surge una música, a golpe de beat, que rebota en las paredes de roca del desierto. Y sobre la arena, los cuerpos se mueven. Es una rave. Ese lugar tiene algo de ritual, y a la ceremonia acuden, entre otros, un padre que viaja con su hijo en busca de una hija ya mayor y perdida. Los viajeros encuentran un grupo de raveros, de piel marcada, tullidos, desplazados aparentemente de un entorno social hegemónico. De esto, entre otras cosas, trata precisamente “Sirat”, de cómo encontrarse colectivamente en los márgenes del sistema. Eso es lo que le sucede al padre interpretado por Sergi López, que halla en ese grupúsculo una comunidad (rodante). La primera parte de “Sirat” se desarrolla por momentos en el terreno del western, a partir del viaje que todos emprenden hacia otra rave, donde padre e hijo podrían encontrar a la persona que están buscando, de la que apenas sabemos ni sabremos nada. Hay, en esos momentos, mucha ternura, e incluso humor. Algo de todo esto se trunca violentamente, y la película adquiere otra dimensión, sin duda menos lúdica, pero quizá más profunda. A lo largo del viaje, por la radio se van escuchando las noticias de la brutalidad de las guerras. Esa violencia intrínseca en el mundo alcanza también a los protagonistas de la aventura, y cuando eso sucede, lo único que se tienen es unos a otros.

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