Cultura
Natàlia Rodríguez

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A finales de la década de los años 90 tuve la suerte de tener un novio inglés y vivir en Londres una buena temporada. Durante esos años nadie hablaba de Jane Austen. Se la consideraba por los expertos una de las plumas más brillantes en la lengua de Shakespeare pero no fue hasta la adaptación de la BBC de Orgullo y Prejuicio con un Colin Firth como Mr. Darcy y su camisa mojada que provocó una alteración sísmica en la isla que ríete tú de un tsunami, que la literatura de Austen empezó a ser lo que siempre debería haber sido: un tesoro nacional. Austen no es una escritora romántica. Hay romance en sus novelas pero como lo hay en las de Tolstoi o García Márquez. El problema es que al ser mujer se la ha querido encasillar en este género. Jane Austen y sus seis novelas son uno de los momentos cumbres de la Literatura Universal a la altura de Shakespeare, Cervantes o Dostoyevski. Es una de las primeras mujeres que escribe sobre el mundo que la rodea desde el punto de vista de una mujer. Ella y las hermanas Brönte o Emily Dickinson consiguen escrutar el mundo desde un cuarto pequeño, con una única ventana, desde unas vidas muy cortas (mueren jóvenes) y aburridas (las únicas posibles en esa época). De ahí su clarividencia, su humor brillante, su ironía, su pasión, y por encima de todo su lenguaje. Aún tengo el ejemplar de sus obras completas que me compré en 1997, y aún recuerdo la emoción al poder leer sus novelas en ese inglés exquisito. Es extraordinaria. Jane Austen, gracias querida.

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