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    El rey y el heredero se disputan la corona

    Lionel Messi (Rosario, 1987) y Kylian Mbappé (París, 1998) se citan este domingo en Lusail para resolver su querella en un combate singular

    15 diciembre 2022 20:00 | Actualizado a 15 diciembre 2022 20:07
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    Después de 62 partidos disputados, la final de la Copa del Mundo ha deparado un encuentro entre Francia y Argentina que tiene algo de disputa generacional, de riña palaciega entre un viejo rey, que todavía quiere mantener la corona sobre su cabeza, y su joven heredero, un príncipe impaciente que esconde la daga entre los pliegues del jubón. Lionel Messi (Rosario, 1987) y Kylian Mbappé (París, 1998) se citan este domingo en Lusail para resolver su querella en un combate singular. No hay favoritos, aunque el hechicero de Leo parece haber atinado con la dosis exacta de poción mágica y al de Kylian, sin embargo, se le está quedando el caldo un poco flojo a medida que avanza el torneo. De momento, los dos encabezan la tabla de goleadores, con cinco tantos cada uno. A Messi se le ha visto retador y sonriente en Qatar. Sabe el viejo rey que ha perdido el vigor físico de la juventud y ahorra esfuerzos como quien mete dinero el banco. Ya ha anunciado que este será su último Mundial y conseguirlo se ha convertido en una obsesión para él. Durante muchos años, esa obsesión lo paralizaba de angustia, pero ahora, a los 35 años, en la frontera del adiós, parece haber encontrado el grado exacto de motivación. Aunque la inesperada derrota frente a Arabia Saudí condenó a Argentina a sufrir una fase de grupos angustiosa, llena de amenazantes nubarrones, el cielo se fue despejando a medida que Argentina subía escalones. Hoy luce un sol radiante en el campamento albiceleste. Lionel Scaloni ha formado un equipo de abnegados escuderos y lo ha puesto a la entera disposición de Messi, cuya corona parece más sólidamente encajada que nunca. Su mayor rival, Cristiano Ronaldo, abandonó Qatar entre lágrimas de impotencia y egocentrismo, incapaz de asumir con humildad su decadencia.

    Messi también sabe que su hora le está llegando, pero antes de hacer testamento quiere darle una lección al inquieto príncipe Kylian. Es este un extraño enfrentamiento porque lo que el viejo tanto anhela el joven ya lo tiene. El delantero francés es campeón del mundo. Hace cuatro años, en Rusia, con apenas veinte años, formó parte de la escuadra gala que alzó el trofeo Jules Rimet en el estadio olímpico Luzhniki, de Moscú. Mbappé fue titular en aquella final, contra Croacia, e incluso anotó el cuarto gol francés (4-2). Días antes, Francia y Argentina se habían enfrentado en octavos. Mbappé, con dos tantos, mandó a Messi a su casa. Leo nunca ha podido ganar a Kylian.

    Si el equipo de Deschamps gana el domingo a Argentina, el futbolista parisino del PSG habrá ganado dos Copas del Mundo con 23 años, siguiendo de cerca la estela inalcanzable de Pelé, que celebró su segunda estrella con 22. Eso supondría un amargo trago para Messi, que se retiraría sin haber conseguido el santo grial del fútbol.

    Trayectorias opuestas Ambas selecciones miman a sus estandartes, que van por libre, sin sujeciones tácticas ni obligaciones burocráticas. Las estadísticas de los partidos son ahora tan prolijas que permiten descubrir cosas sorprendentes. Por ejemplo: Mbappé defiende menos que Messi. El delantero francés ha realizado una única acción defensiva en 477 minutos (0,19 por partido) mientras que su rival argentino lleva nueve en 570 minutos (1,42 por partido). Sus entrenadores los quieren frescos para que marquen diferencias en el último tercio del campo. En este punto, llegan a la final con trayectorias opuestas. Mbappé comenzó furioso, marcando goles a pares, pero la pólvora le duró hasta cuartos. Ni contra Inglaterra ni contra Marruecos vio puerta, aunque suyo fue el pase que permitió a Kolo Muani sentenciar a la selección magrebí. Messi, por el contrario, ha ido incrementando las gotas de magia con las que salpimenta los partidos. Frente a Croacia no solo marcó un penalti, sino que creó de la nada una de las jugadas del campeonato, un regate interminable a Gvardiol que resolvió con generosidad, entregándole la pelota a Julián Álvarez para que el chaval se apuntara el gol.

    La actitud de ambos en el torneo ha sido diferente. A Mbappé, Francia lo tiene escondido, como si fuese un coche deportivo al que solo le quitan la lona los días de carrera. Únicamente se ha presentado una vez ante la prensa, tras la victoria contra Polonia, e incluso se ha negado a salir, como exige el protocolo, tras ser nombrado mejor jugador del partido. Él se excusa diciendo que tiene «la necesidad de estar concentrado y de no perder energía en otras cosas». Messi, sin embargo, parece menos ensimismado e introvertido que de costumbre e incluso se permitió un rapto de genio, rayano en la mala educación, cuando mandó «pallá« y llamó «bobo» al neerlandés Weghorst, que se había acercado para pedirle intercambiar la camiseta. En Argentina, lejos de censurar la actuación de su capitán, la jalearon y se felicitaron de que supiera enseñar los dientes. Los periodistas más exaltados hablaron de un gesto «maradoniano», y lo hacían como un elogio. La sombra de Maradona sigue marcando la vida de Messi.

    El domingo, a las 16.00 horas, en el estadio de Lusail, Francia y Argentina lucharán por la Copa del Mundo y, al mismo tiempo, Messi y Mbappé resolverán si la corona del fútbol sigue ceñida sobre las sienes del argentino o ha encontrado por fin acomodo en la cabeza del francés. Aunque a Leo probablemente ya ni siquiera eso le importe. Solo quiere su Mundial, la guinda que falta en su asombroso palmarés.

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