¡Luis Enrique populista!
Estaba yo el otro día en la última cafetería de Vilafortuny que queda abierta en primera línea de playa, viendo pasar la vida y sintiendo la soledad de una mañana de noviembre a las ocho cero cero frente a un café con leche, un minibocadillo de atún y pensamientos diversos sobre qué has hecho en la primera mitad de tu vida, desgraciado, cuando, nuevamente, me llegó un aviso al móvil. Piticli, piticli, piticliiiiii, hizo el cacharro. Lo miré con cierta desafección existencial para descubrir que ahora Luis Enrique está en Twitch, que digo yo que, con ese nombre, debe ser como Bitelchús, que lo nombras tres veces y se te aparece el bicho en casa. Según se ve, el entrenador de la Roja (yo siempre dije la Selección, a mí eso de la Roja me hace pensar en Pilar Bardem, qué quieren que les diga) está encantado con su nuevo juguete para comunicarse con el pueblo. Pues muy bien.
¿Que por qué titulo está columna con la palabra populista? Déjenme desarrollar la idea. Parece ser que, además de Luis Enrique, otro famoso feliz de relacionarse con el vulgo es Elon Musk, que recientemente organizó una consulta popular en Twitter para preguntar si le devuelve o no la cuenta a Trump.
Si ustedes juntan las dos noticias, el seleccionador que emula al finado Hugo Chávez en su Aló, Presidente virtual y el empresario que se las da de Demóstenes refrendario digital, lo que tienen es un fenómeno muy recurrente en el presente: los que apelando a la democracia y a la participación aparentan darle el poder al pueblo, pero en realidad lo que hacen es darse el poder a sí mismos.
Porque, ¿quién decide las preguntas que responde Luis Enrique en sus sesiones de Twitch? ¿Quién decidió la cuestión que Musk lanzó a sus seguidores en Twitter? Es cierto que la gente participa y es cierto que, aparentemente, participar más es mejor que participar menos, pero no si ese supuesto aumento de la participación se utiliza para justificar una menor relación con los que de verdad deben preguntar al seleccionador, que son los periodistas, o, si detrás de una supuesta consulta popular, lo que se esconde es un mecanismo para legitimar una decisión previamente ya tomada por la misma persona que ideó la pregunta que se lanza a los ciudadanos.
Esa es una de las características del populismo en el ámbito mucho más serio de la política: la relación directa del líder con el pueblo evadiendo a todas las instituciones políticas de control y a la prensa.
Se aparenta amor por la democracia, se organizan multitud de foros en los que los ciudadanos se comunican sin intermediarios con el gobernante y, con ello y como quien no quiere la cosa, se le quitan de en medio a dicho gobernante tantos y tantos poderes intermedios como le dificultan gobernar como un autócrata dicharachero.
¿Que la prensa molesta? Pues hacemos un programa de televisión en el que el Presidente responde a ciudadanos que han llamado por teléfono para plantearle sus dudas, cuestiones y peticiones. Así damos la sensación de que el jefe se relaciona con los súbditos y les explica todo en persona, pero evitamos, con una virtuosa labor de filtrado previo, cualquier pregunta molesta sobre, pongamos por caso, la corrupción, la economía o la alineación para el próximo partido.
¿Que el Congreso se ha vuelto de un respondón que no se puede vivir? No hay problema, organizamos un referendo, un plebiscito, una consulta popular en la que por un exiguo 51% el pueblo me legitime a mí, al amado líder supremo, para hacer lo que me salga de ahí (justo de ahí) sin necesidad de someterme ni al debate con la oposición, ni, ya de paso, a las mayorías cualificadas que acostumbran a requerir las modificaciones de calado del marco convivencial.
Pero todo esto no lo hacemos por mantenernos en el poder, ni mucho menos. Lo hacemos porque nosotros sí creemos en la democracia, en la libertad, en la igualdad, en lo que sea, la palabra se puede intercambiar según hablemos de seleccionadores, de empresarios, de políticos o de reinas de los mares.
Por supuesto, lo de Luis Enrique y Musk no tiene mayor importancia. Oye, si uno no quiere hablar con Manolo Lama y al otro le da pereza asumir la responsabilidad personal de aceptar de nuevo en su red social a Trump y para ello se esconden, respectivamente, detrás de los aficionados y de los tuiteros, pues allá cada cual.
El problema es que estas dos anécdotas reflejan bastante bien el signo de los tiempos, el Zeitgeist que dirían los intelectuales, los pedantes y, supongo, también la gente que habla alemán. Un espíritu de los tiempos que aparenta ser de un democrático y un participativo de no te menees y que, en realidad, a poco que se rasca, se descubre cada vez más autoritario y menos liberal. O sea, más populista.

¡Luis Enrique populista!

¡Luis Enrique populista!