Opinión

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El humanismo cristiano, cimentado en la convicción de que todos somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros, no admite excepciones ni discriminaciones. La Doctrina Social de la Iglesia, desde Rerum Novarum hasta Fratelli Tutti, llama con claridad a derribar muros y tender puentes, a defender la justicia y la fraternidad universal por encima de cualquier frontera ideológica o geográfica. En este sentido, las recientes palabras del arzobispo de Tarragona, Joan Planellas —que han recordado con fuerza que la xenofobia y el racismo son incompatibles con el Evangelio—, deberían ser asumidas como una declaración de principios de toda la Conferencia Episcopal. Es urgente que la Iglesia en España hable con una sola voz, libre de nostalgias del nacionalcatolicismo franquista que en su día contaminó su testimonio público y la alejó de muchos. Aquella experiencia no puede repetirse: el Evangelio no puede ser instrumentalizado como ariete político ni confundido con banderas o ideologías que dividen. 

El silencio o la ambigüedad ante el racismo y la xenofobia de la extrema derecha no son opciones para la iglesia católica

La Iglesia está llamada a liderar el discurso ideológico que hoy más necesita nuestra sociedad: el de la unidad en la diversidad, la defensa radical de la dignidad humana y la construcción de un nosotros que no excluye a nadie. No se trata de una opción política, sino de una fidelidad al Evangelio y a Aquel que se hizo prójimo de todos, sin distinción. El silencio o la ambigüedad en este terreno no solo serían un fracaso pastoral, sino también un escándalo evangélico. El mundo no espera de la Iglesia que se acomode, sino que se levante con la autoridad moral que da la coherencia. Esa es la mejor herencia que puede ofrecer: una palabra firme que, en medio de la oscuridad, siga siendo luz. En un tiempo en el que las tensiones sociales y políticas vuelven a agitar viejos fantasmas, la Iglesia católica tiene la responsabilidad moral de erigirse como faro de luz y justicia, sin ambigüedades ni titubeos, frente al racismo y la xenofobia. No basta con declaraciones puntuales o gestos aislados: es preciso un posicionamiento firme, inequívoco y compartido por todos sus pastores, de manera que la voz de la Iglesia proclame la dignidad de cada persona, independientemente de su origen, color de piel o cultura.

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