La Navidad llega como un paréntesis simbólico en medio del ruido del mundo. Es un tiempo asociado al encuentro, a la reconciliación y a la esperanza. Sin embargo, mientras muchas casas se iluminan y celebran, amplias regiones del planeta siguen envueltas en la oscuridad de la guerra, la violencia y el miedo. Pensar ahora en la paz debe ser algo más que un gesto retórico, una rutina hipócrita. En Oriente Próximo, la población civil continúa pagando el precio más alto de conflictos enquistados desde hace décadas. Gaza, Israel, Siria o Yemen son nombres que se repiten en titulares, pero detrás de ellos hay millones de personas atrapadas entre bombardeos, desplazamientos forzados y una vida marcada por la inseguridad y el hambre. La paz allí es más que un deseo; es una cuestión de supervivencia.
En Ucrania, la guerra ha devuelto a Europa imágenes que parecían superadas: ciudades destruidas, inviernos sin electricidad, familias separadas por el frente. La Navidad, celebrada en refugios o lejos del hogar, recuerda que la estabilidad y la convivencia nunca deben darse por sentadas. La paz, en este contexto, significa también respeto al derecho internacional y a la soberanía de los pueblos. África sigue siendo escenario de conflictos olvidados.
La Navidad invita a mirar más allá de nuestras fronteras y también más allá de uno mismo y asumir responsabilidades
En Sudán, la violencia interna ha provocado una crisis humanitaria gravísima. En el Sahel, la inseguridad, el extremismo islamista y la pobreza se retroalimentan, condenando a generaciones enteras a la incertidumbre. La paz aquí requiere algo más que el silencios de las armas: necesita justicia, desarrollo y oportunidades. Tampoco en América Latina puede hablarse de paz plena mientras la violencia ligada al crimen organizado, la desigualdad extrema y la exclusión social marcan la cotidianidad de millones de personas. La paz no es solo ausencia de guerra; es también es vivir sin miedo. La Navidad invita a mirar más allá de nuestras fronteras y también más allá de uno mismo y asumir responsabilidades. Podemos pensar que todo esto «nos pilla lejos» o es demasiado grande porque lo asociamos a acuerdos internacionales, ayuda humanitaria y defensa de los derechos humanos. También podemos pensar en nuestra conducta con los vecinos, los colegas del trabajo o las personas vulnerables cercanas. Todo es empezar.