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    Un futuro sin futuro

    En septiembre o a más tardar en octubre habrá un incontrolado aumento de todos los precios y las alegres vacaciones recién pasadas nos abocarán a una realidad tenebrosa

    02 julio 2022 07:00 | Actualizado a 18 julio 2022 07:00
    Ignacio Marco-Gardoqui
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    Esta semana hemos estado muy entretenidos con el debate sobre el estado de la nación, un espectáculo fantástico que no se celebraba desde hace años por unas y otras razones. Han pasado muchas cosas, se han dicho barbaridades y sensateces, pero yendo a lo sustancial, el debate nos ha dejado lo siguiente.

    Un nuevo paquete de medidas anticrisis que conlleva ciertos alivios para el ciudadano, como es la rebaja o la eliminación del coste de muchos enlaces ferroviarios -en las islas, y como no tienen ferrocarril, echan las muelas- y el aumento de las becas estudiantiles. Otras medidas, las estelares, las más celebradas por el público asistente, se centraron en dos sonoras subidas de impuestos, una para la banca y otra para las energéticas. El paquete de medidas es el tercero del año. El Gobierno mantiene un ritmo frenético.

    Uno fue de 6.000 millones, otro de 9.000, éste no se ha cuantificado todavía, pero será voluminoso, por supuesto. De momento ninguno de ellos, ni todos en su conjunto, han conseguido doblegar a los precios, pero supongo que habrá aliviado el extra del coste de la vida. Está muy bien todo, pero hay enfermedades que carecen de cura, como es el ansia de contentar y de subvenir a todas las necesidades, aunque no se disponga del dinero necesario para financiarlas. A nadie le importa que tal actitud implique la necesidad de emitir toneladas de deuda.

    Los excesos del pasado solo se pueden curar con la sobriedad del presente. Y, claro, nadie, ningún político, esta dispuesto a cargar con el ‘San Benito’ de aguafiestas

    Y no es solo el problema de quién y cuándo la va a pagar, que eso no nos preocupa porque lo miramos con los ojos cerrados. Tampoco es problema su coste de financiación, que va a aumentar espectacularmente en cuanto el Banco Central Europeo se dé cuenta de que no se pueden mantener ilimitadamente unos tipos reales negativos de casi un 10% y pretender controlar, a la vez, una inflación desbocada. Lo peor de todo es considerar que podemos crear unos cuantos billones, con b, de liquidez sin que el sistema genere una contrapartida similar de bienes y servicios y pensar que eso iba a ser inocuo para los precios.

    Tuvimos un gesto para la galería, en forma de impuesto a las energéticas y a la banca. Nad ie se ha tomado la molestia de definir cuál será la base y cuál el tipo del nuevo impuesto

    Los excesos del pasado solo se pueden curar con la sobriedad del presente. Y, claro, nadie, ningún político, esta dispuesto a cargar con el ‘San Benito’ de aguafiestas, y pasar a engrosar el capítulo que engloba a los canallas de la Historia, por proponer algo tan simple y sencillo, tan habitual en todas las familias, como es eso de ‘gastar lo que se tiene’. Por eso, el verdadero debate no es sobre si las necesidades sociales existen o no, que existen, ni sobre si es conveniente o no arreglarlas, que lo es. El debate es sobre cuántas de esas necesidades que percibimos con tanta nitidez nos las podemos pagar.

    Confundir deseos con derechos ha sido una equivocación que nos va a costar carísimo. Suponer que todos los deseos hay que materializarlos de inmediato y sin demora ni plazo es un error capital; e ignorar las capacidades disponibles para afrontar todas las necesidades sentidas, es suicida.

    Claro que siempre se puede apelar a eso tan bonito de que ‘pague más quien más tiene’, como si eso no sucediera desde hace muchas décadas. También se puede acudir al populismo en busca de coartada para el error y castigar a las grandes empresas, olvidando su enorme función social en la creación de empleo, en la generación de riqueza y en la provisión de fondos para sostener los gastos sociales.

    En este apartado tuvimos un gesto para la galería, en forma de impuesto a las energéticas y a la banca. Nadie se ha tomado la molestia de definir cuál será la base y cuál el tipo del nuevo impuesto, pero sí nos han dado ¿a voleo? las cifras de la recaudación extra que generarán. Aquí, creo, se han producido algunos despistes.

    Como olvidar que una gran parte de los beneficios obtenidos han sido generados en el extranjero, gracias al esfuerzo realizado por internacionalizar las empresas.

    ¿Qué sería de ellas si no lo hubieran realizado? Si toda la banca española gana menos de 10.000 millones y una buena mitad se genera en el extranjero, ¿cuál deberá ser el tipo necesario para obtener las cantidades previstas? Mejor ni pensarlo. Y en cuanto a las empresas no financieras, a quienes parte del Gobierno propone aumentar la carga impositiva (no solo a las energéticas), ¿ha leído algún ministro el informe del Banco de España en donde se asegura que no han recuperado el nivel de rentabilidad anterior a la pandemia?

    «Todo futuro es fabuloso», escribió Alejo Carpentier, como he recordado en estas páginas alguna vez. El futuro encierra siempre esperanzas, pues sin ellas el ansia de evolucionar progresando nos sumiría en una angustiosa desazón. Sin embargo, hay futuros aciagos, fruto de la lógica concatenación de hechos y circunstancias.

    Actualmente, este planeta se asoma al futuro cargado de incógnitas sin resolver y negros nubarrones. Las crisis se suceden cada vez a un ritmo más vivo y generando mayor preocupación porque no les encontramos solución efectiva: la covid no se ha retirado y sigue causando estragos, los mismos por los que temblábamos hace dos años con la esperanza de una vacuna que ha salido como un paliativo y no como una solución.

    Y, acto seguido, sin un respiro, Rusia se lanza contra Ucrania para una guerra de tres o cuatro días que ya va para el medio año sin perspectivas de un fin próximo y positivo. La economía mundial ha padecido una convulsión monstruosa de la que faltan aún los más fuertes latigazos. Hemos retrocedido al menos treinta años en cuestiones económicas, que son las que mueven el mundo.

    En septiembre o a más tardar en octubre habrá un incontrolado aumento de todos, absolutamente todos los precios y con ello la constatación de que las alegres vacaciones recién pasadas –muchas de ellas pagadas con un inconsciente crédito– nos abocarán a una realidad tenebrosa. ¿Qué nos dirán entonces los políticos que esta semana han decidido aumentar el gasto en defensa en lugar de reservar dinero para tapar los agujeros que se irán produciendo de forma incontrolada? El viejo y falso axioma de que cualquier tiempo pasado fue mejor se convertirá en una realidad vergonzante: dejamos a nuestros hijos y a nuestros nietos un mundo peor que el que hemos conocido. Un mundo para el que no se ofrece solución, agravado por el proceso de una contaminación degradante y el previsible fin de las energías y bienes naturales no renovables. Asusta pensar que tal vez estamos llegando tarde a una solución que dé la vuelta a la tortilla de estas realidades inexorables. Todo ello mientras no se detienen los que se aprovechan de las situaciones para estrujar más y más al planeta porque están ganando dinero a espuertas.

    El viejo y falso axioma de que cualquier tiempo pasado fue mejor se convertirá en una realidad vergonzante: dejamos a nuestros hijos y a nuestros nietos un mundo peor que el que conocimos

    La cumbre de la OTAN sólo nos ha traído un incremento del gasto militar. Otras cumbres debiera haber (FAO, OMS, G20, etcétera) que ordenaran y pusieran límite al ‘campi qui pugui’ que el capitalismo mal entendido alimenta e incrementa. Nadie se enfrenta a solucionar el problema de África, que no está en regular flujos migratorios sino en que la vida sea digna para los africanos en sus países.

    Por encima de todo ello, estamos levantando a nuevas generaciones que se aferran el egoísmo, la falta de emociones y sentimientos y la inconsciencia de cuanto les espera en pocos años. Maleducamos a una inmensa tropa de muchachos en la cultura del «quiero esto y ahora» sin sentido de sus deberes ni de la necesidad del esfuerzo no ya para prosperar sino incluso para subsistir. Añadamos una superpoblación mundial con un problema demográfico del que nadie habla, y tendremos una perfecta fórmula explosiva que nos lleva a todos, todos, a una debacle que ya está en marcha.

    Los problemas no se arreglan solos y los administradores de la cosa pública debieran estar planteando estas cuestiones y aplicando, cuanto menos, medidas de urgencia.

    No es esta una visión catastrófica de la realidad humana. Es una realidad que ya estamos palpando en una sociedad como la nuestra donde se ha hecho del tomar el sol y divertirse en verano un imperioso y absurdo derecho.

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