Opinión

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La fuerza de voluntad es una invención del demonio, una trampa para recordarte constantemente las promesas que no has sido capaz de cumplir, los proyectos que se quedaron por el camino. He tenido épocas, sí, en las que he hecho deporte. He tenido épocas en las que he comido quinoa y pan sin gluten. No con entusiasmo, pero sí con una mezcla de deber y necesidad. Y me ha hecho bien. Mi cuerpo lo agradeció, no me dolía la espalda, claro, pero quien más contenta estaba era mi cabeza, que es donde todo se acumula: el miedo, la ansiedad, la rabia disimulada, la tristeza sin nombre. El cuerpo mueve lo que la mente no sabe soltar. Pero nunca duró. Y eso también habla de mí. Desde hace tiempo busco el equilibrio. Con más fe que método. A veces creo que el equilibrio no es un estado, sino un gesto fugaz. Una forma de pasar de una cosa a otra sin romperse del todo. Lo intuyo a ratos, cuando envidio a los que tienen constancia a la fidelidad silenciosa a uno mismo. La fuerza de voluntad nunca me ha pertenecido. Y cada vez estoy más convencida de que no puedo luchar contra los gigantes, como Don Quijote. Que hay vidas que se construyen desde la inconstancia, desde la improvisación. Desde los márgenes. Y que ahí también se puede encontrar el equilibrio. Pero de vez en cuando hay que procurar cumplir lo prometido, ir al gimnasio, comer quinoa. Aunque solo sea un día.

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