Opinión

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Leyendo ayer la entrevista de Glória Aznar a la tasadora de antigüedades Ana Trigo, que acaba de publicar Ladrones de arte. Robos célebres de grandes obras (Editorial Ariel), me dio por pensar en la extraña fascinación que nos provocan estos criminales. E incluso en el valor que puede llegar a otorgar a una obra el hecho de estar inmersa en un crimen sonado. Es el caso de La Gioconda, de cuyo hurto se acusó a Pablo Picasso, y que se ganó su reputación de obra maestra del Renacimiento a raíz de su desaparición de los salones del Louvre en 1911

O, en lo que se refiere al aura deslumbrante de los ladrones de guante blanco, podríamos hablar de Adam Worth, tan seductor como delincuente. Dicen que pudo haber inspirado a Arthur Conan Doyle para su profesor Moriarty en la saga de Sherlock Holmes. En la ficción, de hecho, hay decenas de ladrones fascinantes y atrayentes: la banda de Danny Ocean en la saga de películas que lleva su nombre, el francés Lupin –en su versión literaria y televisiva–, Cary Grant en Atrapa a un ladrón...

Y al hilo de estos pensamientos, me acordé de algo que me explicaron en el Diari hace unos días, y es que, en Tarragona, se producen múltiples robos de ejemplares de este periódico. Mi primera reacción, como no puede ser de otra manera, fue de sorpresa y enfado: es quitarle el pan de la boca a quiosqueros y periodistas. Pero también hubo un punto de mí que pensó: «Oye, nos roban porque nos leen. Hacemos un producto valioso». 

Así que, escurridizo ladrón, si estás leyendo estas líneas: gracias por apreciar tanto el Diari como para robarlo, pero paga por el periódico. No tienes el carisma de Moriarty o Lupin. Un ladrón es un ladrón, no alguien a admirar. Nosotros no somos la Mona Lisa... Y son muchos los que se levantan cada mañana para elaborar o vender un ejemplar como este, y merecen su salario.

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