Opinión

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En 1986 se publicó “La balsa de piedra” (en portugués: A jangada de pedra), del portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura, de quien la Academia Sueca destacó su capacidad para «volver comprensible una realidad huidiza, con parábolas sostenidas por la imaginación, la compasión y la ironía». La balsa de piedra ficciona la separación geográfica de la península ibérica del continente: una grieta se abre espontáneamente a lo largo de los Pirineos y la península se aleja de Europa flotando en el Atlántico.

En 1986, parecía que España y Portugal se encuadraban en una cultura que no era considerada rigurosamente europea, un mundo con un carácter tan fuerte y propio, que los pueblos de la Península parecían estar llamados a hacer un gran esfuerzo de entendimiento para resistir las presiones de la cultura de los tres países dominantes: Francia, Alemania y Gran Bretaña (hoy alejada del papeleo de la UE).

Pero, al margen de la creación literaria, hay hechos, datos, que no deben ignorarse. En estas cuatro décadas, España ha recibido más de 185.000 millones de euros de la UE para financiar infraestructuras, empleo, innovación y desarrollo regional. Europa ha ampliado las posibilidades laborales, de residencia y estudio de los ciudadanos, con programas insignia como Erasmus y el programa de empleo de Garantía Juvenil. La Política Agrícola Común ha contribuido a la modernización del sector agrario y, en paralelo, las políticas europeas han estimulado la transición ecológica, la protección del medio ambiente y la conectividad, así como la mejora de la movilidad.

Catalunya tampoco es ajena a los indicadores que describen cambios económicos, demográficos y de movilidad desde 1986. Por ejemplo, el PIB ha pasado de 35.437 millones de euros en 1986 a 281.845 millones en 2023; la población de 5,98 millones a 8,01 millones en 2024. Los residentes con nacionalidad de otro país de la UE ha crecido de 32.042 personas en 1998 a 295.896 en 2022 (+823,46%). En 2024 se registraron 1.687 matrimonios con ciudadanos de otros países de la UE. En el curso 2023-24 hubo 7.257 estudiantes Erasmus catalanes en otros centros europeos, mientras que las universidades catalanas recibieron 12.641 estudiantes extranjeros. Y los proyectos desarrollados conjuntamente con la UE van también de la mano de la digitalización educativa, movilidad urbana sostenible, investigación y administración digital, biodiversidad urbana, protección del litoral y programas de inserción juvenil. Incluso en el marco regional a través de los «4 Motores para Europa» que desde 1988 reúne bajo el paraguas de la UE a Catalunya, Lombardía, Baden-Württemberg y Ródano-Alpes.

En Catalunya, según una encuesta de 2024 impulsada por la Oficina del Parlamento Europeo y el Centre d’Estudis d’Opinió, el 72% de los catalanes considera positivo formar parte de la UE. En 1986, si no fuera por la imaginación de Saramago, la Península Ibérica nunca se habría separado de los Pirineos rumbo hacia una nueva posibilidad. Pero justo por eso podemos decir que, en última instancia, la grieta geofísica imaginada fue superada por una realidad, al menos contable, que merece nuestra atención de cara a los desafíos que el nuevo año 2026 plantea a la comunidad europea

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