Tradición
Navidad a lo grande: el delirio de las casas más decoradas de El Catllar y Constantí
En El Catllar y Constantí, dos familias transforman sus hogares en auténticas atracciones navideñas que atraen a vecinos y curiosos cada diciembre. El esfuerzo y la dedicación de Kike y Pedchy, y Mamen y Toñi, demuestran que el espíritu navideño no tiene límites

Fachada de la casa de Mamen y Toñi en Constantí.
«Es que somos unos frikis de la Navidad», admite Enrique ‘Kike’ Quero, cuando se le pregunta qué le mueve a él y su mujer, Pedchy Ramos, a convertir su casa en una auténtica atracción navideña en la urbanización Pins Manous de El Catllar. Ambos son la antítesis de tantos mortales que han corrido estos días a desempolvar el arbolito ante la inminente llegada de las fiestas.
La suya, no obstante, no es la única residencia que consigue que vecinos y curiosos se acerquen expresamente a ver las luces y la decoración cada año. A unos trece kilómetros, en Constantí, Carmen Andreu y Antonio Sánchez (Mamen y Toñi) también lo dan todo para que su casa deslumbre.

Kike y Pedchy en la entrada de su casa en El Catllar.
En ambas casas, el delirio navideño se intensifica cada año: otro cascanueces, más renos, más luces... Pero aseguran que entre ambas no hay competencia, sino admiración mutua. «Entre los frikis, al final nos conocemos», dice Quero.
Fue picarles el gusanillo y...
En casa de Kike y Pedchy todo comenzó cuando ella puso un par de estrellitas en la entrada. A partir de entonces, dicen, les picó el gusanillo. El punto de inflexión, no obstante, fue en la Navidad de 2013, cuando en una visita a Nueva York vieron cómo se decoraban las casas en Brooklyn. «Allí sí que nos volvimos locos», reconocen.
Y la pasión sigue creciendo hasta hoy. Cada año colocan algún elemento nuevo. El año pasado fue un mural en la fachada y este, un nuevo muñeco de nieve de tres metros fabricado en Canadá.
La procedencia de las figuras es diversa, muchas vienen de Estados Unidos, y las compran bien a través de internet o de una tienda de decoración navideña de Barcelona que cada año les invita a ver las novedades.
Entre las figuras a las que tienen más cariño se encuentra una gran galleta de jengibre fabricada especialmente para ellos en el taller de unos falleros valencianos.
El montaje comienza el 1 de septiembre, todavía con calor, y acaba el 31 de noviembre, justo antes de una fiesta de inauguración que, como todo el montaje, sale de los bolsillos de la pareja. Al principio entraba todo el que quería, pero llegaron a ser tantos que tuvieron que comenzar a enviar invitaciones. Vienen personalidades y representantes políticos, y este año tocó la Strombly Jazz Band.

Fachada de la casa de Kike y Pedchy en El Catllar.
Ambos son asalariados: él trabaja en una empresa de telecomunicaciones y ella es enfermera. Durante todo el año van ahorrando en una hucha. En septiembre la rompen, literalmente, y el valor de lo reunido es el presupuesto que destinan a la decoración.
El montaje es otra historia. Desde septiembre se ponen por las tardes, después de comer, hasta la noche. «Muchas veces comenzamos a las 14:30, después de comer, y a las 10:30 todavía estamos montando con la linterna en la frente, porque por la noche es cuando puedes ver si las luces funcionan o están fundidas», cuenta ella. A esa afición le dedican, además, todos los fines de semana. «A veces piensas, estaríamos mejor calentitos en el sofá», reconoce.

Esta galleta es obra de un maestro fallero.
La recompensa está, dicen, en la gente que se para a ver la casa, tanto vecinos como los que se acercan expresamente (la vivienda está ubicada en el Camí del Mas Salort).
La otra película comienza cuando tienen que recoger. La suerte, explican, es que cuentan con parte de una nave industrial que les deja un familiar. En casa, hace tiempo que todo el material no cabía, y tienen algunos elementos que no siempre pueden poner. Es el caso de un muñeco de nieve de doce metros que ahora no tienen expuesto. Solo lo pueden colocar cuando es seguro que las condiciones meteorológicas son buenas y que no hará viento.
Sobre el consumo eléctrico, señalan que todas las luces son LED. Con todo, pagan entre 100 y 150 euros más de lo habitual en el mes de enero, pero aseguran que les compensa cuando ven las caras de la gente que viene a contemplar su casa.
«No somos ricos»
Mamen, desde Constantí (su casa es una de las primeras que se ve en la entrada al pueblo y está ubicada en la calle Calle Major 126), explica que «somos una familia trabajadora, humilde. No somos ricos para nada... Ojalá lo fuéramos, porque iluminaríamos más todavía».

Mamen junto a su mascota "Nos mueve el cariño que podamos dar".
Todo comenzó hace unos nueve años, cuando llegaron a vivir a la casa. Al principio eran unos pocos elementos, pero luego se han ido animando y cada año agregan algo. Este año tienen un Papá Noel y un muñeco de nieve nuevos.
La pareja tiene seis hijos que respetan su afición, pero que hacen contadas apariciones durante todo el proceso de montaje, que en su caso también comienza en septiembre. «En seguida se cansan y de repente, casualmente, siempre les surge algo urgente que hacer y se tienen que marchar», relata Mamen entre risas.

Interior de la casa de Mamen y Toñi.
Comienzan por colocar las luces y después todo lo demás. Alquilan incluso una grúa para poder poner los elementos del tejado, para lo cual cuentan con la ayuda del hermano de Toñi.
Ellos también tienen que ir a buscar las figuras fuera, en parte con empresas que se dedican a la decoración para ayuntamientos y grandes empresas. «Siempre nos gusta innovar», relata ella.
Cuentan que «no tenemos vicio ninguno, lo que nos llama son las luces y el cariño que podamos dar». Explican que alguna vez les ha sucedido que han salido por la tarde y, al llegar a casa, la han encontrado rodeada de gente haciendo fotos y grabando. Les gusta la idea de que la gente venga a su municipio con esta excusa.
Les hacen especial ilusión los niños, para quienes, por si fuera poco, preparan unas bolsitas con chucherías. Con los abrazos que les dan, dice Mamen, «está todo pagado».
Dicen que la factura eléctrica no es tan elevada como podría pensarse, porque todas las bombillas son LED o funcionan con baterías. «Lo hacemos todo conscientemente», apunta Mamen.