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La claridad de Sorolla desembarca en el Palau Martorell

Acoge una amplia selección de 109 obras del artista, una muestra que podrá visitarse hasta el 6 de abril en pleno corazón de Barcelona

'El balandrito', 1909.

'El balandrito', 1909.Cedida/Palau Martorell

Òria Valls
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Barcelona recibe estos meses la luz inconfundible de Joaquín Sorolla en el Palau Martorell, donde la Fundación Bancaja presenta En el mar de Sorolla, una muestra realizada en colaboración con el Museo Sorolla y la Fundación Museo Sorolla que sirve como cierre del Año del mismo artista.

Tras su primera presentación en Madrid, la exposición llega a la capital catalana con una selección ampliada de 109 lienzos creados entre 1886 y 1920, entre ellos obras maestras que rara vez abandonan su sede madrileña. Estas piezas, procedentes de diversas colecciones públicas y privadas, entre las que se incluyen la Fundación Bancaja, la Diputación de Valencia y la Colección Hortensia Herrero, permiten recorrer la evolución del pintor valenciano en torno a un tema constante en su obra como lo es el Mediterráneo como agente activo en su narrativa y como escenario físico y emocional.

La muestra incorpora además un elemento singular: el comisariado literario del escritor Manuel Vicent, cuyas palabras acompañan los lienzos y establecen un diálogo entre memoria personal y lectura artística. Vicent no interpreta a Sorolla desde la distancia crítica, sino que se sitúa a su lado, evocando su propio Mediterráneo y añadiendo una dimensión narrativa que humaniza la experiencia del visitante. Su texto sirve de hilo conductor para trazar un recorrido que va desde las escenas de infancia en la playa hasta la dureza del trabajo pesquero, pasando por los veraneantes burgueses del Cabanyal y la vibración casi telúrica del paisaje de Xàbia, donde Sorolla llevó su exploración luminista al límite.

'Pescadoras valencianas', 1915.

'Pescadoras valencianas', 1915.Cedida/Palau Martorell

El proyecto se completa con fotografías de época y un audiovisual en el que el propio Vicent relata sus vivencias junto al mar, ampliando esa mezcla de archivo e intimidad que define la propuesta. La narrativa en las obras de Sorolla se construye a través de una mirada que combina observación directa, emoción contenida y una profunda comprensión del ritmo cotidiano. Sus escenas no buscan el artificio ni la anécdota; más bien capturan instantes que, por su aparente sencillez, revelan la verdad de un tiempo y un lugar. En sus lienzos, la acción suele discurrir de forma natural, un niño jugando en la orilla, unos pescadores regresando exhaustos o una familia burguesa disfrutando del verano, pero detrás de esa espontaneidad se articula una narración visual que habla de relaciones humanas, de trabajo, de ocio y de identidad mediterránea. Sorolla construye estas historias sin necesidad de grandilocuencia: deja que la luz marque el tono emocional, que los gestos digan lo imprescindible y que la composición guíe la mirada del espectador, transformando escenas aparentemente cotidianas en relatos de una intensidad silenciosa pero perdurable.

Joaquín Sorolla pintando en el Cabanyal, Valencia, 1909.

Joaquín Sorolla pintando en el Cabanyal, Valencia, 1909.J. Antonio Esparza/Cedida Palau Martorell

Pero, sin duda, Joaquín Sorolla convirtió la luz en el verdadero argumento de su pintura, y para lograrlo desarrolló un lenguaje plástico en el que la pincelada vibrante y el uso refinado de las veladuras desempeñan un papel esencial. Aunque a menudo se le asocia con un luminismo inmediato, Sorolla construía esa claridad mediterránea mediante capas sucesivas de pintura muy diluida que modulaban la atmósfera sin perder transparencia. Estas veladuras, aplicadas con precisión casi intuitiva, le permitían suavizar contornos, sugerir reflejos y generar transiciones cromáticas que dotan a sus escenas de una luminosidad envolvente. Su estilo, a medio camino entre el naturalismo heredado del siglo XIX y una modernidad que anticipa sensibilidades impresionistas, encuentra en esta técnica una herramienta decisiva donde la luz no sólo ilumina la escena, sino que parece surgir desde dentro del lienzo, como si el propio pigmento estuviera impregnado de sol.

En las salas del Palau Martorell, su Mediterráneo vuelve a desplegarse con toda su fuerza: un territorio de luz y movimiento que, más de un siglo después, continúa interpelando al público con la misma intensidad.

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