Gastronomía

Mesa & mantel

Una cerveza en Bélgica no es solo una cerveza

En Bélgica, la cerveza es cuestión de gustos y también es cultura, política, ideología... Cuenta mucho más de lo que aparenta. Por descontado, debe ser servida en el vaso o copa apropiados. Cualquier otra cosa es la barbarie.

Escaparate de cervezas en el famoso pub 2be de Brujas

Escaparate de cervezas en el famoso pub 2be de BrujasScott Heaney / Getty Images

Rafael Servent

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El tesoro de Willy Mermans llega en cuatro cajas de bananas extra premium de la marca Papillón, como el clásico del cine carcelario protagonizado por Dustin Hoffman y Steve McQueen, pero con tilde. Dentro hay decenas de vasos y copas de cerveza, conseguidos a lo largo de una vida, bien envueltos en páginas de la Gazet van Antwerpen, el periódico de referencia en Dessel, el pueblo donde nació Mermans en 1945. Este antiguo director comercial de una empresa de limpiezas industriales, hoy jubilado, también dedica parte de su tiempo al canto gregoriano en su parroquia de Westerlo.

Esas copas y vasos estuvieron muy cerca de terminar en el camión de la basura. Una conversación casual les ha dado una segunda oportunidad en un nuevo hogar de Tarragona.

En Bélgica, la cerveza es cultura. Es construcción social, política e ideología. Y los vasos son tan importantes como lo que hay en el interior de la botella. Una cerveza no se entiende sin su vaso, es incompleta. Todo belga lo sabe. Cualquier otra cosa es la barbarie.

Vasos, copas y jarras que no son meros soportes promocionales para exhibir marcas y logotipos, sino que cuentan con una función precisa. Acanalados y cuarteados para facilitar el agarre y mantener la cerveza a temperatura óptima, pies de copa para sostener cervezas de consumo más pausado sin calentar su contenido, aperturas de distinto diámetro para modular la experiencia olfativa, diseños que permiten una determinada inclinación de la copa y sugieren una cadencia en cada trago. La sofisticación es máxima, y tiene una razón de ser que la vincula íntimamente con la cerveza que contiene y la experiencia al consumirla.

Willy Mermans con uno de sus vasos de coleccionista

Willy Mermans con uno de sus vasos de coleccionistaRafael Servent

Desenvolvemos al azar una de las piezas, para tomar una fotografía. Llega en unas páginas especiales dedicadas al Tour de Francia (Ronde van Frankrijk en neerlandés, el idioma en el que se edita la Gazet van Antwerpen). Es un modesto vaso de pintje (lo que sería una caña) con el reborde dorado desgastado por el uso y la marca Mena Pils serigrafiada en la parte superior, con una caligrafía clásica que evoca a iconos tan universales como la Coca-Cola.

Willy Mermans advierte de que esta cervecera ya no existe. Trata de hacer memoria y la sitúa en algún lugar de la costa de Flandes, aunque no está seguro. De lo que no duda es que ya no se produce más Mena Pils en Bélgica, y que era una cervecera pequeña.

Pequeñas cerveceras

La historia de Bélgica está llena de pequeñas cerveceras (brouwerijen, en neerlandés; brasseries, en francés) en cada pueblo y ciudad, más allá de las marcas de exportación que manejan las grandes multinacionales cerveceras o de las bien conocidas cervezas de abadía (Leffe, Grimbergen …) fabricadas por esas mismas multinacionales. A no confundir, estas últimas, con las cervezas trapenses (Westmalle, Rochefort, Orval, Chimay…), elaboradas por las comunidades que habitan en monasterios de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia, surgida de una reforma de la Orden del Císter, a la que pertenece, por ejemplo, Poblet.

Entre los belgas hay una relación íntima con su cerveza local y un interés genuino por conocer las cervezas de otros lugares. En un estado federal claramente diferenciado entre flamencos y valones, la cerveza es uno de los contados elementos que construyen identidad belga. Bastante antes, sin embargo, la cerveza fue símbolo de diferenciación.

El modesto vaso de Mena Pils con reborde dorado con el que accede a posar para una foto (él se ofrece, con humor, a ponerse de perfil para apreciar mejor su ‘barriga cervecera’) es un pedazo de historia que conecta con la construcción de la democracia belga.

Cerveza y política

En el Flandes de finales del siglo XIX, elegir una cerveza u otra era significarse políticamente, y los fabricantes de cerveza eran personas que a menudo eran votados para cargos públicos de alcalde o parlamentario.

En Rotselaar, en la región del Brabante flamenco, en el interior de Flandes, un granjero llamado Eduard Meynckens decidió, en 1897, empezar a elaborar cerveza en su granja, con el objetivo de que los miembros de la banda de música a la que pertenecía (Sint-Cecilia, encuadrada en el partido político liberal de los Geuzen) pudiesen consumir una cerveza local que no fuese de un partido católico, abriendo la competencia a la cervecería De Toren de la familia Smedts, miembros a la vez de una banda de música rival, perteneciente al partido católico de los Sussen.

Como tantos otros en esos años, Meynckens elaboraba cervezas de alta fermentación como Boelt y Dobbelnen Boelt. Años más tarde, en 1922, Henri Nackaerts, comerciante de cerveza de Rotselaar, compró la cervecería y la rebautizó como Mena, a partir de la unión de su apellido con el del fundador.

Llegaron las cervezas pilsner, sin tradición en Bélgica y mucho más industriales. Un maestro cervecero checo ayudó a poner en marcha la nueva cervecería, y Mena disparó su facturación. Su historia es compartida por muchas otras pequeñas cerveceras locales belgas, que arrinconaron las elaboraciones tradicionales para abrazar una modernidad industrial y despersonalizada que, finalmente, acabó devorándolas.

Aunque Mena seguía siendo una cervecera con fuerte identificación con su Rotselaar natal, eso era todo lo que le quedaba, sin rastro de las cervezas de alta fermentación que acompañaron sus orígenes. En 1965, como otras muchas pequeñas cerveceras locales belgas, fue adquirida por Brasserie Artois, hoy en el grupo multinacional Anheuser-Busch InBev (los que pusieron el capital inicial para Port Aventura, sí), con marcas como Stella Artois, Budweiser o Corona. Tres años más tarde, Artois trasladó la producción a Lovaina y, en 1969, cerró la fábrica de Rotselaar y liquidó las marcas de Mena. También Mena Pils.

En el edificio modernista de la antigua cervecera de Rotselaar, calificado desde 2005 como monumento histórico, hay desde el año 2008, tras décadas de abandono, una biblioteca y centro cívico municipal.

Mientras pequeñas cerveceras como Mena pasaban a ser, en el mejor de los casos, piezas de museo, un puñado de monasterios trapenses, con discreción y tiempos seculares, inmunes a las modas y tendencias del mercado, preservaron unas elaboraciones de cerveza tradicionales al límite de la extinción.

Fueron la base para el renacimiento de la cerveza belga a partir de la década de los ochenta, con una explosión de nuevas pequeñas cerveceras que buscaban recuperar esas elaboraciones tradicionales que la concentración industrial había estado a punto de borrar del mapa. Hoy, son esas multinacionales las que se han apuntado a ese éxito, con sus cervezas de abadía. 

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