La fascinación del mal (1)

26 mayo 2023 18:59 | Actualizado a 27 mayo 2023 07:00
Josep Moya-Angeler
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Mussolini puso la pistola sobre la mesa para decirle a Rachele que o se casaba con él o la mataba. Rachele le dio cinco hijos mientras él montó una suite para sus amantes diarios (cambiaba cada día y sólo garantizaba veinte minutos de aventura a las que se le ofrecían por carta) en el mismo palacio donde vivía. Mussolini era un estúpido asesino, engreído hasta la ridiculez –«el Duce nunca se equivoca»– sobre cuya conciencia pesan miles de muertes. ¿Era eso maldad?

Sebastián Torralba, un lúcido filósofo de nuestros días, sostiene que el mal existe y que, además, fascina. Horroriza creer en esto. Me parece más sensato pensar en gente equivocada y en auténticos locos, embriagados de sí mismos. Incluso creo que si hay posesiones satánicas, el diablo sólo actúa sobre aquel que posee, no va más allá ni comete crímenes.

Sin embargo, hay experiencias que tal vez sí se acercan hacia la maldad. Una de las peores es desviar dineros públicos hacia el bolsillo del que ostenta un cargo público. O es maldad o está muy cerca de serlo. Tal vez Satán se sienta contento con semejantes émulos, algunos de los cuales, pienso, le superan.

Es cierto que robar debe fascinar no solo al necesitado, de quien se dice que es tan desgraciado que sólo roba a los pobres (El ladrón de bicicletas), sino en especial al poderoso.

Sebastián Torralba, un lúcido filósofo de nuestros días, sostiene que el mal existe y que, además, fascina. Horroriza creer en esto. Me parece más sensato pensar en gente equivocada

Robar va acompañado del proclamarse a uno mismo como hábil gestor, inteligente manipulador de artimañas y afortunado por hacerlo impunemente. El ladrón de despacho, que roba como muestra de un poder mal ejercido, jamás reconoce que practica el mal de no respetar lo ajeno. Pero ¿es eso malignidad? Tal vez sea mucho peor.

El fallecido exorcista padre Amorth, cuyos libros nos ilustran sobre cómo se manifiesta Satanás en este mundo, escribió con rotundidad que estamos invocando a Satán cuando jugamos a la ouija, un aparente entretenimiento en el que el diablo puede hacer realmente acto de presencia. No hace falta creer en ello para que se nos erice el vello con sólo pensarlo. Pero, si Satanás aparece, ¿qué hace o dicta? ¿Poseer almas, brutalmente? ¿Produce goce o fascinación esa posesión?

Durante años he intentado encontrar a personas que sean malignas, lo que se dice ‘malas’. No he dado con ninguna, lo que me hace pensar que tal vez la gente mala lo es más de pensamiento que de obra o que soy un iluso. Sin embargo, hay quien vacía las arcas públicas y eso es peor que ser como Satanás, que hace cosas de corto alcance.

Los que ceden a la presunta fascinación del mal, en una muestra de debilidad, no saben que se pierden saborear algunas de las virtudes auténticas, sutiles y delicadas de la vida

Quien así actúa merece que en la otra dimensión, en el más allá tras la muerte, conozca eso tan terrible que es no gozar de la maravillosa existencia que muchos han visto por una rendija, algo que se ha dado en llamar ‘el túnel y la luz’, cuando se detiene el corazón y se asoma con deleite a otra existencia antes de que los médicos consigan recuperar el pulso.

Sí, tal vez Satán no sea peor que algunos humanos, crueles, abyectos, empecinados en su mal. Y que el mal de los humanos sea la perturbación vestida de seda que les hace creer que lo miserable parezca una virtud. Hasta el punto que la mayoría de asesinos, cuando son preguntados por qué cometieron el crimen, contestan: «Se lo merecía».

¿Hay goce en esa atribución de justicia, y con él hay malignidad? ¿Les ha fascinado matar? Cuando se les añade a los asesinos «¿Qué sintió al matar?», ellos suelen responder: «Nada». La mente y el alma humana se muestran así de contradictorias, turbadoras y turbadas pues su acción no tuvo premio. Tanto mal para nada.

Los que ceden a la presunta fascinación del mal, en una muestra de debilidad, no saben que se pierden saborear algunas de las virtudes auténticas, siempre exquisitas, sutiles y delicadas de la vida. Y son más infelices por lo que no gozarán que por lo que hacen.

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