Camino por las calles de Tarragona hacia mi clase en la URV y me cruzo con una síntesis de todas las Catalunyas y Españas. Hago el mismo camino desde el Balcón hasta Imperial Tárraco que cuando era estudiante. Y el cambio ha sido enorme. Nos parecemos cada vez más a la América creciendo en la diversidad, llena de tensiones, pero también de oportunidades, que solo veíamos en el cine.
Más de uno de cada cuatro viandantes con los que me cruzo no es español de nacimiento. Somos 40 millones los nacidos aquí; pero ya son 10 los que han llegado de otros países. Y eso sin contar los turistas, porque tenemos el mayor número de turistas del mundo en proporción a nuestra población. Sólo se nos acerca Grecia. En Tarragona ya transitan al año más visitantes de paso que habitantes (no digamos en Salou o Cambrils).
Crecemos más que ningún país europeo porque fuimos la economía que más decayó
La verdad es que me cruzo con más perros que nunca, pero también con menos niños, porque las mascotas los van sustituyendo en los hogares y los corazones. Y los trabajadores en la calle casi siempre tienen acento y aspecto extranjeros, porque ya ocupan el 88% de nuestros nuevos empleos.
Oirán en los informativos que España crece –el 3% del PIB– como nunca; pero no hagan mucho caso, porque apenas hemos recuperado la capacidad adquisitiva que teníamos en el 2008, cuando se hundieron bancos y cajas y nos tuvo que rescatar la UE in extremis.
Crecemos más que Alemania o Francia y que ningún país europeo, porque también fuimos la economía que más decayó desde aquella crisis inmobiliaria. Y después de 15 años solo la hemos recuperado. Aquel período de decadencia ha dejado colgada a una generación, que aún vive con sus padres entre los 18 y 34 años, como casi todos mis alumnos veinteañeros.
Cruzo las calles y veo cómo ha cambiado el paisaje humano mucho más que el urbano
No es que estén muy a gusto con nosotros, que también, sino que sus salarios no dan para una modesta habitación; igual que muchos de quienes tienen trabajo aquí no pueden salir de la pobreza. Así que no es extraño que entre ellos aumenten los votantes de extrema derecha, Vox o su Alternativa Catalana, o de cualquier opción radical.
La mayoría de los tarraconenses no trabaja; la mayoría de los catalanes tampoco ni de los españoles. En el resto de la UE trabajan muchos más en porcentaje. Apenas superamos el 45% los que pagamos una pensión que la otra mitad cobra.
Así que cuando oiga a algún político sacar pecho por el crecimiento económico español piense que apenas hemos recuperado lo que ganábamos gracias a acoger inmigrantes y turistas en una cantidad insólita en el resto del planeta.
Voy cruzando las calles y veo cómo ha cambiado el paisaje humano mucho más que el urbano. Me cruzo con chilabas, hijabs y todas las tonalidades de piel, desde el pálido escandinavo al centro africano, que antes sólo nos sorprendían en el cine. Y con ellos todos los acentos en catalán y castellano y todas las lenguas que conservan desde su origen familias enteras.
Y en el gimnasio descubro a los nuevos héroes que, pasados los 70 e incluso los 80, siguen yendo a mantenerse en forma. Les veo llegar apoyados algunos en muletas y bastones. El otro día comentaban en el vestuario cómo caerse a cierta edad para no hacerse daño. Saludo a una señora encantadora de Valls que se mece al ritmo de la bachata de una profesora de baile caribeño, «Vinga, Mercè, vinga», le anima la colombiana que podría abrir escenario en El Eslabón Prendido de Medellín. Son mis nuevas heroínas.