Qué puede (y qué no debe) hacer la IA por nuestra salud mental
El auge de los nuevos ‘compañeros digitales’ reabre el debate sobre los límites y alcances de la IA en la salud mental

La IA ayuda, pero no cura. El vínculo humano sigue siendo imprescindible.
Las cifras hablan por sí solas: cuatro de cada diez personas experimentarán algún problema psicológico a lo largo de su vida. Piénsenlo bien. Eso es mucho. Con estos datos en mano, la urgencia por encontrar soluciones efectivas y avaladas por la evidencia científica ha impulsado la entrada de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito del bienestar emocional.
Hoy en día, el principal uso que se le da a la IA es el de ser un ‘compañero digital’ que escucha, orienta y aconseja sin juzgar. Herramientas como Chat GPT, cuya accesibilidad, aparente empatía y ausencia de crítica, explican por qué cada vez más personas recurren a la IA para desahogar pensamientos, dudas o angustias.
Pero queramos o no, debemos admitir que la IAno solo es mera conversación. La IA ya permite identificar señales tempranas de malestar antes de que se agraven, y lo hace a través de datos que ha recogido en los móviles o dispositivos weareables –patrones de actividad, sueño, pasos, frecuencia de uso del teléfono o cantidad de mensajes–. Esta herramienta, junto con la Evaluación Ecológica Momentánea (EMA), ayuda a anticipar recaídas en depresión o episodios en trastornos graves, ofreciendo la posibilidad de actuar antes de que el problema se intensifique. Sin ir más lejos, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el potencial de la IA, pero insiste en la necesidad de garantizar un uso seguro y ético. Pide a los reguladores que protejan al paciente y recomienda cautela, especialmente ante el avance de los grandes modelos lingüísticos.
En cuanto a las intervenciones psicológicas, la gran mayoría de modelos basados en IA se apoyan en la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC). Su estructura modular y algorítmica facilita su adaptación a entornos digitales mediante programas y ejercicios guiados. De este modo, la TCC digital se ha consolidado como una alternativa eficaz para personas con sintomatología leve o moderada, o para quienes se encuentran en listas de espera para acceder a terapia presencial.
El factor humano que no existe
Es incuestionable que la IA está avanzando a una velocidad vertiginosa que no solo asusta, sino que atemoriza. Pero tampoco es incuestionable que la inteligencia artificial no puede replicar aquello que la ciencia señala como esencial en el proceso terapéutico: el vínculo humano. Más del 40% del éxito de una terapia depende de la alianza entre paciente y profesional, una relación basada en la confianza, la intuición clínica, la comprensión del lenguaje no verbal y el reconocimiento de contextos vitales complejos, desde la cultura hasta el trauma. Elementos imposible de reproducir por un algoritmo.
La IA puede ofrecer respuestas rápidas, estructuradas y seguras, pero un terapeuta aporta algo que ninguna máquina puede imitar: un espacio auténtico, desafiante y profundamente humano, donde se produce la transformación psicológica real. Así pues una cos está clara: IA puede ser un complemento a un profesional, pero jamás un sustituto. En casos como la ansiedad o la depresión, los chatbots pueden resultar útiles al inicio, pero su eficacia tiende a desaparecer a los tres meses.
En definitiva, la IA ha llegado a la salud mental para quedarse. Y su futuro dependerá de encontrar un equilibrio: aprovechar su potencia tecnológica sin perder de vista que, en el centro del cuidado emocional, sigue estando lo único que no puede automatizarse: el encuentro humano.