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Los insectos 'invaden' la Tarraco Arena: así ensaya el Cirque du Soleil su espectáculo en Tarragona

La compañía ya se prepara para una semana ajetreada en la ciudad: cuatro días (desde el 18 hasta el 21 de diciembre), seis funciones y, de momento, 16.000 entradas vendidas para una historia contada por 53 artistas de 25 nacionalidades

Un instante del ensayo de uno de los grupos.

Un instante del ensayo de uno de los grupos.ÀNGEL ULLATE

Joel Medina

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Antes de que se apague la luz y el público contenga la respiración, OVO ya late con fuerza en el interior de la CaixaBank Tarraco Arena. No hay aplausos todavía, pero sí sudor, concentración y una coreografía invisible que se repite en el ensayo general de uno de los espectáculos más coloridos del Cirque du Soleil. Tarragona será la puerta de entrada europea de esta producción y el hormiguero —nunca mejor dicho— ya está en plena actividad.

Serán seis funciones en la ciudad y, a falta de los últimos días, ya se han vendido unas 16.000 entradas, una cifra que permitirá alcanzar cerca del 80% de ocupación. Pero antes de que las gradas se llenen, el verdadero espectáculo ocurre detrás del telón.

En el backstage, convertido en una pequeña ciudad itinerante, hay un gimnasio plenamente operativo donde los artistas afinan músculos y reflejos. Aquí la acrobacia es la columna vertebral, pero no una jaula: convive con espacios donde el intérprete puede respirar, escuchar al público y dejar que el personaje fluya. Incluso en una maquinaria tan precisa como la del Cirque du Soleil, hay margen para la improvisación.

OVO nació en 2009, pero lo que se verá en Tarragona es una versión profundamente renovada. Y lo hace con una declaración de intenciones clara: estrenarse en Europa desde aquí. Sobre el escenario, 53 artistas dan vida a un micromundo de insectos donde nadie es humano y, sin embargo, todo resulta extrañamente cercano. Escarabajos, grillos, mariposas, mariquitas… y una mosca azul que viaja cargando un huevo gigantesco a la espalda, símbolo y motor de toda la historia. De amor, por cierto.

Las mariposas surcan el espacio colgadas de cintas aéreas, dibujando trayectorias suaves y precisas. Debajo, hojas por todas partes construyen un ecosistema cambiante donde conviven luces, sonidos y proyecciones. También un ejército técnico trabaja en silencio para que arriba todo parezca natural, casi improvisado, aunque nada lo sea del todo.

La música es otro de los corazones del espectáculo. Siete músicos interpretan en directo toda la banda sonora, visibles para el público, ajustando cada ritmo a lo que sucede en escena. La mezcla bebe de Brasil: sonidos orgánicos que empujan la acción y dialogan con ella. Nada está enlatado; todo respira al mismo tiempo que los cuerpos.

Mover OVO por Europa es una proeza logística: 21 camiones transportan este universo ambulante. En Tarragona, seis lavadoras y tres secadoras funcionan sin descanso, apoyadas por una hilera de ventiladores que tienen la misión de secar. En cada función entran en juego más de 800 piezas de vestuario, todas hechas a mano en Montreal, igual que los zapatos. Cada artista tiene su propio maquillaje, su propia piel de insecto. Los payasos calzan algunos de los zapatos más singulares del Cirque du Soleil, incluido uno que presume de ser el más largo de toda la compañía.

El ensayo avanza sin rigidez, pero con precisión. Se repite un salto, se ajusta una luz, se prueba un gesto distinto. Hay concentración, pero también juego. Aquí nadie olvida que el espectáculo vive del riesgo, de la conexión y de ese instante irrepetible que solo ocurre cuando el artista se permite fluir.

OVO todavía no ha abierto sus alas ante el público de Tarragona, pero ya zumba, se agita y toma forma. Y lo hace como una colmena bien organizada, sí, pero viva, flexible, lista para invadir la ciudad y demostrar que incluso el universo más pequeño puede contener un espectáculo gigantesco.

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