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Francisco Zapater: «La rabia ante una injusticia me llevó a estudiar Derecho»

«Mutuo acuerdo». Es una de las expresiones que con más frecuencia sale de la boca de este jurista que ama Tarragona

03 septiembre 2023 15:27 | Actualizado a 03 septiembre 2023 15:33
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Cuando uno entrevista al abogado Paco Zapater (Chelva, Valencia, 1946), la conversación se llena de palabras como «mutuo acuerdo», «consenso», «pacto», «justicia», «ayudar»... lo que ya sirve para definir su carácter. Tarraconense de adopción –lleva más de cuarenta años asentado en la ciudad–, ha ejercido de abogado, como Síndic de Greuges de la Universitat Rovira i Virgili e incluso hizo una incursión en la política municipal. Persona entregada a su trabajo y a su familia, la vida le golpeó con extrema dureza en julio de 2010, cuando su hija Clara falleció en la Love Parade de Duisburgo, Alemania. Ahora, ya jubilado, habla de todo ello.

Nació y creció en Chelva. ¿Cómo llegó a Tarragona?

En 1972 hice unas oposiciones a jurista y me destinaron a Tarragona. Vine con la idea de pedir el primer traslado que saliera para Valencia. Pero conocí a una chica llamada Núria Caminal y ya nunca me pude ir de Tarragona.

O sea, que está aquí por amor.

Sí, así es. Y además de estar enamorado de mi mujer, también lo estoy de Tarragona, una ciudad con mar, patrimonio de la humanidad, de dimensiones humanas, donde es fácil vivir, donde todo el mundo es bienvenido y que ya siento como mía.

¿Cuándo descubrió que quería ser abogado?

La decisión de estudiar Derecho tiene su origen en una injusticia que vivimos en casa a principios de los sesenta, en mi Chelva natal. Un sargento de la Guardia Civil, apellidado Muñoz, amenazaba con detener a mi hermano, cobrador del autobús, si mis padres no le pagaban 500 pesetas en 24 horas. Todo porque la maleta de su hijo, que iba en la baca del autobús, se había manchado al caer sobre ella una garrafa de aceite. Mis padres –peón caminero y ama de casa– no disponían de esa elevada cantidad, pero sabían que la amenaza iba en serio. De ahí la angustia que vivimos hasta reunir, gracias a la solidaridad de la familia extensa, el dinero fijado por el sargento víctima-juez-verdugo. Yo era un adolescente y la rabia e impotencia que sentí sembraron en mí el deseo de estudiar una carrera que me dotara de defensas frente a arbitrariedades como la del prevaricador sargento Muñoz.

Y cumplió. Hizo la carrera de Derecho.

Sí, antes trabajé diez años como funcionario de justicia en Tarragona. Mientras, cursé la carrera de Derecho. Barajé tres posibilidades: ser abogado, opositar para juez o seguir de funcionario de justicia. Lo de juez era lo que más me atraía, por mi carácter, pero había problemas para compatibilizar el destino de mi mujer, profesora de catalán en Tarragona, y el mío. Opté por ser abogado y me quedé en Tarragona.

Y ha ejercido durante cuarenta años en dos ramas tan sensibles como la penal y la matrimonial. Debe de ser difícil no involucrarse a nivel personal.

Hablamos de cosas tan difíciles de asumir como la pérdida de la libertad y de la estabilidad familiar. Te tienes que involucrar por necesidad, pero desde una perspectiva profesional. Has de mantener la serenidad y el buen juicio, pero quieras que no, te involucras con los casos y los clientes, entras en el terreno de los afectos, y por esto la abogacía es una fábrica de hacer amistades. También ganas alguna enemistad, claro, porque no todos los casos salen bien.

¿También entre abogados?

Hay muy buen rollo en Tarragona tradicionalmente, pese a que nuestro trabajo concita la pugna dialéctica. En los últimos años es diferente. Si no todos se pueden ganar la vida, llegan los codazos.

A los abogados les persigue una cierta mala fama. ¿Lo entiende?

Sí, tenemos mala fama, somos como los catalanes, que vistos de lejos no gustamos, pero de cerca somos otra cosa. Hablamos mucho, pero resolvemos una cantidad de conflictos enorme. El abogado tiene que ser pactista, buscar la solución consensuada de los conflictos como mejor modo de ayudar al cliente. El mejor pleito se soluciona antes de comenzar las hostilidades. Si no existieran los abogados los países serían ingobernables, desactivamos cantidad de conflictos.

$!El abogado Paco Zapater. Foto: Àngel Ullate

Se le ve satisfecho. ¿Ha disfrutado de su carrera o la ha sufrido?

He disfrutado más de lo que he sufrido, y eso que esta es una profesión de picar mucha piedra, de horarios sin fin y en la que es fácil implicarse. Sí, me ha satisfecho mi carrera.

¿Hay algún caso que recuerde con especial orgullo?

Varios. Uno de los que más satisfacción me produjo fue la resolución del asesinato de Mari Carmen Castell. En una noche de Carnaval, un vecino la llevó al castillo de Ulldecona, la violó y la mató. Se tardaron 16 años en encontrar al autor, y se le condenó por homicidio y violación. Yo era acusación, de parte de la familia de la víctima. Desde entonces nos une una gran amistad.

¿Y uno que le generara especial frustración?

Sí, por ejemplo uno en Cambrils. En los años 90 se produjo una serie de atracos en casas que generaron mucha alarma y la Guardia Civil detuvo a un chico que cantó estando detenido porque, según él, un guardia la había puesto una pistola en la mesa. Sin ser el autor, se declaró culpable y al día siguiente ante el juez de Reus podía haber rectificado, pero se ratificó y le cayeron 16 años, siendo inocente. Yo le defendía.

¿Pasó en la cárcel 16 años siendo inocente?

No cumplió la condena porque las condenas penales en este país son como un azucarillo en el café, se disuelven con facilidad.

¿Y eso es bueno o malo?

Yo considero que la prisión no rehabilita, que tiene que haber otros sistemas.

«Quieras que no, te involucras con los casos y entras en el terreno de los afectos. La abogacía es una fábrica de hacer amistades»

Y al revés, ¿cómo es defender a alguien sabiendo que es culpable? ¿No genera esto conflictos morales?

Es una pregunta recurrente. Parto de la base de la culpabilidad de un cliente y dedico mi esfuerzo a que la pena sea la menor posible dentro del arco que establece la ley para ese delito. Y no, no te puede causar conflicto moral alguno, porque la misión del abogado es defender, la del fiscal es acusar y la del juez, juzgar.

¿Qué se siente cuando un reo sale libre sabiendo su abogado que es culpable?

Aunque sea tu defendido, no te hace mucha ilusión porque sientes que no se ha impartido justicia. Lo ideal es llevar la bandera de la razón. Siempre hay más de una versión y siempre hay una parte que tiene la razón y quien no la tiene. Si la tienes todo es más fácil.

Tras la muerte de su hija Clara en la Love Parade de Duisburgo en julio de 2010, donde se acumuló casi el doble del aforo permitido, unas 250.000 personas, usted se enfrentó al sistema judicial alemán.

Aquello fue un palo muy grande. La fiscalía alemana abrió una investigación por homicidio imprudente –hubo 22 muertos y 500 heridos–, pero desde el primer momento vimos que por parte de las autoridades judiciales alemanas no había mucho interés por aclarar las cosas. Y el tribunal de Duisburgo archivó la causa en 2016 al no apreciar indicios de delito.

Pero hubo evidentes negligencias.

Sí. Nosotros, los familiares, muy enojados, apelamos la decisión; también lo hizo el fiscal. Simultáneamente recogimos 367.000 firmas en toda Europa a través de Change.org y las entregamos al tribunal de apelación. La audiencia de Dusseldorf aceptó el recurso y obligó a que se celebrara un juicio.

¿Y qué pasó después?

El juicio comenzó en noviembre de 2017. Había una ley que dice que si a los diez años no hay sentencia el caso se archiva. Un peligro del que íbamos advirtiendo, pero no hubo manera. El proceso se alargó en el tiempo y en 2020 el Tribunal Regional de Duisburgo archivó la causa.

¿Y qué queda por hacer ahora?

Por supuesto, no estamos de acuerdo con esto y mi familia interpuso un recurso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en enero de 2021. Estrasburgo nos ha admitido a trámite el recurso. Es un hito importante, teniendo en cuenta que admite aproximadamente un 10% de los recursos que se presentan. Esto me lo llevo yo. Claro que esto equivale a haber metido un gol al principio del partido, lo que no te garantiza el triunfo final, pero bueno, has metido un gol.

¿Y qué espera conseguir?

En ningún caso habrá un culpable, pero aspiramos a obtener una victoria moral. Queremos que Estrasburgo diga que la justicia alemana no nos dio un juicio equitativo. A estas alturas es lo único que se puede conseguir.

Para nosotros será suficiente porque la frustración que hemos vivido ha sido muy grande.

¿Decepcionado con la justicia alemana?

Mucho. Alemania no es como parece. Allí silban y miran para otro lado. Aquí, en España, sucedió algo similar con el Madrid Arena y

hubo juicio, condena y los culpables están pagando su culpa.

También ejerció como Síndic de Greuges de la Universitat Rovira i Virgili.

La URV suele buscar su síndic, cuya función es defender a la comunidad universitaria, fuera de esta, para que no tenga vinculación con ninguna de las familias de ese colectivo. En 2004 se me propone, digo que sí y estoy cinco años, un mandato, sin posibilidad de seguir.

¿Qué recuerdo guarda de aquella labor?

Fue una época muy agradable que me permitió conocer la universidad por dentro. Lo compatibilicé con la actividad de mi despacho de abogado. Yo estaba acostumbrado a temas de pérdida de libertad o de la estabilidad familiar por divorcios y en la URV apenas había conflictos, y los que había eran muy menores. Uno cogía el teléfono, hablaba con la parte contraria e intentaba que el conflicto se solucionara de mutuo acuerdo.

¿Recuerda alguno?

Sí, por ejemplo el de un estudiante al que no le dejaban llevar su fiambrera al bar de la universidad. Intervine y el chico pudo comer su comida, porque el bar es de la URV.

«Los abogados tenemos mala fama, somos como los catalanes, que vistos de lejos no gustamos, pero de cerca somos otra cosa. Resolvemos muchos conflictos»

También probó con una incursión durante una legislatura en la política municipal.

Ballesteros me había propuesto en dos ocasiones estar en su lista. Le dije que no las dos veces, una porque no podía dejar la crianza de mis hijos, y la otra, porque estaba ejerciendo como Síndic en la URV. Luego se produjo la muerte de mi hija, un hachazo que te abre el pecho de par en par, y sentí el apoyo y el cariño de Tarragona. Entonces consideré que debía retornar parte de lo que me había dado a una ciudad que me había ayudado en unos momentos tan trágicos.

¿Cómo lo llevó?

Simultaneé el Ayuntamiento con mi despacho de abogado. Yo no soy político, soy un ciudadano al que le interesa cómo va su ciudad y su país y que no tiene expectativas políticas. Eso sí, trabajé como un burro, hacía más horas que un reloj, pero me lo pasé muy bien. Yo llevaba dentro de mí una pena enorme y aquello me dio una pequeña vida y la posibilidad de hacer una pequeña contribución a la gobernanza de la ciudad durante cuatro años.

¿Qué aprendió?

Fueron cuatro años muy atractivos, como si hubiera hecho un máster sobre Tarragona. Conocí a mucha gente y me di cuenta de que muchas personas buscaban el protagonismo, pero también había muchas otras que hacían cosas sin que se enterara la gente y sin buscar el reconocimiento social. La hoguera de vanidades frente a la gente que ayuda a la ciudad sin que se entere nadie.

¿No hizo enemigos?

Yo siempre aposté por el mutuo acuerdo, por el diálogo, buscaba los consensos de todos para la solución de los conflictos. Había buen rollo y estabilidad, pese a que estábamos en minoría y a que sufrimos una crisis enorme, no había dinero y había que hacer recortes.

«Invitaría a una paella a Sánchez y Feijóo. Pero me temo que estos no alcanzarían un acuerdo ni con una paella»

Pero ese buen rollo se acabó.

Sí, se ha perdido en parte por el tema del Procés. Se produjo una denostación de la figura de Ballesteros en las procesiones, se le hizo mobbing político, y el procés envenenó muchas relaciones, entre ellas las de los concejales del Ayuntamiento de Tarragona.

¿Y cómo ve Tarragona ahora?

El resultado de las últimas elecciones ha constatado una normalización que se está produciendo en Catalunya desde que entró en el gobierno Pedro Sánchez. Se han apaciguado muchas cosas. Ya no domina el lazo y la pancarta, sino que se busca la mejora de los tarraconenses. Hay que esperar a ver cómo lo hacen.

Ahora, jubilado, ejerce también de abuelo.

Esta es la faceta más satisfactoria que nos ha tocado en los últimos trece años. Una nena de seis años, Gala, y una de dos, Noa, que han sido un regalo de la vida en una época en la que no tienes responsabilidad sobre los nietos, pero tampoco tienes soberanía sobre ellos. Ellos son prioritarios. Cuando están en casa, esta se llena de vida. Ser abuelo provoca un sentimiento de ternura enorme.

Sus paellas son famosas. Incluso alguna vez ha dicho que lograrían poner de acuerdo a políticos diferentes. ¿Invitaría a una a Sánchez y a Feijóo?

Yo invitaría a ambos, pero también llamaría a Puigdemont y a Illa, que me parece un político muy sensato. Pero dudo que pudieran llegar a un consenso, y mira que nos hace falta buscar un mínimo común denominador que nos concierna a todos. Pero me temo que estos, ni con paella.

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