Casa Orsola es una de las miles de viviendas en la capital catalana que están siendo vendidas al turismo.
Asusta empezar así, sin embargo, es la síntesis más acertada de la situación a pesar de su siniestro semblar. Barcelona, y en este caso el Eixample, como tantos otros barrios de España, es ahora una parodia simplona de sí misma, un lugar que pretende mantener su encanto cultural a pesar de haber exiliado a la población local en interés del turismo y el lujo inversor.
Estos espacios cuentan la historia de la transformación, cada vez más acelerada, a manos de la especulación inmobiliaria a base del auge de los pisos turísticos, expulsando a los residentes y los negocios tradicionales, esencia del barrio, que no pueden más que ceder ante cadenas globales, tiendas de recuerdos y tiendas de uñas, despojando las ciudades de su individualismo característico y dejando núcleos monótonos hechos en serie.
Y como Roma es modelo para las provincias, en Reus el alquiler se dispara más de un 8%, con una renta media de 600 euros.
El pasado viernes fue el punto cúspide de la tensión en la calle Consell de Cent, donde centenares de vecinos nos reunimos para resistir el embate con un maratón cultural. En esta misma concentración se dejaron ver miembros del consistorio barcelonés, algunos de los cuales tuvieron en 2021 la oportunidad de ejercer el derecho de tanteo por la compra del inmueble por parte del ayuntamiento y frenar así la operación inmobiliaria, y que, sin embargo, se decantaron por la inversión de la copa América.
Ayer se publicó una carta del propietario de la finca, escrita bajo su nombre y no bajo la firma del fondo inmobiliario que dirige. En el manifiesto subraya que el esfuerzo y el trabajo son valores que deberían ser pilares fundamentales de nuestra sociedad, siendo él mismo persona que vive de las rentas impuestas a otros.
La vivienda es un bien esencial limitado que han convertido en negocio, y que nosotros debemos resignificar como un campo de batalla moderno para garantizarnos un futuro digno.
Y recordar que hoy y siempre es Casa Orsola; la respuesta ciudadana en el caso es ejemplar y nos deja con un precedente multitudinario alentador, pero no hay que olvidar que cada día hay desahucios igual de injustos en barrios y ciudades menos mediáticas, donde la resistencia decisiva es ejercida por grupos, en la gran mayoría de ocasiones, de menos de 20 vecinos que luchan por mantener un paisaje social que cada vez es más despersonalizado por personas codiciosas.