En la Zona Cero: vidas marcadas por el 11-S

John, Luz y Lila vivieron en primera persona los atentados terroristas contra las Torres Gemelas y los recuerdan ahora, veinte años después

11 septiembre 2021 06:20 | Actualizado a 12 septiembre 2021 06:54
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Hace veinte años, se produjo un punto de inflexión en miles de vidas cuando dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas. De entre sus escombros se ha levantado una sociedad que, mirando hacia adelante, ha luchado por construir un mundo mejor. Estas son algunas de sus historias.

JOHN FEAL: «AQUEL OLOR ME PERSEGUIRÁ EL RESTO DE MI VIDA»

Doce horas después del derrumbe, John Feal corrió hasta la primera línea de la Zona Cero y dio lo mejor de sí como supervisor de demolición durante cinco días y medio, hasta que sufrió un aparatoso accidente cuando una viga de metal de casi 4 toneladas le cayó en un pie, tras lo que pasó once semanas hospitalizado. «Los trabajadores no uniformados, miembros de sindicatos, comerciantes, electricistas y fontaneros comunes superamos en número a los policías y bomberos, cinco a uno. Hoy seguirían limpiando la Zona Cero si no fuera por esos hombres y mujeres que llegaron, ciudadanos de a pie, y pusieron su salud a un lado», reivindica. Feal habla con Efe desde su despacho en la FealGood Foundation (un juego de palabras entre su apellido y la expresión ‘sentirse bien’), con la que ha apoyado a otros trabajadores de emergencia en el 11-S que afrontan problemas de salud y ha contribuido a que se aprueben 13 medidas legislativas en su favor. «Nunca olvidaré el olor, el olor me perseguirá el resto de mi vida y por eso probablemente no duermo mucho, pero elijo recordar lo bueno, la empatía, la humanidad», apunta.

LUZ GARATE: «CAMBIÓ COMPLETAMENTE MI VIDA»

Trabajaba como limpiadora en las oficinas del número 5 del World Trade Center, pero la mañana del 11 de septiembre, día electoral, Luz Garate estaba ayudando como voluntaria para su sindicato unos bloques más al norte, en el barrio de Tribeca, donde pronto empezaron a llegar personas cubiertas de ceniza entre sirenas de ambulancia. «En ese entonces yo me sentía inútil, no podía hacer nada, y pensaba en las personas que estaban adentro, compañeros, los que trabajaban en el día, inquilinos que conocía... Yo trabajé 13 años en esos edificios», dice sobre aquel día del que asegura no haber hablado en mucho tiempo. Su sindicato, SEIU32BJ, convirtió sus instalaciones en un «centro de crisis» durante semanas para localizar y ayudar a sus miembros. Fallecieron 24, y miles perdieron sus empleos. asegura que vivir el 11-S cambió su vida «completamente», sobre todo en lo referente «a la ayuda al prójimo, no solo con los compañeros, sino de buscar un cambio y justicia social, tanto en lo económico como en lo racial». Hoy critica que se hayan perdido tantas vidas «por una guerra que no nos ha llevado ni nos va a llevar a nada».

LILA NORDSTROM, UNA DE LAS 300.000 PERSONAS QUE ENFERMARON POR LA TOXICIDAD DEL AIRE

Lila Nordstrom era una estudiante en su tercer día de clases en el Instituto de Stuyvesant, en el bajo Manhattan. Notó el suelo temblar, escuchó una enorme explosión y desde la ventana observó una «bola de fuego» en lo alto del World Trade Center. «Acabé entre la estampida de gente que iba hacia el norte», relata Nordstrom, quien volvería al aula pocas semanas después por una «decisión política», critica, que marcó su salud y la de toda una comunidad que acabó desarrollando problemas por la toxicidad del aire cerca de la Zona Cero. Nordstrom se volcó en el activismo y creó la organización StuyHealth junto a un compañero diagnosticado con linfoma para reivindicar el derecho de los niños, particularmente los escolarizados en el área, a ser incluidos en las compensaciones para gastos médicos como las que recibían los equipos de emergencias. Su lucha, que la llevó hasta el Congreso de EE.UU., está recogida en unas memorias que ha publicado recientemente, «Some Kids Left Behind: A survivor’s fight for health care in the wake of 9/11», con las que quiere dejar constancia de la experiencia de «gente normal» como ella. «No tenemos acceso a la narrativa del heroísmo, Solo somos víctimas de una mala política», explicó. calculando que «hay entre 300.000 y 400.000 personas que encajan con el criterio federal» para pedir ayudas por haber desarrollado enfermedades relacionadas con el 11-S.

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