Masiva manifestación por la paz, con fuertes abucheos al Rey y Rajoy

Una gran pancarta denunciaba: ‘Felipe y Rajoy, cómplices del comercio de armas, no tenéis vergüenza’. ‘Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas’, rezaba otro cartel.

27 agosto 2017 14:13 | Actualizado a 27 agosto 2017 14:48
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Cientos de miles de catalanes salieron ayer a la calle para condenar los brutales atentados yihadistas del jueves de la semana pasada en Barcelona y en Cambrils, para expresar que no tienen miedo al terrorismo y para proclamar que la violencia no modificará su modo de vida en paz, libertad y democracia.

La movilización había sido convocada como la «manifestación de la gente» y fue la ciudadanía la que tuvo todo el protagonismo en una marcha marcada por la sonora pitada al Rey y a los miembros del Gobierno central, que acudieron a la protesta. 

Sectores del independentismo y de las entidades pacifistas recibieron y despidieron al jefe del Estado y al Ejecutivo central con una fuerte silbada y con la exhibición masiva de carteles en los que les culparon indirectamente de los atentados por la relación comercial que mantiene España con las monarquías del Golfo Pérsico.

«Fuera, fuera», «votaremos», «no tengo miedo, ni Rey», fueron algunas de las consignas que se pudieron escuchar durante la marcha. 

Una gran pancarta, situada justo detrás de la cabecera de la manifestación, denunciaba: «Felipe y Rajoy, cómplices del comercio de armas, no tenéis vergüenza». «Felipe, quien quiere la paz no trafica con armas», rezaba otro cartel.

La pitada al Rey, alentada desde el soberanismo y desde los grupos de la izquierda radical, se mezcló con el mensaje de unidad y clamor unánime contra el terrorismo que buscaba la manifestación, organizada por la Generalitat y el Ayuntamiento de Barcelona. Por momentos, más que una movilización contra el terrorismo parecía una protesta contra el Rey, el Gobierno y el PP.

‘No lo debemos magnificar’

El proceso secesionista no se quedó al margen, como pudo comprobarse con la amplia presencia de banderas independentistas. Puigdemont evitó criticar la bronca. «La libertad de expresión por encima de todo. Pero tampoco lo tenemos que magnificar», dijo.

La presencia del jefe del Estado en la manifestación había estado rodeada de polémica, especialmente, por el rechazo a su presencia de grupos como la CUP o Podem Catalunya, o el de 170 entidades sociales, entre ellas las independentistas ANC y Òmnium Cultural, que vetaron su asistencia y, además, trataron de politizar la marcha instando a sus asociados a llevar ‘esteladas’.

Nueve días después de la tragedia, la respuesta contra el terror fue, no obstante, masiva e histórica. Barcelona respondió como se esperaba y buena parte de la ciudadanía que acudió a la movilización ofreció la mejor versión de sí misma.

La cara de una población castigada y conmocionada por el dolor, pero dispuesta a seguir adelante y a no permitir que la intolerancia se apodere de la calle. 

La Guàrdia Urbana habló de medio millón de personas. Cifras inferiores a las de la manifestación del ‘No a la guerra’, en 2003, o las que se registraron tras el atentado de Hipercor (1987) o el asesinato de Ernest Lluch (2000), a manos de ETA.

Barcelona expresó que no tiene miedo en una manifestación que recorrió el Passeig de Gràcia a lo largo de kilómetro y medio hasta la Plaça de Catalunya, en la que la gente fue la protagonista, ya que 75 representantes de los cuerpos de seguridad, de emergencia y de entidades vecinales y ciudadanas encabezaron la protesta y relegaron a las autoridades políticas e institucionales a un segundo plano, en una segunda cabecera. 

La ciudadanía tuvo además un papel central, porque no hubo discursos institucionales, como en otras ocasiones, sino que la palabra la tomó la sociedad civil. Primero para dar una respuesta cívica a la barbarie y en segundo lugar para decir que la gente ha salido a la calle para avisar a los terroristas que «si su ideología es la muerte, la nuestra es una apuesta decidida por la vida», según el texto que leyó al final de la manifestación la actriz Rosa Maria Sardà en el escenario instalado en la Plaça de Catalunya. 

«No conseguirán dividirnos, porque no estamos solos, somos millones de personas las que rechazamos la violencia y defendemos la convivencia en Manchester y en Nairobi, en París o Bagdad, en Bruselas y Nueva York, en Berlín y Kabul», afirmó.  

En su discurso, Miriam Hatib, también barcelonesa, miembro de la fundación musulmana Ibn Battuta, señaló que ni la «islamofobia ni el antisemitismo ni ninguna expresión de racismo o xenofobia tienen cabida en nuestra sociedad». «El amor acabará triunfando sobre el odio», remató. 

Fue un acto corto, sencillo, pero muy emotivo. Como los versos de Lorca, la música de Pau Casals o los miles de rosas que sujetaron los manifestantes, con los colores de la ciudad y de la esperanza por un mundo en paz. La protesta acabó como empezó: con miles de personas gritando «no tenim por».

A pesar de su papel secundario, al menos en cuanto a la ubicación, la gran marcha contra el terrorismo yihadista tuvo la representación institucional más numerosa e importante que se recuerda en el Estado español.

Nunca antes el jefe del Estado había acudido a una manifestación y el Rey estuvo ayer en Barcelona. Su presencia en la capital catalana ha sido constante a lo largo de estos días de duelo. Estuvo el viernes, el día después de la tragedia, en el minuto de silencio de la Plaça de Catalunya; estuvo con los heridos en los hospitales, se acercó el sábado pasado al mosaico de Joan Miró, la zona cero del atentado en Las Ramblas, depositando unas flores y una vela; y presidió, el domingo, la misa celebrada en la Sagrada Familia en recuerdo de las 15 víctimas. 

Junto al monarca, la más amplia representación política en muchos años. Desde el presidente del Gobierno y buena parte de su equipo de ministros; el vicepresidente del Parlamento Europeo y el comisario europeo de Acción por el Clima y Energía; los presidentes del Congreso y del Senado; el presidente de la Generalitat y sus homólogos autonómicos; la alcaldesa de Barcelona, así como la representación de la totalidad de los partidos del Congreso y de la Cámara catalana. Prácticamente no faltó nadie en lo que a la vida política e institucional española y catalana se refiere.  

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