Vandellòs i l'Hospitalet de l'Infant
«Jo també soc de Castelló»: Sentimiento de pertenencia herencia de dos siglos
La Associació Masia de Castelló reúne a más de 500 personas con raíces en este núcleo despoblado de Vandellòs. Un libro recoge las historias de las últimas 27 familias que lo habitaron y recupera el nombre de más de 10.000 descendientes

Descendientes de las 27 casas de Castelló pasando por el portal que se ha erigido en su homenaje a las puertas del pueblo.
Un pueblo sin habitantes no tiene por qué ser un pueblo sin vida. Eso es algo que lleva demostrando la Associació Masia de Castelló 27 años, desde que empezaron a recuperar este núcleo despoblado de Vandellòs i l’Hospitalet de l’Infant. Este sábado, la entidad ha reunido a más de 500 personas, todas ellas con raíces en el pueblo, al grito de: «Jo també soc de Castelló». El encuentro ha sido una fiesta de homenaje a las 27 familias que habitaron Castelló y que desde ahora cuentan con un monumento en su honor a la entrada del pueblo.
La cita ha servido también para presentar el libro Famílies i genealogies de la Masia de Castelló. Camins de vida des de 1817, que ha editado la asociación para recuperar los árboles familiares de sus últimos habitantes. «Se habían recuperado las casas, se habían recuperado las calles y ahora lo que se buscaba era recuperar quién vivía aquí», señalaba Meritxell Blay, que ha escrito el libro a cuatro manos junto a la autora local Cristina Castellnou.
Han sido dos años y medio de investigación que han desembocado en un árbol genealógico con más de 10.000 nombres propios. El punto de partida fueron las 77 personas que había censadas en Castelló en 1817. De ahí, han ido tirando del hilo hasta la actualidad. Mediante mucha documentación y fotografías antiguas, pero también a través de la impagable memoria oral. Entrando a las casas y escarbando las raíces familiares para dar forma a una obra que pone al descubierto el ADN de Castelló.
En el camino, han encontrado hijos del pueblo esparcidos por todo el Camp de Tarragona, pero también en otros puntos de Catalunya e incluso en el extranjero, como en Argentina o Cuba. Para muchos de ellos, la primera noticia de sus orígenes se la dieron las dos autoras.
En la década de 1950 se fueron los últimos habitantes de Castelló, pero la despoblación comenzó mucho antes. La incipiente industria turística se convirtió en la salida de muchas de las familias que dejaron Castelló, lo que responde en parte a la gran dispersión por el territorio. Como curiosidad, el primer chiringuito que hubo en L’Ametlla de Mar, Cal Puntaire, lo hicieron castellonenses con uno de los apodos de las casas.
Lola Gil Saladié tiene 90 años y es el último testigo vivo de cómo era vivir en Castelló. La casa familiar, Cal Pere Bou, fue una de las últimas en abandonarse. Todavía hoy, recuerda cómo despedía a sus hermanos cuando se iban andando hacia la escuela, en Vandellòs, o cómo pasaba los veranos y las épocas de cosecha jugando con otra niña mientras los padres se iban al campo. «Cuando nos fuimos quedaban dos o tres casas. Tengo recuerdos muy bonitos, todos nos queríamos mucho», expresaba este sábado emocionada.
«Llevamos muchos años recuperando el pueblo, haciendo un trabajo que casi sin querer ha provocado todo este rebote social. Es muy emocionante», reconocía Santi Nomen, presidente de la asociación. La respuesta que han obtenido por parte de tantas y tantas personas con antepasados en Castelló ha sido una sorpresa. Un sentimiento de pertenencia que no deja de crecer y que abre un futuro esperanzador para un pueblo que nunca quedará vacío.