Antoni Ballester,de Mont-roig a la Antártida

El aventurero. Se cumple un año del fallecimiento de este científico que soñaba con el continente más austral de la Tierra, donde consiguió instalar la primera base española

02 marzo 2018 11:05 | Actualizado a 02 marzo 2018 12:25
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La Antártida era su sueño. Antoni Ballester estaba obsesionado con el continente más austral de la Tierra y no paró hasta que consiguió montar la primera base española, un objetivo que le costó diecisiete años de lucha. Este pasado 15 de febrero se cumplió el primer aniversario del fallecimiento de este montrogense que hizo historia con su empeño científico.

Nacido en 1920, combatió en el ejército republicano. Tras la guerra civil, lo primero que hizo fue licenciarse en Ciencias Químicas y doctor ‘cum laude’ en Ciencias Biológicas por la Universitat de Barcelona. Desarrolló buena parte de su trayectoria profesional como investigador del Instituto de Ciencias Pesqueras, ahora conocido como el Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC), pero también invirtió muchos años en centrar su investigación en el continente antártico.

«Antoni era una persona muy entusiasta, un seductor de palabras, no dejaba indiferente a nadie. Le gustaba la aventura»

En la década de los 50 fue nombrado director del Instituto de Ciencias del Mar de Isla Margarita, Venezuela, donde vivió tres años para iniciar el laboratorio oceanográfico de la Fundación La Salle, su primer gran éxito. También presidió el Comité de Oceanografía Química del CIESM, de Mónaco y fue asesor del presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas –CSIC-.

Pasión por la Antártida
La primera vez que el montrogense pisó la Antártida fue en 1966. El Real Instituto de Ciencias Naturales de Bélgica lo invitó a participar en la campaña de investigación ‘Magga Dan’. Durante su estancia inició un estudio y puesta en marcha de un sistema de análisis y registro de manera continuada de datos referentes a la composición química, la salinidad y la temperatura en aguas de mar utilizando sensores remotos. Un sistema pionero que posteriormente se aplicó en los barcos oceanográficos. Allí fue donde se le despertó el instinto que España debía participar en este tipo de investigación.

Amigo del almirante Jacques Cousteau, cuando volvió a tierras españolas empezó su lucha por mentalizar a las autoridades sobre la importancia de involucrarse en este proyecto, ya que estaba convencido que el futuro de la ciencia estaba en el continente. 

En 1984 consiguió que el gobierno argentino lo invitara a participar en la campaña anual que realiza el rompehielos ‘Almirante Irízar’, que se centraba en el estudio de las bacterias en ambientes extremos. Lo acompañaron las científicas Josefina Castellví y Marta Estrada, dos compañeras del ICM. «Antoni era una persona muy entusiasta, un seductor de palabras, no dejaba indiferente a nadie. Le gustaba la aventura y siempre quería hacer muchas cosas y a veces no llegaba», explica Estrada.

La científica apunta que el viaje duró un mes y medio. Durante su estancia, visitaron muchas bases antárticas. «Se hizo un trabajo muy importante, fue el primer contacto de la ciencia española en la Antártida», señala. 

«El ictus que sufrió fue un golpe muy duro. Fue a un logopeda para recuperar el habla»

Dos años más tarde, Ballester regresó a la Antártida con otro equipo de expertos catalanes, formado por Joan Rovira, Agustin Julià y Josefina Castellví, compañera incansable de aventuras y experiencias. Lo hicieron gracias a los contactos polacos del oceanógrafo. «Ellos ayudaron más que los españoles a iniciar el proyecto. También tuvieron la ayuda de los argentinos», asegura Estrada. 

A bordo del buque ‘Profesor Siedlecki’ participaron en la expedición ‘Biomass III’, que tenía el objetivo de estudiar la distribución y trascendencia de los metales presentes en aguas subantárticas y antárticas del estrecho de Bransfield.
El laboratorio más virgen

El 25 de diciembre 1986, se desplazaron a la Isla de Livingston con un equipo exiguo de supervivencia –tienda de campaña, sacos de dormir, camping gas y algunos alimentos-. Allí recorrieron la zona y Ballester planteó que ese lugar podría acoger la futura base científica española. Estudiaron los riesgos de aludes, la existencia de agua del deshielo aprovechable para el funcionamiento de la base y la accesibilidad desde el mar y lo presentaron al gobierno español, que dio el visto bueno a la creación de la primera estación española en el laboratorio más virgen del planeta y entró en el Tratado Antártico y en el ‘Scientific Committee on Antarctic Research’ (Comité Científico de Investigación Antártica). 

La base Juan Carlos I, en honor al rey español, se inauguró el 8 de enero de 1988. En mayo del año anterior, el montrogense sufrió un ictus que lo dejó sin habla. Lo padeció justo cuando había alcanzado su sueño y Castellví continuó el proyecto, convirtiéndose en la primera mujer en dirigir la instalación. «La enfermedad fue un drama. Tenía una personalidad exclusiva y revolucionó la química. Era un artista, tocaba el piano y escribía poesías. Fue un golpe muy duro. Se puso en manos de un logopeda para recuperar el habla pero no fue posible», lamenta la bióloga marina. 

‘Los recuerdos del hielo’
«Un científico imaginativo, osado, creativo y generoso», así lo describe Josefina Castellví en el documental ‘Los recuerdos del hielo’, de Albert Solé (2013). La película rinde homenaje a Pepita, que regresa a la Antártida para despedirse de su «paraíso» donde hizo historia junto al catalán y descubrieron más de cien especies de líquenes, además de mostrar imágenes inéditas de las expediciones.

En el inicio de la producción se ve la complicidad existente entonces entre los dos amigos. Él, sin poder hablar, se alegra cuando ella lo visita, que le muestra imágenes de su aventura y le comunica que viajará por última vez al continente. Pero antes, recuperan el laboratorio donde el profesor consiguió grandes logros e ideó el plan para construir la estación española. Un momento muy especial para Ballester, que expresa su emoción solo con su mirada, al borde de las lágrimas.  

Apasionado de la Antártida. 
Antoni Ballester luchó durante diecisiete años para conseguir su sueño de instalar la primera base española en la Isla de Livingston, inaugurada en enero de 1988.

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