Una salouense apenas puede andar por la picadura de un mosquito

Marta Pérez, de 44 años, sufre, desde hace seis meses, leishmaniosis visceral, una enfermedad mortal si no se trata a tiempo. Las piernas le flojean y camina apoyada en una muleta

19 mayo 2017 19:51 | Actualizado a 21 mayo 2017 21:21
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Marta Pérez camina lentamente apoyada en una muleta. Sufre leishmaniosis visceral, una enfermedad infecciosa provocada por la picadura de un mosquito habitual en India y África Oriental. Lleva seis meses convaleciente. Se contagió el pasado septiembre en Valencia, donde era jefa de cocina de un restaurante desde hacía unos meses. «Pensaba que había pillado el típico constipado por entrar y salir de las cámaras frigoríficas. No le di la mayor importancia e iba a base ibuprofenos», recuerda. Hasta que un día, mientras trabajaba, le empezaron a doler las piernas y le salieron salpullidos. El médico de cabecera le recetó magnesio. No le hizo efecto. Su malestar fue a peor y días después ingresó en el hospital Arnau de Vilanova con 41 grados de fiebre.

Le diagnosticaron leishmaniosis en su forma más grave. Es mortal si no se trata a tiempo. La transmiten mosquitos flebotomos hembra y afecta tanto a humanos como a animales, especialmente a los perros. Marta asegura que se contagió en el restaurante, aunque no se percató ni sabe exactamente dónde le picó. «Creo que fue en una pierna, pero no sé en cual», indica. Ha denunciado al propietario del establecimiento, de nacionalidad española, por deficiencias de salubridad. «Estoy convencida de que me infecté allí porque sólo iba de casa a la cocina y de la cocina a casa».

Esta enfermedad se caracteriza por episodios irregulares de fiebre, pérdida de peso, inflamación del hígado y anemia. El tratamiento que recibió es muy agresivo, le dieron varias sesiones de quimioprofilaxis. «Me quedé como una señora de noventa años, con las defensas muy bajas», recuerda Marta. Asegura que siente una enorme debilidad en las piernas y los brazos y está floja de vitaminas b1, b6 y b2 y ácido fólico. «Suerte que me lo detectaron a tiempo, hay personas que han muerto por no darse cuenta de que estaban enfermas», añade. Se recuperará, pero va para largo.

Quejas del hospital Joan XXIII

La vida de esta mujer hiperactiva de 44 años ha cambiado por completo. Está de baja y ha vuelto a Salou, su casa desde hace más de veinte años –es natural de Pamplona–. «Para subir un puñetero escalón me las veo y me las deseo y cuando me dan los golpetazos de dolor me fallan las piernas y me voy al suelo. Antes de estar mala levantaba la pierna por encima de la cabeza, he practicado kárate y he jugado a balonmano en Segunda División. Siempre he estado ágil y fuerte, por eso ahora me veo así y me desespero», dice.

La rehabilitación la lleva a cabo en el ambulatorio de Salou y sigue el tratamiento en el hospital Arnau de Vilanova tras una mala experiencia, asegura, en el hospital Joan XXIIIde Tarragona. En este centro ha estado ingresada dos veces desde que volvió de Valencia. «La primera vez fui con fiebre alta y sólo me dieron nolotil para el dolor a pesar de que llevé la documentación de lo que me pasaba», señala Marta. Le dieron el alta pero, a las dos semanas, la médico de cabecera de Salou la volvió a enviar al hospital con síntomas febriles. «En esta ocasión me diagnosticaron fibromialgia y estado ansioso depresivo. Pero no tenía ni una cosa ni la otra», comenta. Volvió a visitar a su doctor en Valencia, que confirmó que padece leishmaniosis visceral.

Marta se queja del trato que recibió en el Joan XXIII. Ha puesto doce quejas. «Me administraron paracetamol pese a que soy alérgica (no le causó ninguna incidencia), perdieron los informes médicos que llevé y me dieron de comer alubias verdes congeladas», concluye.

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