Julia Navarro: «No me gustaría nunca verme en la disyuntiva de tener que matar o morir»

‘De ninguna parte’ es la última novela de la autora, una historia de desarraigo que lleva al lector hasta el corazón de uno de los enclaves más importantes del terrorismo islámico en Occidente

30 octubre 2021 18:20 | Actualizado a 31 octubre 2021 08:48
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Abir y Jacob, cada uno con sus circunstancias, viven en un conflicto permanente con su identidad. Noura, por su parte, sí sabe quién quiere ser, pero pagará un alto precio por conseguirlo. Los tres jóvenes son piezas de un tablero mayor, el de la geopolítica. Son también los protagonistas de De ninguna parte, la última novela de Julia Navarro, publicada por Penguin Random House. En castellano bajo el sello Plaza & Janés y en catalán, Rosa dels Vents, traducida por Josep Alemany. En esta ocasión, la escritora sumerge al lector en la amenaza del terrorismo islámico en Occidente, al tiempo que le invita a reflexionar sobre las circunstancias que pueden llevar a morir matando. Otras de sus obras son Tú no matarás, Historia de un canalla o Dime quién eres.

La publicación de la novela coincidió con el 20 aniversario de las Torres Gemelas, con la vuelta de los talibanes al poder en Afganistán y con el inicio del juicio por los atentados de París. ¿Occidente ha aprendido algo?
Creo que no. Cada vez que se produce una desgracia de esta magnitud, siempre leemos reflexiones en los medios de comunicación, pero al final las cosas siguen como estaban. De ninguna parte parece que se ha escapado de la primera página de cualquier periódico porque lo que trato es un problema muy actual. Es evidente que en Europa hemos sufrido el azote del terrorismo islámico en las últimas décadas y eso es un hecho. También en Estados Unidos, con la voladura de las Torres Gemelas. Otra cosa son los análisis que se puedan hacer.

Entre esos análisis, los miles de desplazados.
Millones de personas huyen de situaciones de guerra, de violencia, de miseria, gente que atraviesa África entera caminando, que llega a Occidente en busca de un mundo mejor. Y creo que hay un cierto fracaso a la hora de abordar esa inmigración. Ese fracaso genera frustración en muchas de las personas que llegan. Eso no justifica nada, pero sí que a veces explica esas rebeliones que de vez en cuando estallan, por ejemplo, en París, en los barrios periféricos, chicos que queman contenedores, que arrasan con todo lo que se encuentran por delante y, en definitiva, es un grito de desesperación, de rabia, una llamada de atención. A veces no es un problema de orden público, sino mucho más profundo. Y la tercera pata de mi novela es la tensión entre el poder y los medios de comunicación.

 

¿Qué responsabilidad tienen los medios?
Los medios son los que son y lo que quiero explicar es la tensión que surge cuando el poder, ya sea político o económico, intenta presionar a los medios para que la información sea la que ellos quieren que sea y que se cuenten las cosas que les conviene. Quería coger a los lectores de la mano y meterlos en las redacciones. Y también hablar del dilema de los periodistas, qué pasa cuando un grupo terrorista quiere que los medios se conviertan en sus portavoces. ¿Se debe publicar o no?

¿Usted qué cree?
Creo que siempre hay que darlo todo, pero contextualizándolo.

En ‘De ninguna parte’ plantea un choque de culturas.
El choque es el de Abir con la sociedad francesa a la que llega. Vivimos en una sociedad en la que el conflicto del desarraigo es permanente, está sin resolver. El de personas que llegan de otros lugares, con culturas diferentes, con otros códigos y que se encuentran con situaciones totalmente distintas. Las primeras generaciones normalmente se acoplan, pero no así las siguientes, que son las que viven más ese choque de culturas. Son chicos y chicas que incluso han nacido en Europa, que van a la escuela, donde los valores de Occidente son distintos a los que ellos reciben en su casa. Viven en una dualidad lógicamente difícil de gestionar, sobre todo cuando uno es adolescente. Y eso no se aborda.

Igual que Jacob.
Lo vive de otra manera, pero es lo mismo.

Jacob además es refusenik. Él dice: 'Yo no he escogido a mis enemigos'.
Vivir ese conflicto interior debe ser muy complicado porque por una parte, son personas que quieren a su país, están de acuerdo con el hecho de que Israel debe existir. Pero por otra, no están dispuestos a tener que enfrentarse a chicos y chicas que les tiran piedras, disparándoles. Y negarse a hacerlo también produce un coste interior importante. Afortunadamente en Israel hay muchas más personas de las que parece, visto desde aquí, que tienen ese comportamiento moral. Hay movimientos pacifistas, de personas que no se consideran enemigas de los palestinos y que apuestan por encontrar una solución para vivir todos juntos. Los chicos de ese movimiento sufren el ser señalados, incomprendidos.

«Occidente no está haciendo una reflexión sobre cómo abordar el problema de la inmigración y de la integración. Algo no estamos haciendo bien»

Como Noura. Su personaje es el más fuerte.
Noura decide llevar una vida que va contra todos los códigos de conducta de las mujeres en el mundo musulmán, pero paga un altísimo precio por su libertad. Solamente Fátima, su madre, que es un personaje maravilloso, es capaz de comprenderla. Fátima se da cuenta de que hay otra vida, de que las mujeres juegan otros roles y ve que su hija quiere jugarlos. Ella no va a dar el paso para sí misma, pero comprende que su hija lo haga, que tome las riendas de su vida.

El arranque recuerda a Sabra y Chatila.
No tiene nada que ver porque allí no entró en Ejército israelí, fue el libanés.

En connivencia con los israelís.
Los israelíes no lo impidieron. A mí me recuerda mucho más a lo que sucede de vez en cuando en los territorios ocupados con los asesinatos selectivos. Lo que ocurre es que los sueños de un niño, Abir, que soñaba con ser ingeniero, se truncan y a partir de ese momento se convierte en alguien que él nunca hubiera querido ser.  

 

«Si un individuo está dispuesto a inmolarse, ya puedes levantar todos los muros que quieras, que al final lo conseguirá. Los muros no sirven para nada»


¿La violencia es su única opción?
Yo no voy a justificar nunca la violencia, jamás. También creo en la libertad individual, creo que al final cada uno tiene la última palabra. Otra cosa es que a veces es muy difícil para un adolescente gestionar qué hacer con su vida cuando ha sido testigo del asesinato de sus padres. ¿Podría Abir decir que no? Sí. Lo que intento es acompañar al personaje, meterme en su piel, pero no lo justifico. ¿Por qué elegimos un camino y no otro? Porque las piedras que llevamos en la mochila, que van formando nuestra vida, pesan mucho y nos hacen ir en una dirección y no en otras.

Vuelve usted a Oriente Medio.
No. Me quedo en Europa. En el origen de la historia sí, pero en este caso no es el conflicto entre israelíes y palestinos. Hablo de Europa, aunque todo empiece en el sur del Líbano. Es el enfrentamiento de una concepción del mundo contra Occidente. 

 

 

¿Occidente abrirá los ojos?
El problema hay que abordarlo sin complejos, sin buenísimos y sin autoengañarse. Yo no dejo de decir que a mí me escandaliza que en el seno de la Unión Europea haya campos de refugiados. Lo hemos visto con el éxodo de los sirios, a los que no se les dejaba avanzar y esto ha ocurrido entre nosotros, en nuestras fronteras. Occidente no está haciendo una reflexión sobre cómo abordar el problema de la inmigración y de la integración. Algo no estamos haciendo bien. 

¿Qué es más difícil, matar o morir?
No me gustaría nunca verme en esa disyuntiva. Las dos son terribles. Ese es el dilema que se le plantea a un chico joven, musulmán, en el que tiene que morir y, al mismo tiempo, matar, convertirse en una bomba humana. Me parece terrible porque los que toman las decisiones de utilizar a otros para ese cometido, ellos mismos no se inmolan nunca.

Israel ha construido muros, Europa también. Pero ante esa decisión, ¿qué se puede hacer?
Nada. Si un individuo está dispuesto a inmolarse, ya puedes levantar todos los muros que quieras, que al final lo conseguirá. Los muros no sirven para nada.

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