¿Qué es el 'deaccessioning'?

Un año antes de la pandemia, grandes museos como el MoMA, el Guggenheim o el SFMoMA de San Francisco empezaron a vender y subastar importantes obras de su colección

30 octubre 2021 19:07 | Actualizado a 30 octubre 2021 19:55
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Estos dos últimos años no han sido fáciles para los museos. A la crisis mundial derivada de la pandemia también se unen las reivindicaciones de colectivos a favor de decolonizar y diversificar las colecciones, incluyendo más artistas racializados o mujeres.

El movimiento Black Lives Matter supuso una llamada de atención para muchas organizaciones que se vieron obligadas a hacer examen de conciencia de su modelo y sus estructuras. Fue justamente en 2020 cuando se hizo viral una palabra hasta entonces bastante desconocida fuera de los circuitos artísticos: el “deaccessioning”: la venta de obras de colecciones por parte de museos para beneficiar su fondo con nuevas adquisiciones.

Pero, echemos la vista un año antes de la pandemia. Ya en 2019 las colecciones de los museos estadounidenses estaban experimentando grandes transformaciones. El “deaccessioning” empezaba a ser una práctica habitual entre los museos medianos y pequeños como un esfuerzo por hacer más inclusivas sus colecciones. Pero un año antes de la pandemia, grandes museos como el MoMA, el Guggenheim o el SFMoMA de San Francisco empezaron a vender y subastar importantes obras de su colección para «diversificar ampliamente su colección, mejorar sus posesiones contemporáneas y abordar las brechas históricas del arte» según un portavoz del museo de San Francisco.

Este discurso fue calando entre la gran mayoría de museos norteamericanos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en Estados Unidos esta práctica está regulada por la American Alliance of Museums (AAM) y la Association of Art Museum Directors (AAMD) que son los que velan para que los fondos provenientes de las ventas sirvan sola y exclusivamente para la compra de nueva obra y para el mantenimiento de la institución, nunca como fondo financiero de la institución.

Como la ley en Estados Unidos permite este tipo de transacciones, fueron varios los museos que empezaron a vender obra de sus colecciones para adquirir piezas más acordes con el espíritu de los tiempos: el SFMoMA vendió un Rothko regalado por Peggy Guggenheim por 50 millones de dólares, el MoMA de Nueva York vendió un Kirchner por casi 5 millones, y amplió y reformuló la colección (con una renovación valorada en más de 400 millones) a finales del 2019, y el Museo de Baltimore recaudó más de 8 millones de dólares vendiendo pinturas de Warhol, Kline o Noland para reemplazarlas por obras de jóvenes e infra representados artistas.

Pero entonces llegó la pandemia y los museos cerraron sus puertas de forma indefinida dejando en la calle a miles de trabajadores. Sin venta de entradas y sin actividades sus ingresos empezaron a decaer drásticamente. La AAMD aprobó una resolución en la que especificaba que no censuraría a los museos que utilizaran los fondos obtenidos de las cesiones para gastos generales de funcionamiento o para el cuidado de las colecciones.

A esto le siguió una serie de subastas de gran repercusión, así como preguntas sobre si algunas instituciones estaban utilizando la pandemia como excusa para vender obras y  corregir los problemas presupuestarios de larga duración. Para colmo, estalló el movimiento en las calles del Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd a manos de un policía.

La compleja práctica de poner a la venta un objeto de una colección de arte se volvió aún más intrincada a medida que los museos luchaban por responder a cuestiones relacionadas con la diversidad, la inclusión y la equidad. Supongamos que la misión de un museo de arte es recopilar y preservar las obras de arte de la humanidad y, al mismo tiempo, proporcionar un acceso democrático a estos objetos. ¿Cómo pueden llevar a cabo esta importante labor si sólo muestran obras de arte de unos pocos grupos demográficos elegidos o, peor aún, si se ven obligados a cerrar sus puertas?

El Museo de Brooklyn continuó con un importante proceso de desamortización que empezó antes de pandemia con el objetivo de crear una dotación de 40 millones de dólares que pueda generar 2 millones al año para un fondo de cuidado de las colecciones, recaudando más de la mitad de ese objetivo por las ventas de obra de Jean Dubuffet, Claude Monet, Edgar Degas, Joan Miró y Henri Matisse.

El Museo de Arte de Baltimore anunció en octubre de 2020 que vendería obras de arte valoradas en unos 75 millones de dólares de su colección, anclada en tres grandes obras del artista pop Andy Warhol, el minimalista Brice Marden y el expresionista abstracto Clyfford Still, después de la dimisión de dos miembros del consejo de administración y todo un alboroto en medios, la venta se canceló.

Esto generó toda una serie de voces dispares a favor y en contra del «deaccessioning»: por un lado, aquellos para los que el fin no justifica los medios, y que argumentan que esquilmar parte del patrimonio de un museo en pro de la diversidad y la sostenibilidad es pan para hoy y hambre para mañana. Al fin y al cabo, el museo se debe a unas obligaciones, como deber de diligencia (hacia la obra), deber de lealtad (hacia los donantes) y deber de obediencia (de preservar y mantener el conjunto de obras). Como lo definió Thomas Campbell, director del Museo de Bellas Artes de San Francisco; «el «deaccessioning» será como el crack para el adicto: un golpe rápido, que se convierte en una dependencia.»

Otros, sin embargo, cuestionaron el papel público y democrático de los museos con una serie de preguntas: ¿Es una mala idea que un museo venda una o dos obras de arte para dar paso a prácticas de coleccionismo más diversas? ¿Y si la venta de una obra de arte permite a un museo seguir abierto o conservar al personal que ofrece una programación educativa para su comunidad local? ¿Qué hay de poco ético en utilizar los ingresos de un cuadro para pagar a la gente de forma justa, o para hacer frente a la injusticia social?

No obstante, estos debates no han llegado hasta aquí, ya que en España las obras de arte que pertenecen tanto a instituciones públicas como privadas no son enajenables, lo que significa que el ordenamiento jurídico español protege la integridad de su patrimonio histórico-artístico. Los museos en España se definen como instituciones sin ánimo de lucro cuya finalidad principal es conservar, investigar y difundir el patrimonio cultural. Ni siquiera los museos privados o las obras almacenadas en depósitos, muchas de ellas que jamás verán la luz, tienen permitido ningún tipo de desamortización ya que supone una pérdida de patrimonio que pertenece a todos los ciudadanos.

A pesar de la férrea protección del patrimonio público como garantía de acceso democrático y equitativo al arte, bien es cierto que, ante la situación precaria de muchos trabajadores de instituciones culturales o la clara falta de diversidad, los debates que se abren en otras partes del mundo son igualmente interesantes para debatir cuál es el futuro de las instituciones y sus funciones.
 

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