Reseña literaria: Frida en París, 1939

23 abril 2021 13:16 | Actualizado a 23 abril 2021 14:50
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Frida en París, 1939
Autor: Jaime Moreno Villarreal
Editorial: Turner Libros

Entre enero y marzo de 1939 la pintora mexicana Frida Kahlo viaja a París sin Diego Rivera. 
“Lo primero que le fastidiaba de Europa era tener que ir a Europa”, y Europa se encontraba entonces en el precipicio de la Segunda Guerra Mundial, mientras que en la capital francesa reverberaban los ecos funestos de la derrota de la Segunda República Española. Los animados años 20 y la efervescencia surrealista habían ido dejando paso a un clima de intranquilidad y desconfianza.

La joven Frida, animada por un entusiasta André Breton, se planta en París tras un accidentado viaje en barco, con la promesa de presentar los diecisiete cuadros que trae desde México para una exposición coordinada por André bajo el título “Mexique” que combinará los cuadros de Frida con piezas prehispánicas y artesanía popular. Pero Breton parece no tenerlo todo organizado y las tiranteces entre el que fuera capitoste de los surrealistas y la mexicana empiezan a aflorar. 

El matrimonio Breton había visitado México la primavera pasada, hospedandose en una de las casas modernistas del matrimonio Kahlo-Rivera, mientras que el líder revolucionario León Trotsky, del que tanto Breton como Rivera eran devotos, se quedaba por entonces en la Casa Azul de Coyoacán, propiedad de Frida. Mientras los artistas acaban enfrentados  con el ruso por diversos motivos, Frida y Jacqueline Breton entablan una relación de amistad y sexo.

Ya en París, la pareja surrealista acogió en su diminuta casa a la pintora, que tuvo que compartir cama con la pequeña Aube. Frida achacó a la falta de higiene de esa choza su futura infección renal, que la llevó a estar ingresada durante 20 días en el Hospital Americano de París. Frida desconfiaba de los surrealistas, a los que llamaba  “perros” y “corrompidos”, o en palabras de Jaime Moreno Villareal “falsamente artistas, falsamente revolucionarios, fantasiosos incapaces de llevar a la práctica sus teorías”. Ella se desmarca de la corriente surrealista, aunque en cierta manera formase parte de su entramado y su influencia fuera determinante para su desarrollo artístico. Frida les reprocha además su tibieza ante el auge del nazismo, y ve en Breton a un falso profeta, un “patriarca de salón”.

En París, además de ocuparse de su exposición, mantiene relaciones con Jacqueline y entabla amistad con Dora Maar, por entonces pareja de Picasso, convirtiéndolas en un trío de mujeres engullidas por sus monstruosos maridos. También conocerá al joven etnólogo Michel Petitjean, con el que tendrá una tierna aventura, y flirteará con la bella y andrógina  Alice Rahon. Los problemas de comunicación son evidentes y tienden a aislar a una fascinante pero reticente Frida que apenas habla francés. Es por ello que deposita su total confianza en el matrimonio Duchamp, que le echaran una mano con su talante “loco y sensato al mismo tiempo”.

Deslenguada, terca, recelosa, en su paso por París la pintora dejará una estela imborrable que el poeta y escritor Jaime Moreno Villareal reconstruye ampliamente basándose en documentos, en su correspondencia postal y telegráfica e interpretando pasajes de sus diarios y papeles personales. Un ejercicio profundo de investigación narrado con voz de poeta y alma de arqueólogo que nos deja disfrutar de una deliciosa Frida Kahlo, en un momento crucial de su vida (a su vuelta se divorcia de su Panzón) y del arte europeo, con la sombra del fascismo extendiéndose imparable llevando a los artistas a un irremediable exilio.

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