Batman y su multiverso

El inminente estreno de The Batman, dirigida por Matt Reeves y protagonizada por Robert Pattinson, se presenta como la ocasión para reflexionar sobre la evolución de uno de los mitos más populares de los siglos XX y XXI

26 febrero 2022 17:57 | Actualizado a 26 febrero 2022 20:54
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Diez años después del fin de la trilogía de Cristopher Nolan y en plena efervescencia y sobreexplotación del género de superhéroes, repensar y reflexionar sobre las raíces 
del mito de Batman y sus metamorfosis deviene una forma de comprender los anhelos y miedos de  nuestra sociedad y cómo han evolucionado. 

Aunque la popularidad y perdurabilidad en el imaginario popular de Batman evidencian que es un mito que se vale por sí solo y que goza de su propia idiosincrasia, es interesante poner de relieve que nace en 1939, un año después que lo hiciera Superman. Ambos “personajes con mallas” (era como se empezaba a conocer a los superhéroes por entonces) son hijos de una década de penurias para la sociedad norteamericana (el post-crack del 29) y anteceden la crisis de la II Guerra Mundial.

No parece casual que ambas figuras gozaran de enorme popularidad en un contexto en el cuál la esperanza se hacía tan necesaria. Mientras el hombre de acero, de origen humilde (criado por unos granjeros) y con connotaciones mesiánicas, encarnaba el lado solar de los superhéroes; el hombre murciélago, hijo de padres ricos, representaba tanto la sed de venganza como el deseo de orden frente al caos, en cierta forma, un lado más nocturno asomaba en comparación con las credenciales de su homólogo.

Es precisamente el éxito de las aventuras de Superman en Action Comics lo que crea el deseo de alumbrar un nuevo superhéroe para Detective Comics (DC), un personaje que pudiera cumplir los planteamientos básicos de misterio, crimen y terror. Fue bajo esta premisa como en 1939 el dibujante Bob Kane y el guionista Bill Finger alumbraron a Batman.

Como apunta el popular guionista de cómics Grant Morrison en su libro “Supergods”, Batman era el resultado del astuto ensamblaje de una serie de productos de la cultura popular de la época: “Su aspecto se basaba en diferentes fuentes: el protagonista de una película muda de 1930 titulada The Bat Whispers (el parecido es muy leve, pero la idea del álter ego bestial está ahí); los bocetos para crear una máquina de volar ‘ornitóptera’ de Leonardo da Vinci, cuyo diseño se basa en las alas de un murciélago; y la película de 1920 La marca del zorro, protagonizada por Douglas Fairbanks. Bill Finger imaginó a un Batman que combinaría las dotes atléticas del D’Artagnan de Los tres mosqueteros con la capacidad deductiva de Sherlock Holmes”.

El planteamiento paratextual en lo que concierne a la referencia a otras imágenes será una constante a lo largo de la evolución del mito de Batman. De hecho, las primeras historias y la propia Gotham City, se conciben en un principio en clara referencia al imaginario urbano propio del ciclo de cine gángsters de los años 30.

La urbanidad será fundamental tanto en Batman como en la posterior evolución del género de superhéroes, certificando la importancia de la verticalidad y la ingravidez en su representación. El frenetismo de las calles y la oscuridad de los callejones de las grandes ciudades son la geografía ideal para alumbrar tales figuras, como la de Batman (nacida precisamente en un callejón donde asesinan sus padres).

Se tratan de relatos que nos acompañan en la “lucha” diaria en la cotidianidad urbana. Una de las primeras grandes transformaciones en la concepción del mito de Batman no se produce en el cómic sino en la televisión en color, cuando en 1966 la cadena televisiva ABC emitió la serie Batman, protagonizada por Adam West. Las dos experiencias seriales anteriores, en 1943 y 1949, no tuvieron especial relevancia, sin embargo, en la década de los 60 el Batman televisivo se convirtió en un objeto de culto.

Por un lado, la serie conectó con el imaginario y el estilo pop de la década con un paleta de colores a lo Roy Lichtenstein. Por otro lado, la serie apeló también a la estética “camp”, teorizada un par de años antes por Susan Sontag, y una parte de la comunidad homosexual de Estados Unidos, marginada por aquel entonces, encontró una forma de identificación en las aventuras del Batman colorista de la ABC.

Aunque las icónicas onomatopeias de la serie –“¡Splash!”, “¡Boom!” “¡Bing!”– daban un profundo sentido inocente e infantil a este Batman, existía toda una comunidad adulta que se acercó a él bajo una óptica completamente distinta, algo que tuvo muy preocupados a la ABC tal y como analizan Lynn Spiegel y Henry Jenkins en “The many lives of Batman”.

De vuelta de nuevo al cómic, el guionista Frank Miller a finales de los 80 con su “El regreso del caballero oscuro” dió una auténtica vuelta de tuerca a la mitología de Batman en particular y al imaginario de superhéroes en general. El primer aspecto revolucionario fue el de introducir el elemento del tiempo.

El Batman que nos encontramos es viejo y crepuscular y ha abandonado su tarea de vigilante silencioso de la ciudad de Gotham que vive sumida en un ambiente post-apocalíptico, en una profunda decadencia de valores. A Batman le crujen las vértebras, le duele todo el cuerpo…, se evidencia que no es inmortal como Superman y el genio de Miller lo explota a la perfección en la que es quizás una de las historias más recordadas y elogiadas del hombre murciélago.

El otro aspecto revolucionario que introduce Miller es la dimensión política. En plena era Reagan, el autor no tiene inconveniente en situar referencias directas al Presidente de Estados Unidos y en presentarnos a un Superman (de nuevo el antagonista de Batman) que está al servicio del mandato político. En contraposición, Batman, más brutal y violento que nunca, actúa por su cuenta, al margen de los políticos corruptos y de la ley.

La cercanía de la muerte o quizás la lucidez de la vejez le llevan a protagonizar una aventura que en muchos momentos parece aunar al Clint Eastwood de “Harry el Sucio” y el de “Sin Perdón”.

La dureza a lo “hard-boiled” del Batman de Miller hacen que el carácter detectivesco e investigador del personaje desaparezca, algo que en los cómics resurgirá años más tarde de la mano del guionista Jeph Loeb en propuestas magistrales como “Batman Silencio” o “Batman: El largo Halloween”.

El primer Batman cinematográfico nos llega de la mano de Tim Burton en 1989 y la segunda entrega en 1992. Todavía con el recuerdo del Batman televisivo de la ABC, Burton recupera la oscuridad y nocturnidad asociadas al personaje. De nuevo el pastiche es una vía creativa para alumbrar una nueva aproximación al héroe: el imaginario neogótico y la reconfiguración de la estética del género noir son dos de las señas identitarias del Batman de Burton, y un muy buen ejemplo de la estética postmoderna que imperaba en el cine. En paralelo, el mundo claustrofóbico que pone en escena Burton en sus dos películas se presenta como la vía para ahondar en la psicología de un personaje que se nos muestra tan marginal como los seres a los que debe enfrentarse. Héroe y villanos más unidos que nunca.

En la misma década de los 90, Joel Schumacher realiza sus dos aproximaciones a la mitología de Batman que son diametralmente opuestas a las de Burton. En cierta forma, Schumacher regresa al Batman televisivo de los 60 recuperando el color y situando la historia en un ambiente de neón discotequero. La profundidad psicológica del Batman de Burton desaparece progresivamente y su segunda película, “Batman y Robin”, adquiere tintes tan auto paródicos –de nuevo con pinceladas “camp”– que la carrera cinematográfica del héroe parecía haber llegado a su fin.

Cuando Christopher Nolan se encarga de refundar la franquicia de Batman en 2005, el terror surgido a raíz de los atentados en las torres gemelas está muy presente. Nolan se olvida en cierta forma del imaginario del cómic y lo que hace es aplicar una mirada realista (estéticamente y narrativamente) a la mitología de Batman y contextualizarla en la contemporaneidad. Así por ejemplo, en “Batman, El caballero oscuro” la cruzada para atrapar al Joker se asemeja a la cacería de los terroristas yihadistas, impredecibles agentes del caos. En paralelo, Nolan ahonda en el estatus social de Batman y más concretamente de sus negocios, Industrias Wayne, mostrándonos una Gotham City más cercana al imaginario neoliberal del desarrollo y comercialización de la alta tecnología.

El Batman de Nolan se muestra abiertamente defensor de un “establishment” y por ello no dudará en recurrir, por ejemplo, a la violación de determinados derechos de los ciudadanos con el fin de cumplir su objetivo. Más que nunca, las fuerzas del mal en la mitología de Batman se muestran como un peligro para el status quo de una élite.

A lo largo de estos más de 80 años, los rostros de Batman han ido mutando para revelarnos nuestras propias transformaciones.

Queda muy lejana la frase con la que se abría el primer número del cómic en 1939: “El ‘hombre murciélago’, una figura misteriosa e intrépida que lucha a favor del bien y detiene a los malhechores en una batalla solitaria contra las fuerzas del mal de la sociedad. ¡Su identidad es una incógnita!”. A las puertas de un (apriori) nuevo ciclo de películas, solo queda preguntarnos: ¿qué habrá en Batman de nosotros?

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