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    Boleros terapéuticos en Israel

    El tarraconense Roberto B. González actuó en hospitales del país hebreo para animar a los pacientes

    20 enero 2023 20:46 | Actualizado a 21 enero 2023 07:00
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    Roberto B. González es un estudioso de la kabbalah, una corriente de pensamiento esotérico vinculada con el judaísmo. Siente fascinación por Israel, país al que viaja con asiduidad desde 2013. Su última visita fue el mes pasado, en pleno Hanukka, acompañado por su mujer y unos amigos, y con un reto: compartir su música con pacientes de hospitales. Tocó en el Sheba de Tel Aviv y en el Hadassa de Ein Karem, a unos siete kilómetros de Jerusalén, ante personas que hacían diálisis o se recuperaban de traumatismos. Iba por las habitaciones, el vestíbulo e incluso por las UCI.

    «Había un joven con un fuerte golpe en la cabeza que no podía hablar y se comunicaba escribiendo en una pizarra. Había sufrido un atentado. Su madre me expresó su gratitud cuando fui a cantarle», explica González. El músico tarraconense usó su voz y su guitarra para, de manera altruista, levantar el ánimo a los ingresados «con actuaciones acústicas de dos o tres canciones» por sesión. «Toqué unas tres horas seguidas cada día, que se me pasaron volando. Fue una experiencia muy terapéutica tanto para ellos como para mí. La música y el buen humor ayudan a curar», cuenta.

    Su repertorio se basó en su especialidad: la música latina, tanto española como cubana y caribeña. Se soltó con boleros y rancheras de toda la vida, como Guantanamera, Bésame mucho o Cielito lindo. «No llegué a la de Shakira y Bizarrap que, más allá de la polémica de la letra, es muy buena canción», dice. Su público, eminentemente gente mayor, daba palmas y hasta se animaba a tararear algún tema –Despacito de Luis Fonsi fue uno de los más aclamados–, pese a la barrera del idioma. «Había muy buen ambiente, con mayoría de pacientes árabes y también algún latino, sobre todo de Argentina», comenta. Iba acompañado por una joven intérprete que le presentaba en hebreo. La chica estaba haciendo la prestación social –una especie de objeción de conciencia–, pues en Israel el servicio militar es obligatorio tanto para hombres como para mujeres.

    El tarraconense emprendió esta iniciativa a través de la fundación Músicos por la Salud, de la que forman parte una sesentena de artistas de toda España, entre ellos Ismael Serrano. No era la primera vez que tocaba en centros sanitarios, ya lo había hecho antes en el Joan XXIII de Tarragona, el Sant Joan de Reus o el Clínic de Barcelona. «Los hospitales en Israel tenían mucho colorido y luz, no son tan tristes y grises como los nuestros. Incluso las batas de los sanitarios de allí son de colores vivos», comenta. El Hadassa, el más grande de Oriente Medio, tiene hasta una amplia zona con comercios y establecimientos de comida. «Como el Parc Central de Tarragona».

    La ‘gira’ israelí de González pasó también por Kibutz Gaash, una comunidad israelí al norte de Tel Aviv con gran presencia de latinos, que se creó como granja colectiva y con una fábrica. Llegó allí por su amistad con el poeta Shlomo Avayou, especializado en la traducción de textos de español a hebreo. Además, ofreció con dos conciertos en sendas cafeterías y una improvisada actuación en la calle con una música local. «El público respondió muy bien, aunque allí están más acostumbrados a otro tipo de ritmos, sobre todo arábigos o hindúes», explica.

    Como curiosidad, González conoció en este viaje a ilusionista Uri Geller, el mismo que doblaba cucharas en la tele en los setenta. «Me dijo que está muy implicado en terapias alternativas basadas en la mente para ayudar a personas con cáncer. Tiene un centro en Tel Aviv», recuerda.

    Israel es una tierra de contrastes. «Hay muchos prejuicios sobre este país, pero cuando se conoce de verdad la percepción cambia. No hay tanta inseguridad como nos cuentan los medios de comunicación, aunque es cierto que hay determinados lugares donde el conflicto con Palestina está latente».

    Una de las cosas que más le llama la atención es que en muchos lugares públicos- estaciones de tren y autobús, plazas o parques– hay pianos de cola que cualquier puede tocar. «Y están bien cuidados a pesar de estar en la calle al alcance de cualquiera», concluye el tarraconense.

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