Whatsapp Diari de Tarragona
Para seguir toda la actualidad desde Tarragona, únete al Diari
Diari
Comercial
Nota Legal
  • Síguenos en:

David Alegre: «Los discursos de la ultraderecha atraen a sectores cada vez más amplios de la juventud europea»

El investigador analiza las motivaciones de los cómplices del Tercer Reich en ‘Colaboracionistas. Europa occidental y el Nuevo Orden nazi’

20 julio 2022 15:34 | Actualizado a 21 julio 2022 00:20
Se lee en minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
Comparte en:

La Segunda Guerra Mundial marcó el continente europeo y el orden mundial hasta nuestros días. El investigador David Alegre Lorenz analiza la historia desde el punto de vista de los colaboracionistas con el Tercer Reich, quienes vieron en la Alemania nazi una posibilidad de triunfar, de prosperar. Y lo hace en el ensayo Colaboracionistas, Europa occidental y el Nuevo Orden nazi, publicado por Galaxia Gutenberg.

¿Qué nuevos datos aporta en ‘Colaboracionistas’?
Especialmente, tratar tantos casos de estudio en una misma investigación y ponerlos en conexión. Por una parte, ver cuál es el papel de Alemania, cómo despliega una serie de políticas imperiales, cómo se articulan y qué consecuencias tienen en algunos países. Y por otra, ver quiénes son las personas que colaboran, de dónde vienen y qué objetivos persiguen, qué tipo de acciones llevan a cabo. El libro hace un viaje dinámico por Europa, atendiendo a esos niveles de realidad con una narrativa accesible. Intentando entender el colaboracionismo como un fenómeno de época, a lo largo de 20 años, lo que también permite ver un punto neural, que es el que configura Europa hasta casi la actualidad. La Europa de hoy es el resultado de lo que ocurre en aquellos años y el colaboracionismo tiene mucho que ver en el continente que se configura.

¿No es contradictorio que la ultraderecha colabore con una potencia ocupante?
El colaboracionismo más relevante no es el de los grupos de ultraderecha. Estos son despreciados por la Alemania nazi en todos los casos, ya que considera que no han sido capaces de convertirse en partidos de masas, que no han sido capaces de convertirse en opciones de gobierno reales. Lo que ocurre en aquel momento es que Alemania tiene un capital político-militar altísimo en los años 40-41, que consigue poner bajo sus ejércitos a todo el continente y lo hace en un tiempo récord. Eso provoca admiración en Europa entre las elites conservadoras. El problema es que mucha gente en ese momento cree que la victoria de Alemania es inevitable, que va a conseguir capitanear el nuevo orden y se preparan para eso, para ocupar un espacio en esa configuración de futuro. A nosotros nos cuesta mucho entenderlo hoy en día porque lo vemos en retrospectiva. Pero en esos años nadie sabe todavía que todo va a acabar en Auschwitz, que va a acabar en un continente colapsado económicamente, absolutamente dislocado por la guerra.

¿Quién colabora?
El ámbito de colaboración es muy amplio. En un primer momento mucha gente coquetea con la posibilidad de llevar a cabo reformas autoritarias del Estado siguiendo un poco el modelo alemán. Luego, obviamente, los colaboracionistas se encuentran con que los alemanes prefieren pactar o conseguir grandes consensos con la derecha tradicional, que es la que les garantiza legitimidad y respetabilidad y en cambio, los grupos minoritarios como la ultraderecha, no tienen éxito. Y efectivamente, es paradójico porque un fascista, por definición, es un ultranacionalista y por lo tanto, defensor supuestamente de la soberanía nacional y de la independencia. Entonces, que colaboren con una potencia ocupante no deja de ser una contradicción ideológica, pero lo hacen. De hecho, los fascistas locales buscan por todos los medios cuál puede ser el espacio que los visibilice.

«La Europa actual es el resultado del colaboracionismo con la Alemania nazi»

¿Dónde lo encuentran?
En la invasión de la Unión Soviética, en las unidades de voluntarios que luchan dentro del ejército alemán. Eso se convierte en la plataforma para visibilizar sus causas políticas porque intentarán monopolizar esas unidades. Intentan coparlas, controlar su narrativa, su discurso, la simbología y las motivaciones que las mueven. Eso es lo que explica que algunos de los principales líderes acaben allí, que acaben siendo una plataforma de prestigio, su manera de proyectar una imagen pública alineada con la Alemania nazi. Una imagen de esa virilidad heroica, esa masculinidad agresiva.

Habla de algunos combatientes, sobre todo en los países nórdicos, ¿qué diferencia hay entre ellos y lo que ha ocurrido en Siria con el Daesh, por ejemplo?
El voluntariado de guerra se diferencia muy poco entre sí. Cumple patrones prácticamente idénticos.

¿También las Brigadas Internacionales?
Tenemos una imagen filtrada a través de los sermones propagandísticos y de las codificaciones mito-poéticas que tienen mucha potencia y llegan hasta el presente. Entendemos las cosas en términos ideales de blanco y negro y, en realidad, no funcionan así. El voluntariado de guerra atrae a mucha gente por razones muy diversas. Muchas veces, a causa de una situación de precariedad económica o porque no se identifican con la sociedad de la que forman parte. También personas que huyen de autoridades paternas y familias opresivas o que tienen un interés puramente económico y de aventura. No olvidemos tampoco la presión de grupo, que suele ser muy importante a la hora de alistarse cuadrillas de amigos. Y finalmente, los voluntarios ideológicos porque creen en lo que hacen, que tampoco tiene por qué estar reñido con las otras motivaciones. Van por la aventura de lo que se espera de ellos.

¿Qué se espera de ellos?
Si tenemos en cuenta las características de la ideología fascista, del hombre se espera que tome decisiones, que sea valiente y capaz de entregar su vida por la causa. Esto lo conocemos muy bien en el fenómeno de reclutas en el 41 y en adelante. A muchos cuadros de estos partidos fascistas se les invita con cierta insistencia a que se alisten para mostrar a la sociedad que ellos son capaces de sacrificarse por la causa, que no están enviando gente al matadero, sino que ellos son voluntarios. Hay lógicas perversas y es complicado y esto incluye tanto a las Brigadas Internacionales como al Daesh, Ucrania, Siria o la Yugoslavia en los 90. Lo constatamos una y otra vez. Hay muchas casuísticas. En el caso de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes justamente se quejan de que confluyen muchos elementos a veces patológicos del mundo criminal que les provocan problemas de prestigio e imagen y es una cosa difícil de controlar y de filtrar en las líneas de reclutamiento.

¿Colaborar es lo mismo que no resistirse?
No. Colaborar es una decisión consciente que se lleva a cabo en un entorno muy complejo, que te va a comprometer cada vez más a nivel comunitario, te va a exponer cada vez más y te va a provocar problemas graves seguramente de convivencia con tu vecindario. Pero hay muchas formas de colaborar y esto es importante.

$!David Alegre: «Los discursos de la ultraderecha atraen a sectores cada vez más amplios de la juventud europea»

¿Por ejemplo?
Colaborar con la Alemania nazi en los aparatos de ocupación es algo que te implica mucho más que una denuncia anónima. O, el caso de mujeres que buscan protección bajo el amparo de un ocupante, de un oficial de la Wehrmacht, a cambio de obtener el sustento y alguna posibilidad financiera para poder alimentar a las familias en el caso de que sean viudas o de que tengan a sus maridos prisioneros de guerra en los campos alemanes. La colaboración tiene muchos caminos. Y no excluye que sea algo puntual. Hay una gran zona gris. Una ocupación militar rompe todos los equilibrios previos y obliga a recalcular, a analizar las relaciones sociales, a resituarte en un mapa que se hace más complejo, con la presencia de un ocupante que está trastocándolo todo. Hay que hacer un esfuerzo de empatía para intentar entender a los sujetos que van tomando decisiones en base a cálculo de coste-beneficio, de coyunturas complejas y sin saber cómo va a acabar todo.

Algunos pagan caro esta colaboración. Usted habla de Degrelle y Laval. El primero murió aquí, amparado por el franquismo y el segundo fue ejecutado en Francia.
El alcance del colaboracionismo es muy grande, afecta a decenas de miles de europeos en cada sociedad y los sistemas de justicia colapsan, los estados no tienen suficientes recursos para poder llevar a cabo depuraciones amplias. En los Países Bajos, por ejemplo, se prevé depurar en octubre de 1944, a punto de acabar la guerra, a 200.000 personas, lo que es muchísimo en un país que ronda los 10 millones de habitantes en esa época. Por lo tanto, lo que acaba haciéndose son procesos limitados, sobre todo centrándose en figuras paradigmáticas, casos mediáticos, que dé la sensación de que se ha actuado contra los principales responsables, levantar una cortina de humo y permitir pasar página, de alguna manera.

Castigar para seguir igual...
Eso es lo que explica muchas veces que haya tantas continuidades entre el pasado y el presente o que personas que han colaborado de manera muy estrecha y que han facilitado las políticas imperiales del Reich puedan sobrevivir y no solo sobrevivir, sino seguir prosperando en la posguerra y llegar a cargos de altísima responsabilidad. Pienso en gente de la policía o de la judicatura francesa, que pasan de estar dentro del sistema jurídico francés durante la Segunda Guerra Mundial a ser los que despliegan las políticas del Estado francés, cambiando los objetivos, sin ningún problema. Son las veletas, son especialistas burocráticos, que están para lo que toca en cada momento y que no tienen ningún problema, cumplen con lo que consideran su labor y ascienden en el poder.

¿Maurice Papon?
Es uno entre tantos, lo que ocurre es que lo conocemos porque hubo un proceso muy mediático en los 80, pero podríamos hablar de muchos otros. En Francia, Maurice Papon colabora en la deportación de los judíos y acaba siendo jefe de la prefectura en la gendarmería de París, en los 60. Son personas que consiguen escapar de la justicia y refugiarse gracias a las habilidades que otorgan países como España, que se convirtió en un refugio de fascistas durante 40 años u otros países de Latinoamérica. Después, tienen bastante poder y la capacidad de incidencia en los lugares donde llegan, convertidos en asesores de dictaduras criminales en sus países de acogida o en hombres de negocios como Degrelle, que se convierte en promotor inmobiliario que hace mucho dinero, que se suma al que ya había hecho durante la guerra participando del expolio en su propio país bajo el amparo de los alemanes. Son trayectorias interesantes que están ahí y que han tenido capacidad también de configurar el mundo en el que vivimos.

$!David Alegre Lorenz, autor de ‘Colaboracionistas’.

¿Ve paralelismos entre los años 20 del siglo pasado y los nuestros?
Claro que los hay, aunque las cosas nunca son iguales. Hay similitudes porque las situaciones de crisis son bastante parecidas siempre. En los años 30 y desde el 2008, por ejemplo, con la crisis del sistema capitalista, que es una evidencia y que no sabemos cómo acabará, aunque tiene pinta de que vamos hacia un colapso sistémico por las dificultades derivadas del coste del petróleo y muchas otras cuestiones que tienen que ver con el conflicto ucraniano. Es decir, estamos en una crisis económica no resuelta, agravada por una pandemia que obviamente está reconfigurando toda la estructura social con la progresiva desaparición de las clases medias, que están perdiendo el papel de poder social, algo muy peligroso porque ese bajar escalones en cuanto a posiciones de la sociedad y poder económico comporta, muchas veces, radicalizaciones. Entonces, es muy evidente que la crisis económica está provocando una mayor predisposición de ciertos elementos de la sociedad a soluciones más radicales, al reforzamiento de la autoridad del Estado y a la crítica a la multiculturalidad. Luego está la cuestión de las crisis migratorias, que las hubo en los años 30 y también ahora.

Con los republicanos que huían de la Guerra Civil...
Y ahora pasa exactamente lo mismo. Son cuestiones que la extrema derecha hace suyas y consigue que condicionen la agenda política de todo el resto de fuerzas. Eso es lo que hace la extrema derecha siempre, lo hizo entonces y lo hace ahora, efectúa el cálculo político de que si no puede acceder al poder por medios legales e institucionales, y los golpes de Estado no los va a abordar porque están muy desprestigiados en estas sociedades, ocupa todo el espacio público que puede, todo el discurso que le dejan y hace que la agenda política y el debate público gire en torno a los ejes que consideran prioritarios. Es decir, que la gente acabe haciendo suyas cuestiones de su agenda política. Es lo que se llama oposición condicionada y lo están consiguiendo. Y luego hay otro factor preocupante que también se daba en los años 30, que es que los discursos de ultraderecha tienen la capacidad de atracción de la juventud europea en sectores cada vez más amplios.

¿A qué cree que se debe?
Hablo especialmente de los chavales que nacieron a partir del 2000 y que ya crecen en plena crisis económica. Mucha gente, casi como medida de protesta y de rebeldía, considerando que lo contracultural es la ultraderecha, acaba apoyando este tipo de opciones políticas, algo que no tiene ningún sentido, pero que en el imaginario opera de esa manera y está pasando igual que ocurrió en los años 30. Muchos chavales acaban militando por la fascinación que provoca el mundo militar, la Alemania nazi, toda esa fantasía de orden y disciplina en un mundo que parece que ha perdido el rumbo y donde no hay opciones para ellos, que un poco es lo que les ocurre a los jóvenes de hoy.

¿De alguna manera lo hemos provocado?
No sé hasta qué punto, nosotros, como ciudadanos de a pie, tenemos que hacernos responsables de esa manera. Obviamente somos cómplices con los sistemas de dominación en los que vivimos, pero lo que está claro es que hay gente que ha salido mucho más beneficiada que nosotros de todo lo que ha pasado. Forma parte de la lógica del sistema. Al final, las radicalizaciones políticas en clave autoritaria, sirven al propio sistema de dominación. Eso es un hecho. Refuerzan el sistema de explotación en el que vivimos, el tipo de relaciones sociales que articula ese sistema y las relaciones de poder en las que se basa. Pero no creo que tengamos que sentirnos responsables. Sí que podemos hacer autocrítica sobre en qué medida contribuimos a que las cosas que están pasando pasan. Podríamos movilizarnos más, estar más presentes en el espacio público con discursos más emancipadores y críticos, sin duda, pero hay cuestiones mucho más amplias sobre las que no tenemos suficiente poder de incidencia.

Comentarios
Multimedia Diari