Un amor: búsqueda y obsesión

Le película de Coixet, adaptación de una novela de Sara Mesa, cumple con casi todo lo que se propone y retrata la entrega a un deseo

27 noviembre 2023 18:18 | Actualizado a 27 noviembre 2023 18:36
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La película más reciente de Isabel Coixet, Un amor, es una adaptación de la novela homónima de Sara Mesa –que tiene un breve cameo en la película, sin frase–. Hay algunas novedades y transformaciones con respecto del material original; también han desaparecido algunas cosas de la trama. El resultado es que la película se centra en la historia más que de amor de entrega al deseo sexual de Nat, la protagonista (Laia Costa). Nat ha llegado al pueblo tras abandonar su trabajo como traductora de testimonios de refugiados: la película se abre con el que suponemos fue el último testimonio que tradujo. Nat no pudo soportar la tragedia ajena y decidió seguir traduciendo pero sin la interacción personal. En un giro un poco forzado, ahora traduce a Simone Weil; es una licencia que prima el guiño por encima de la verosimilitud, pero la película no es un documental sobre la traducción en España, así que se puede dar el salto de fe. El casero de Nat (Luis Bermejo) deja bastante que desear, el vecino hippie (Hugo Silva) se impone demasiado, y luego están los vecinos de fin de semana, tan repelentes (Francesco Carril e Ingrid García-Jonsson). La búsqueda de tranquilidad y reducción de costes empieza a ensombrecerse un poco para Nat. En ese clima de incomodidad en sordina en que Nat solo tiene la compañía de un perro, Sieso, que le ha dejado su casero casi más como una condena que como un regalo, aparece el alemán, un personaje rodeado de cierto misterio (Hovik Keuchkerian). Nat y el alemán empiezan una relación, que quizá cada uno interpreta de una manera, y de la que seguramente Nat se lamenta pensando que ha perdido no los mejores años pero sí un rato por un hombre que ni siquiera era su tipo.

Es elegante en las escenas de sexo, en contar la desgracia, cuando llega, en la violencia y en la liberación de Nat, que se muestra en forma de baile

Un amor es sobre todo eso: el retrato de la obsesión, de una entrega un poco inesperada, en un clima discretamente asfixiante para Nat. A su desahogo sexual, se suman los paseos con Ramona, la señora con demencia a la que se ofrece a cuidar en sus ratos libres y que es el único punto de oxígeno entre los habitantes del pueblo. El paisaje acompaña, como la decisión de rodar en 4:3, que da la sensación de que hay algo que no vemos, hasta el liberador final en que se abre el formato.

La película cumple con lo que se propone, Isabel Coixet sabe dónde colocar la cámara y sabe dirigir actores. Las pegas que se le pueden poner tienen que ver con un cierto maniqueísmo en la construcción de los secundarios y con que quizá el asunto social está un poco forzado para culminar en una discusión con el alemán sobre la hipocresía de Nat, por un lado, y el subrayado de la violencia sexual. Es elegante en casi todo lo demás: en las escenas de sexo, en contar la desgracia, cuando llega, en la violencia y en la liberación de Nat, que se muestra en forma de baile. La coreografía casi final de Nat sobre la canción en alemán que ya ha sonado antes es un gesto arriesgado: el mejor modo de aportar cierta luminosidad a la historia de Nat, la mejor manera de contar que quizá sí haya conseguido recuperarse en cierto modo; si es que era eso por lo que había acudido al pueblo.

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