'La ciudad de los vivos' es la ciudad del miedo en la que hoy vivimos

El escritor Nicola Lagiola narra en 'La ciudad de los vivos' la crónica de un asesinato que conmocionó a toda Italia

26 febrero 2022 17:36 | Actualizado a 26 febrero 2022 20:28
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«Le hemos quitado la vida a un chico de veintitrés años» -dijo Marco-, hemos jugado a ser Dios. Ahora ha llegado el momento de pagar, yo quiero morir y tú tienes que ayudarme».

Cierro este libro de casi quinientas páginas y me pregunto, igual que se preguntará algo parecido cualquier persona que se asome a él: ¿Qué daño cruza al que provoca dolor? ¿Qué fuego abrasa al que busca alivio en el sufrimiento ajeno? ¿Qué miedos nos empujan a la maldad? ¿Qué sabemos de nuestros instintos más escurridizos? ¿Podría ser yo el criminal? ¿Podría ser la víctima? Demasiadas preguntas nos persiguen al acabar la lectura de la ‘La ciudad de los vivos’ (Literatura Random House), trabajo de investigación con el Nicola Lagioia se ha encumbrado de golpe como uno de los mejores narradores de nuestro tiempo y con el que ha obtenido, entre otros, el Premio Strega, uno de los más relevantes en su país.

Y es que lo prodigioso que consigue Lagioia es que a través de un suceso que podría haberse limitado a mera actualidad podamos repasar los abismos más internos y arrinconados de nuestra condición humana, y conseguir eso supone alcanzar la más alta literatura, ya sea desde la no ficción o a partir de la más disparatada fantasía. Este viaje de voces y convulsiones nos acaba ofreciendo la certeza de que las personas, por muy bestias que sean, prevalecen siempre sobre las opiniones que podamos tener de ellas; el autor nos convence sin demasiado esfuerzo de que todos los seres humanos son hijos de Dios, aunque rara vez sepamos mucho de esos hijos y menos de Dios.

Y quizá por ahí vaya la máxima que este trabajo propone: «¿Cuánto necesitamos reflexionar sobre lo que sabemos que no sabemos de las personas que amamos? Y, aunque fuera posible saberlo todo sobre ellos, ¿sería objetivo?».

De repente, a medida que avanza la lectura, el lector es testigo, cómplice, juez, víctima y asesino. En todos ellos encontrará parte de sus limitaciones. En todas esas vulnerabilidades hallará rasgos de su incapacidad para alcanzar lo pleno y lo sagrado.

Pero vayamos a lo esencial, al lugar de los hechos: Roma. Marzo de 2016. Manuel Foffo, veintiocho años, hijo de una familia de empresario, y Marco Prato, veintinueve, hijo de profesor universitario e influencia de la noche romana, dos jóvenes de familias acomodadas, dos niños bien, se encierran en una habitación a las afueras de Roma decididos a entregarse sin mesura al vodka y a la cocaína. Y así pasan unos días con las persianas bajadas y el mundo girando en torno a sus delirios y complejos. Ese desenfreno de rayas y copas solo se ve interrumpido cuando empiezan a buscar a un tercero al que engatusar para unirlo a esa tempestad. Tras contactar con algunos conocidos de una u otra parte, Damiano, Alex Quaranta, Tiziano De Rossi, nombres de los chavales que llegaron a subir al piso pero que no tardaron en salir huyendo en cuanto encontraron oportunidad, contactan con Luca Varani, un joven de 23 años, de origen humilde, un chico que tenía novia y que ejercía de chapero ocasional al que ofrecieron dinero a cambio de sexo y al que llegaron a torturar hasta acabar con su vida a base de humillaciones, puñaladas y golpes.

El caso no tardó en sacudir el país. Toda italiana comentaba la noticia y volcaba sus opiniones sobre los extremos del caso: «Un tipo que suda, esnifa en los locales y cree que todo el mundo está en su contra. Ese era Marco Prato». Los periódicos asociaron a Prato y a Foffo como los degolladores del ISIS. Había que imaginárselos como combatientes extranjeros metropolitanos, escribían. Otros usaban el caso para expandir mensajes de homofobia y odio («aquí todos odian a todos pero sobre todo se odian a sí mismos », puede leerse en un testimonio sobre el ambiente gay de la ciudad.)

Un miedo generalizado sobrevolaba Roma, que funciona en esta obra como personaje y destino, como una atmósfera edificada a base de decadencia, trapicheo y posibilidades. Roma, «la capital de los vicios. El más hermoso cesto para estas manzanas podridas».

Pero, ¿quién está realmente podrido aquí? Estamos ante una novela levantada desde los secretos, y ya apuntaba John Updike que la gran literatura depende de ellos, obedece a esa parte oculta de lo visible. También funciona como radiografía de una sociedad intolerante, deshumanizada hasta tal punto que uno de los implicados en el asesinato está más preocupado por su posible fama de homosexual que por morir en la cárcel.

‘La ciudad de los vivos’ en un azote necesario para nuestro tiempo. En el plano humano señala algo fundamental, cualquier vida puede derrumbarse en cualquier momento. Todos dependemos del peor de los azares. El bienestar es tan efímero como el hecho de estar aquí ahora. En lo literario vuelve a mostrar como los libros que permanecen nacen de una base necesariamente biográfica, independientemente de la verosimilitud que luego sustente a esa historia.

Esto que Lagioia nos entrega viene con la etiqueta de crónica sin por eso dejar de ser una novela que Stephen King pagaría por haber escrito. ‘La ciudad de los vivos’ es la ciudad del miedo en la que hoy vivimos. Roma, Madrid, Moscú o Quito. Miedo que nace de la incapacidad de nuestras vidas al sosiego, que obedece al ansia de una avidez sin límites que puede acabar como esta historia acaba, y a la que nadie debería dejar de asomarse. Tan eterna como Roma. Tan terriblemente adictiva como ella.

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