En la entrada de Mas la Boella varios niños y niñas corretean como relamiéndose por lo que les espera. Adivinan una tarde-noche de guateque interesante. Se lo ha preparado el Nomad Festival, que en esta cuarta edición ha trasladado su laberinto de propuestas artísticas al recinto de La Canonja, un paraje idílico que le ha venido como anillo al dedo. Los accesos ayudan a la comodidad, también la ubicación. No hay grandes distancias entre las distintas localidades del Camp y eso, el público también lo agradece.
El recinto, habilitado para la tarea, responde a todos los requisitos que pide un evento que pretende invitar al ocio cultural y ofrecer una oferta gastronómica fructífera. En el Nomad comparecen varios registros del arte, el teatro improvisado, la magia, la música, el circo, e incluso la destreza artesanal. Todo ello se distribuye por zonas amplias, en las que los pequeños y pequeñas disfrutan de un amplio abanico de opciones y, lo más importante, de espacio para expresarse, de la manera que crean oportuna.
Los núcleos familiares, lógicamente, se convierten en los primeros en tomar el recinto. A primera hora, el 65 por ciento del aforo se completa con padres, madres, niños y niñas. El Nomad, en sentido, cuenta los días de funcionamiento con aforos completos y eso habla bien de la nueva era del formato. Los jóvenes y adultos suelen llegar cerca de la cena, sobre todo para degustar los shows nocturnos, muy relacionados con la música.
«Papá, quiero maquillarme y ponerme purpurina», casi le suplica una pequeña de unos 5 años de edad a su mentor justo cuando se da cuenta de la parada dedicada al arte del maquillaje. Se trata de uno de los lugares más visitados del espacio, ya que distingue mucho a los adeptos y adeptas, que se engalanan para demostrar su presencia en el Nomad. Para acudir a cualquier festival, el outfit se ha transformado en casi un ritual obligatorio.
Teatro y conciertos
Entre el ramillete de actividades que plantea la cita, brillan un teatro musicalizado de dos actores que cantan al amor a través del humor y que reivindican las libertades de cada persona. Se realiza en una de las salas más imponentes de la Boella, la Sant Jordi. Justo a su vera, se ha preparado una scape room muy demandada, sobre todo por los más jóvenes.
Los niños y niñas, en cambio, se agolpan entorno a un mago itinerante que se expone por toda la masía. Sus trucos provocan admiración, bocas abiertas y algún abrazo. Fotos a mansalva, tanto con él como en el photocall, uno de los lugares de culto del Nomad. Nadie abandona la Boella sin inmortalizar su momento de gloria.
Mientras, en el escenario principal, justo después del necesario refrigerio, donde el vino se postula como protagonista, los grupos de versiones permiten al gentío sonreír y mover las caderas, algo interesante cuando la madrugada empieza a asomar la cabeza. Con los Fugados de Alcatraz hubo jolgorio grande.
El Nomad ha logrado mejorar prestaciones y relanzar esa propuesta que apareció de forma fulgurante y que camina firme.