«Visitar los castillos es una forma de conocer Catalunya, a través de la historia de estas construcciones que siempre te sorprenden». Con estas palabras, Carles Cartañá, autor del libro Catalunya: 50 castells medievals (Cossetània Edicions), cuyas imágenes son del fotógrafo Jordi Longás, invita a descubrir y disfrutar de medio centenar de fortificaciones a lo largo de 400 años de historia. «Es un viaje cronológico en el tiempo, empezando por el Castell de Balaguer, en la comarca de la Noguera y edificado entre los siglos IX-XI, para terminar en Ulldecona, en la comarca del Montsià, construido entre los siglos IX-XII», detalla el autor.
Así, por la vasta geografía de Catalunya hay dispersos más de dos mil castillos «que han acontecido símbolo de nuestro pasado», recuerda Cartañá, quien resalta que cada uno de ellos «también es testimonio de historias, misterios, leyendas y tradiciones». En esta misma línea, él mismo hace hincapié en que «durante más de cuatrocientos años, buena parte del territorio catalán fue musulmán; una época en la que en Al-Ándalus, a un lado de la frontera, y en los condados catalanes bajo el dominio feudal, al otro lado, se alzaron todo tipo de fortificaciones».
Precisamente, el Camp de Tarragona y las Terres de l’Ebre son un baluarte de algunas de estas edificaciones, como por ejemplo el Castell de Marmellar, el Castell de Biure de Gaià, el Castell de Vallmoll, el Castell del Catllar, el Castell de Tamarit, el Castell de Siurana, el Castell de Miravet, el Castell de Carles y el Castell d’Ulldecona. Así, ascender hasta los recintos, en ocasiones ubicados en colinas de difícil acceso, y traspasar sus muros brinda la oportunidad de volver la vista atrás.

Así, del Castell de Marmellar (El Montmell, Baix Penedès), el autor dice que «llegar hasta la zona es toda una aventura, una excursión que nunca olvidaré, pero valió la pena porque el lugar es excepcional». En cambio, de la visita al conjunto del Castell de Biure de Gaià (Les Piles, Conca de Barberà), Carles Cartañá destaca que «observado desde lejos, su ubicación representa lo que debieron ser las relaciones de poder entre los señores del lugar y el pueblo». Asimismo, el Castell de Vallmoll (Alt Camp) se alza en un entorno privilegiado que ofrece una panorámica excepcional del territorio, como, a título de ejemplo, Valls, la Mussara, las Muntanyes de Prades, Reus o Constantí, y destaca por «convertirse en una gran fortaleza con diferentes fases constructivas que se fueron sobreponiendo».
El siguiente destino es el Castell del Catllar. «Fue ocupado en la primera edad de hierro y, más tarde, por los íberos, con un asentamiento de casas de piedra rodeado de un recinto amurallado», describe el autor en el libro, a la vez que reseña que «alrededor de una torre de base cuadrada de época tardoromana se edificarán las primeras estructuras de defensa andalusís».
Por su parte, el Castell de Tamarit se encumbra, de manera privilegiada, en la portada de la publicación. «Después de que el arzobispado de Tarragona vendiese el recinto histórico al prohombre industrial norteamericano Charles Deering, él mismo encargó la restauración a Ramon Casas», detalla el autor. Más allá de esta anécdota, el valor histórico de la fortificación radica en que «en Tamarit habo astilleros, es decir, se construían y reparaban embarcaciones; a día de hoy, al lado de la caleta todavía se puede apreciar parte de dicha construcción».
«La llegada a Siurana siempre impresiona». Sobran las palabras a la hora de rememorar el pasado de la fortaleza de Cornudella de Montsant (Priorat) y la leyenda de la Reina Mora, en la que el autor encuentra el pretexto para reivindicar el papel de las mujeres en la época medieval. «Las mujeres no solo fueron esposas, sino que también destacaron por su papel como repobladoras, guerreras y políticas», afirma Carles Cartañá.

En la recta final de este viaje, para acceder al Castell de Miravet (Ribera d’Ebre) el autor opina que «es mejor ir a pie hasta la sólida construcción», mientras que del Castell de Carles (Alfara de Carles, Baix Ebre) resalta que «su función debía ser explotar las riquezas del bosque y la montaña de Els Ports». El último destino es el Castell d’Ulldecona (Montsià). «He visitado la fortaleza en dos ocasiones, primero con un guía y la siguiente con otro, y en ambos casos explicaron anécdotas igual de interesantes. Una demostración de que hay mucho por aprender de la historia de los castillos», concluye Carles Cartañá.
4 siglos: El libro ‘Catalunya: 50 castells medievals’ invita a descubrir diferentes fortificaciones a lo largo de 400 años de historia
