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Sandra Aza: «La Inquisición no fue una orgía de cremaciones y torturas»

‘Libelo de sangre’ es una novela histórica que transporta al lector al Siglo de Oro, con sus luces y sus sombras

19 septiembre 2023 15:07 | Actualizado a 19 septiembre 2023 19:15
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En 1620 un espantoso crimen siembra el pánico en Madrid: una joven ha sido violada y enterrada junto a un niño al que le han extirpado el corazón. Nadie en la Villa duda de que se trata de un asesinato ritual y pronto se culpa a los judíos de sacrificar a menores cristianos para realizar magia negra. Libelo de sangre es una novela histórica de Sandra Aza (Planeta), que lleva al lector al Siglo de Oro, con sus luces y sus sombras.

¿Un joven de clase alta, como es el protagonista, qué posibilidades tenía de sobrevivir en la calle en aquella época?
Pocas. Pero eran pocas para cualquiera, ya fuera de clase alta o baja. Aquel Madrid era sórdido, muy peligroso y muy oscuro. No era fácil, lo que ocurre es que eso lo vemos nosotros desde hoy, desde nuestros ojos, los ojos que ven cómo se abre un grifo y sale agua o podemos ir a un baño en casa. En aquella época, como lo que no se tiene no se puede echar de menos, ellos tenían más o menos interiorizada esa manera de vivir. Por ejemplo, para los ricos tener un carruaje y hacer un viaje en él era lo más emocionante. Ahora, metámonos nosotros en un carruaje y veremos lo cómodo que es. Hay que mirarlo todo desde el contexto histórico. No obstante, Alonso no era de clase alta, sino de clase acomodada, porque el escribano no era un noble.

No pasaba penurias.
No. Era una persona de clase-media alta. Este chico vivió entre algodones durante 13 años, lo cuidaron y fue feliz. Al principio de la novela lo ves yendo al colegio y teniendo las broncas propias de adolescentes con sus compañeros, cosas pueriles. Pero la vida te da un vuelco, te quita la miel y te pone la hiel y tienes que hacerte adulto de repente. Y es lo que hace Alonso. Consigue sobrevivir, se encuentra con dos pícaros que le ayudan y son sus amigos, con ese símbolo de la amistad, tan bonita, del amigo que lo da todo cuando en realidad no tiene nada. Gracias a eso también consigue salir adelante.

Choca la cercanía en la que vivían los más acomodados y los más humildes.
Un palacio podía estar al lado de un chamizo. Había una serie de lugares en que lo mismo se alzaba una casa rica, que una pobre o un prostíbulo al lado de una iglesia. Todo estaba muy concentrado en el núcleo urbano y se construía donde había sitio. Después estaba la parte del Prado, que ahí en un momento dado con el Duque de Lerma empezaron a crecer mansiones que eran las casas de recreo de los ricos.

La especulación inmobiliaria por excelencia es la que hizo el Duque de Lerma en 1600 cuando la corte se fue a Valladolid

¿Quedan resquicios de ‘La dama que encela, la dama que anhela’?
Pueden quedar resquicios en la mente de alguno, pero creo que no. En ese sentido, hemos evolucionado bastante, gracias a Dios y la mujer ahora mismo no está tan indefensa como en aquella época. En aquel momento era moneda de cambio. Las ricas nacían para unir dos blasones ilustres y para dar tronío a un apellido y las pobres para servir, para casarse o para meterse a monja. Ni siquiera se les permitía ser vagabundas. Podía haber vagabundos, de hecho, los ciegos vagabundos tenían una licencia del concejo que les permitía pedir limosna. Pero a las mujeres no se les permitía. Si los alguaciles encontraban a una mujer vagabundeando por la ciudad la llevaban a la casa Galera, donde se la consideraba de mala vida, de estar en la calle y de allí, que era una especie de correccional, solo se podía salir de tres maneras: casándose, metiéndose a monja o entrando a servir en alguna casa ilustre. Salir para volver a la calle, eso no.

¿Cómo eran las escuelas? ¿Quién iba a ellas?
Había escuela pública, aunque el concepto no es el que tenemos ahora, en el que el Estado financia la educación, por lo menos la básica. Las escuelas públicas, que eran las de primeras letras, estaban en la ciudad, aunque no iban los niños ricos. Iban niños pobres y los honorarios del maestro los pagaban los padres. Podían costar dos reales, lo que no era barato, por lo que no todas las familias se lo podían permitir. A este tipo de escuelas iban niños con padres trabajadores, percheros, obreros... Mientras, los niños ricos se educaban en casa con el preceptor privado, que generalmente era un humanista de mucho prestigio, con honorarios muy caros que, a su vez le daba prestigio a la familia. Es decir, un niño rico no iba a una escuela jamás. Era una humillación para la familia. Por eso Alonso es de clase media y va a la escuela de primeras letras.

Tiene problemas con la Inquisición, algo que podía resultar mortal.
Sobre la Inquisición hay mucha leyenda. Hoy en día solo con oír la palabra te pones en guardia y había varios tribunales. Estaba el religioso, que era el de la Inquisición y el Civil u ordinario. La Inquisición española no es lo que nos han contado, que parece una orgía de cremaciones y torturas y no es cierto. En tres siglos y medio se han computado 10.000 víctimas. Entonces, tener problemas con la Inquisición en aquella época era peligroso, igual que es tenerlo hoy con la policía. Pero en aquella época había pena de muerte, en España y en el resto de Europa.

10.000 víctimas no son pocas.
En Alemania también hubo caza de brujas y fueron muchísimo más sangrientas que aquí. Pero nos han cargado con ese sambenito, que ya dura demasiado, y es momento de levantar la leyenda y de decir la verdad. Nadie cuenta lo que hicieron en Béziers en la Cruzada contra los Cátaros, cuando en un solo día se cargaron a 20.000 personas, en 1209. O lo que la Inquisición francesa con Roma les hizo a los Templarios, que acabaron con todos. Pero solo cargan contra la Inquisición española y ya es momento de empezar, no a lavarle la cara, que la tiene sucia, sino a equilibrar un poco la balanza.

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En cualquier caso, una hora y cuarto de tormento es mucho.
Nosotros lo vemos desde el punto de vista actual. Hoy, en el siglo XXI, pensamos que no lo aguantaríamos. Pero en aquella época la pena de muerte estaba interiorizada, bendecida por la ley y todo el mundo lo sabía, nadie lo cuestionaba. En España y en el resto de Europa era absolutamente habitual. Parece que el tormento era algo privativo de la Inquisición y no era así. Es decir, la tortura era una manera de llevar un procedimiento que también se aplicaba en la jurisdicción civil. Aquí en España duraba una hora y cuarto, pero en la zona calvinista, el tormento podía durar un mes. Y si aquí lo superabas, te absolvían. Si lo superabas allí, te condenaban a muerte igualmente. Pero sí, había tortura y duraba una hora y cuarto.

¿Qué ocurría si se superaba?
Te absolvían o te ponían otra pena que podía ser el sambenito, rezar rosarios, hacer ayunos o participar en procesiones. Eso también eran castigos de la Inquisición, que se desconocen, y eran los que más se ponían. El sambenito era el castigo más habitual. El aguante de aquella época no es el de ahora, yo creo que se aguantaba mucho más antes. Pienso en los que se metían en las cáscaras de nuez para ir a América, para cruzar el océano con las armaduras y creo que yo no lo aguantaría.

¿España sigue siendo un país de mentideros?
Sí. España y cualquier lugar del mundo donde haya seres humanos. El ser humano es cotilla por naturaleza. Cotilleamos y hablamos de los demás y se crean rumores y bulos, mentiras. A todos nos gusta una tertulia y en una tertulia se puede hablar de muchas cosas. Antes eran los mentideros y ahora tenemos las fake news y las redes sociales. Seguimos siendo humanos.

Si los alguaciles encontraban a una mujer vagabundeando por la ciudad la llevaban a la casa Galera, donde se la consideraba de mala vida

Y la especulación inmobiliaria viene de allí.
La especulación inmobiliaria por excelencia es la que hizo el Duque de Lerma. En 1600, cuando la corte estaba instalada en Madrid, convenció a Felipe III para llevársela a Valladolid. Cuando se fue, todo Madrid cayó en una depresión económica tremenda. Todas las construcciones se paralizaron y los ricos se fueron con el rey. Las embajadas se fueron a Valladolid por lo que quedaron un montón de edificios a medio construir y abandonados. ¿Qué pasó? Que el valor de esos edificios decayó. ¿Y qué hizo el Duque de Lerma? Comprar un montón a precio irrisorio y cuando ya los tenía todos cobró lo que le pagó el Concejo madrileño. Es decir, el Ayuntamiento de Madrid pagó para que volviera la corte a Madrid, aceptó ese dinero y cuando regresó, todas las inversiones inmobiliarias que había hecho por un precio irrisorio, las vendió y duplicó el precio. Esa es la especulación inmobiliaria más conocida.

¿Cómo ha sido su viaje al pasado?
Ha sido un camino de vida. He aprendido mucho de mí misma, de paciencia y humildad, porque empecé a escribir este libro pensando que lo sabía todo de Madrid y descubrí que no era así. Mi primer escollo me lo encontré en el primer capítulo, cuando tuve que describir la casa de un pobre, la casa de Saturnina. Te enfrentas a esa página en blanco, cuando te crees que lo sabes todo, pero ¿tenía cama, ventana, cristales?, ¿había mantas?, ¿los vasos eran de cristal, de hojalata, de barro? Todas estas cosas son la cotidianidad de una sociedad, que no es lo que te cuentan los libros de historia.

¿Cuánto lenguaje se ha perdido por el camino?
Muchísimo. El castellano tiene unas palabras muy bonitas que han caído en desuso y es una pena. Una de las cosas que me gustaría es que Libelo de sangre vuele para que esas palabras se reinserten en el vocabulario. Es decir, que en vez de decirle a alguien que es un cagueta, le digas que es un temebrisas o en vez de llamarle macarra, decirle buscarruidos. Se puede insultar de una manera muy educada. El castellano tiene la posibilidad de insultar haciendo poesía y eso pasaba en aquella época, que para pedirte limosna te hacían un soneto. Tenían un arte impresionante.

¿Continuará?
Sí. Escribir es una bendita esclavitud. Tengo necesidad de escribir, es como una droga, una vez que te metes no puedes parar.

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